miércoles, 29 de junio de 2016

EL HANINCO



Mucho tiempo perdí tratando de concurrir a una ceremonia india, a una haninco comida de milpa que hacen los mayas con el objeto, unas veces, de agradar a los dioses, y otras, de desagraviarlos. Había rogado a los hechiceros que me permitieran la entrada, pero todos se habían negado porque yo también me había negado a que me santiguaran: santiguar es someter a una persona a ciertos baños, con hierbas, hechicerías, etc. En las ceremonias de las comidas de milpa se admite a mujeres cuando se va repartir el alimento. Al fin me resolví a todo y lo comuniqué al men. Así fue como logré concurrir a la comida. Y ahora les narraré lo que vi; lo que oí no, pues fue todo en maya, idioma que no entiendo.
La ceremonia se hizo en un pueblo llamado San Juan Bautista Sahcabchén o Alto Sahcabchén, por estar ubicado en la cresta de un cerro de roca viva.
El maestro de la escuela, un joven llamado Mario Flores Barrera, me avisó con anticipación; llena de alegría caminé a caballo toda la noche en que la Luna plateaba los árboles y alumbraba el camino.
Llegué al amanecer. Allá arriba estaba el pueblo. Subí a él, llamé a una puerta y al punto asomó su risueña cara el maestro que me saludó.
Hoy será la fiesta, me dijo con acento de satisfacción. Nos desayunamos con pan y café y luego me llevó a la casa del men quien me recibió solícito, pero desconfiado.
¿Está resuelta a que le santigüen?- me preguntó.
El maestro me miró, incrédulo de que pudiera aceptar eso.
Sí le respondí, y en pocos minutos quedé santiguada y oliendo a romero y ruda.
Salimos los tres y nos sentamos en el brocal de un pozo, y el hechicero contestó así mi interrogatorio.
-¿Por qué harán el haninco?
-Para desagraviar a los dioses.
El dueño de la milpa que se ha de sembrar tiene un hijo enfermo, señal del disgusto del Nohoch-Tat, gran Señor.
Luego me enseñó varias palabras mayas, el nombre de los vientos, etc., para que pudiera entender, y me llevó a la casa donde el muchacho estaba enfermo.
¿Quiere verlo?, me dijo. Sí- le respondí.
En una hamaca estaba el joven calenturiento. El men le preguntó por su salud, y él casi no contestó. Su ánimo estaba caído más que por la fiebre, por el temor de que le hubiera castigado el dueño del monte. El men sacó de su morral un bollo de pozole lleno de moho que de amarillo pasa a verde. Lo mezcló con agua, lo endulzó con miel y se lo dio al enfermo.
Las mujeres de la casa, durante la noche, mojan maíz y lo muelen en metates para hacer una bebida refrescante llamada sacab. Este se reparte entre los que van a asistir a la ceremonia.
En la ocasión a que me refiero me dieron una ración, por la cual me sentí invitada. Marchamos luego a la ceremonia o que diga, adonde iba a efectuarse.
El dueño de la sementera y sus trabajadores estaban ocupados. Unos abrían una fosa en la tierra; otros, en grandes calderos cocían maíz, frijol y tostaban semillas de calabaza, que molían luego para formar una masa de estos tres productos, la cual recogían en bolas.
Teniendo ya las bolas sobre hojas de roble o plátano, se extiende primero la masa de maíz haciendo una tortilla grande y se forma una de semilla de calabaza: luego, una de frijol, y así sucesivamente, hasta llegar a nueve.
Estos huahes, panes se envuelven en las mismas hojas; uno de ellos es más grande que los otros. Mientras esto se lleva a efecto, en la fosa abierta se ha colocado gran cantidad de leña, que arde y calienta casi hasta calcinar algunas piedras grandes. Por otro lado, en ollas también grandes se cuecen pavos y gallinas, y en un caldero se hace el cool (atole salado).
En un caldero se pone el caldo de gallina y pavos, destinado a preparar el chocó (caliente).
El men, con toda parsimonia, toma dos velas que enciende, y, seguido de unos hombres que llevan en tablas los huanes (panes) y de todos los invitados, llega a la ardiente fosa. Y dice así: lakín-ik, xikín-ik, nohol-ik, xamán-can (vientos de oriente, del poniente, del sur y del norte; sed benévolos). Luego hace mil contorsiones, brinca de un lado para otro de la fosa, saca con las manos, del fuego, las candentes piedras, y sólo deja unas en el fondo, sobre las cuales se colocan los panes. Las piedras extraídas se acomodan encima y se recubre la fosa con tierra y gajos de roble.
Retornan el brujo y su comitiva al lugar primitivo, donde se ha colocado una mesa, que tiene encima una cruz cristiana, tres velas grandes, tres medianas y tres chicas. También hay incienso, rudas, albahacas, flores, dulces, cigarrillos, etc.
Se han llevado a la mesa los pavos y las gallinas condimentadas y cocidas. Debajo de la mesa está el gran caldero de cool, el jugo de gallina y pavos, etc.
El men parece perder su personalidad de hombre, y en medio de gesticulaciones y contorsiones, conjura a los vientos malos y llama a los buenos; levanta en sus manos las ramas de albahaca y ruda, y blandiendo la cruz cristiana aleja a los vientos malos. Como regalo a los buenos arroja a los cuatro vientos jicaradas de miel y balché. Luego cae en éxtasis, oculta su rostro entre las manos, y tomando enseguida el incensario, marcha hacia la fosa; al llegar a ésta levanta aquél al cielo y muchas manos de hombres destapan la fosa, de donde extraen los huanes.
Todas caminan hacia la mesa y el brujo cierra la procesión.
El pan más grande es el que se pone en una mesita aparte. Apenas desenvuelto, muchas manos arrancan trozos, hirviente aún y los depositan en el caldo de pavos y gallinas, donde otras manos lo baten y disuelven. Así se prepara el chocó.
Terminado esto, el men reparte entre los concurrentes balché en jicaritas. Hay que tomarlo, pues es malo tirarlo o despreciarlo.
Luego el hechicero da a cada persona presente un cigarro gigante, al que debe darse dos o tres fumadas. Esos cigarros son recogidos por un brujo en hojas de almendro o higuerilla, con el fin de que sus manos no los toquen, los lleva a la mesa y los riega con brebajes. Inmediatamente se toma a todos los niños que han asistido a la ceremonia y se les pone de rodillas, con las manos cruzadas sobre el pecho. El men les da balché dulce, chocó, cool, dulces, trozos de pavos, pero todo en la boca.
(Los niños representan a los aluxes, y el men les da de comer con la mano, ellos no pueden tocar nada con las manos).
Terminada esa comida, se aleja a los niños, y con una jícara grande se pone una buena ración de todo lo que hay, de lo mejor, un gran trozo de pan y los cigarros, todo lo cual toma el men pues es la ofrenda destinada al Nohoch-Tat (padre o dueño de monte). El hechicero llega a la fosa y en el centro de ella coloca la jícara grande y todo lo demás.
A una señal del men la fosa es cubierta de tierra y casi ni queda señal de ella. Se cree que durante la noche el dueño de bosque tiene allá su banquete, y que sus hijos, los aluxes le hacen compañía y fuman en rueda sus cigarros.
Cuando el men vuelve al lugar de la comida, todo se transforma en fiesta, se reparte lo que aún queda, se da al dueño de la milpa, a sus hijos y trabajadores, de todo lo que hay, y luego a los visitantes. Esta es ya la comida terrenal. Todos comen, todos beben. El men viene a mí con una pierna de pavo en la mano y me dice: ¿No come?, y me trae un trozo de muslo de pavo.
Yo estaba sentada en una hamaca suspendida en medio de dos árboles, especialmente para mí, frente a la mesa de la ceremonia. Era tal mi proximidad a la mesa, que materialmente estaba bañada en miel y balché, pues me salpicó el men cuando arrojó esos líquidos al aire.
Terminó la ceremonia -me dijo el men-. El enfermo está curado.
Entre los comensales vi a Pedro, que comía y reía con mucha gana.
Pedro -dijo el men- ven aquí, pues quería demostrarme su poder. El muchacho obedeció la orden. Ya no tenía calentura, había recobrado la salud.
En ese momento di la razón al men y al enfermo. Estaba curado. Había que reconocerlo.
Mas luego pensé que ese hombre sagaz aprovechaba la ignorancia y fe de los descendientes de los xius y cocomes.
Me retiré pensativa. Soy una de los que creen que lo más de los indios mayas no padecen ciertas enfermedades gracias que ingieren frecuentemente, las dosis de penicilina que se encuentran en el moho del pozole, que siempre comen con sal e sus milpas.
¿Se curó el muchacho? ¿Sería por el favor de los dioses o por la acción de la medicina que le dio el men en el pozole?
Tal vez ni el hechicero lo sepa. Tal pensaba yo después de la peregrina ceremonia que me dejó la impresión de un sueño fantástico.

martes, 28 de junio de 2016

LA NIÑA Y SU PERRO



Había una vez una niña que vivía con sus padres en el pueblo de Hool en el Municipio de Champotón  del estado de Campeche.

El poblado era pequeño, pues contaba tan solo con novecientos noventa y ocho habitantes.

El padre de la niña fungía como el jefe del pueblo, debido a su trabajo solía viajar mucho acompañado por su esposa.

Cuando partían de viaje, dejaban a la pequeña al cuidado de los sirvientes, razón por la cual ella se sentía muy sola y abandonada.

Un día la muchachita se armó de valor y les comunicó a sus progenitores que vivía muy sola a causa de sus constantes viajes.

A fin de remediar la situación, sus padres decidieron comprarle un perro. 

Así lo hicieron, y desde un principio perro y niña se convirtieron en los mejores amigos del mundo.

El perro cuidaba y vigilaba a la jovencita con amor y lealtad, y la niña le quería tanto que permitía que durmiese con ella en su amplio lecho. Por las noches, el amoroso perro le lamía las manos con devoción.

Una noche, fría y lluviosa, los padres se ausentaron para acudir a un evento importante del pueblo, pues se celebraba la fiesta del santo patrón; así que dejaron a la niña sola con el perro.
Por la noche, y ya en la cama, sintió la lengua del can que le lamía la mano, como era ya costumbre.
Al sentirlo, la niña se durmió tranquila, pues sintióse acompañada.
Al día siguiente, cuando la infanta se despertó vio que a su lado yacía el cuerpo del perro cubierto de sangre y completamente frío.
Al mirar hacia el espejo de su cuarto, descubrió que sobre él había un letrero pintado con letras rojas que rezaba: “No sólo los perros lamen”…
Ante esta inscripción, la niña se dio cuenta que algún ser del más allá, o el mismísimo demonio, había dado muerte a su perro y le había lamido la mano en lugar de su querido amigo.
En ese momento la pequeña perdió la razón y se volvió completamente loca. Sus padres, asustados y resignados, tuvieron que encerrarla en un manicomio de por vida.

lunes, 27 de junio de 2016

JUAN DEL MONTE Y FERNANDITO



Juan del Monte es un personaje que vive en la selva de Quintana Roo.
Cuando alguna persona tiene la mala idea de meterse en la selva, Juan imita la voz de algún familiar o amigo de esa persona, y la llama hasta conducirla por senderos oscuros que ocasionan que la persona se pierda y ya nunca pueda salir. Por eso todos le temen a Juan del Monte.
En cierta ocasión, Fernando, un niñito maya de seis años, tuvo una mala experiencia.
Su madre que era una hermosa mujer, le pidió a Fernando que le llevase a su padre que estaba trabajando en los potreros de la selva, su ración de pozol. 
El muchachito emprendió la tarea ordenada y tomó por un sendero que había de conducirlo hasta donde se encontraba su papá.
Cuando había recorrido un cierto tramo del camino, Fernando escuchó la voz de su padre que le decía: -¡Por aquí estoy, querido hijo, acércate a mí!
El chico escuchó también el sonido de los cascos del caballo que montaba su progenitor, y no dudó en seguir la voz que con tanta insistencia repetía que lo siguiera.
El niño iba tras él muy confiado, sin pensar por un segundo que se trataba de Juan del Monte.
Cuando el padre vio que no llegaba Fernando con el esperado pozol y ya era muy tarde, acudió en seguida a su casa.
Al llegar encontró a su esposa también my preocupada pues el niño no había regresado.
Entonces, el padre pidió ayuda a las personas de su comunidad y todos se adentraron en la selva tratando de encontrar al niño.
Después de mucho buscar, encontraron a Fernando sentado en una piedra y llorando desconsoladamente.
Juan del Monte no se lo había llevado porque Fernando era un niño muy inteligente y consiguió escaparse.
Su madre lo abrazó y lo llevó a la casa, donde le sirvió un delicioso chocolate espumoso acompañado de galletas de canela.
Así se salvó Fernando de que Juan del Monte se lo llevara para siempre.

domingo, 26 de junio de 2016

EL TUNKULUCHÚ



En El Mayab vive un ave misteriosa, que siempre anda sola y vive entre las ruinas. Es el tecolote o tunkuluchú, quien hace temblar al maya con su canto, pues todos saben que anuncia la muerte.
Algunos dicen que lo hace por maldad, otros, porque el tunkuluchú disfruta al pasearse por los cementerios en las noches oscuras, de ahí su gusto por la muerte, y no falta quien piense que hace muchos años, una bruja maya, al morir, se convirtió en el tecolote.
También existe una leyenda, que habla de una época lejana, cuando el tunkuluchú era considerado el más sabio del reino de las aves. Por eso, los pájaros iban a buscarlo si necesitaban un consejo y todos admiraban su conducta seria y prudente.
Un día, el tunkuluchú recibió una carta, en la que se le invitaba a una fiesta que se llevaría a cabo en el palacio del reino de las aves. Aunque a él no le gustaban los festejos, en esta ocasión decidió asistir, pues no podía rechazar una invitación real. Así, llegó a la fiesta vestido con su mejor traje; los invitados se asombraron mucho al verlo, pues era la primera vez que el tunkuluchú iba a una reunión como aquella.
De inmediato, se le dio el lugar más importante de la mesa y le ofrecieron los platillos más deliciosos, acompañados por balché, el licor maya. Pero el tunkuluchú no estaba acostumbrado al balché y apenas bebió unas copas, se emborrachó. Lo mismo le ocurrió a los demás invitados, que convirtieron la fiesta en puros chiflidos y risas escandalosas.
Entre los más chistosos estaba el chom, quien adornó su cabeza pelona con flores y se reía cada vez que tropezaba con alguien. En cambio, la chachalaca, que siempre era muy ruidosa, se quedó callada. Cada ave quería ser la de mayor gracia, y sin querer, el tunkuluchú le ganó a las demás. Estaba tan borracho, que le dio por decir chistes mientras danzaba y daba vueltas en una de sus patas, sin importarle caerse a cada rato.
En eso estaban, cuando pasó por ahí un maya conocido por ser de veras latoso. Al oír el alboroto que hacían los pájaros, se metió a la fiesta dispuesto a molestar a los presentes. Y claro que tuvo oportunidad de hacerlo, sobre todo después de que él también se emborrachó con el balché.
El maya comenzó a reírse de cada ave, pero pronto llamó su atención el tunkuluchú. Sin pensarlo mucho, corrió tras él para jalar sus plumas, mientras el mareado pájaro corría y se resbalaba a cada momento. Después, el hombre arrancó una espina de una rama y buscó al tunkuluchú; cuando lo encontró, le picó las patas. Aunque el pájaro las levantaba una y otra vez, lo único que logró fue que las aves creyeran que le había dado por bailar y se rieran de él a más no poder.
Fue hasta que el maya se durmió por la borrachera que dejó de molestarlo. La fiesta había terminado y las aves regresaron a sus nidos todavía mareadas; algunas se carcajeaban al recordar el tremendo ridículo que hizo el tunkuluchú. El pobre pájaro sentía coraje y vergüenza al mismo tiempo, pues ya nadie lo respetaría luego de ese día.
Entonces, decidió vengarse de la crueldad del maya. Estuvo días enteros en la búsqueda del peor castigo; era tanto su rencor, que pensó que todos los hombres debían pagar por la ofensa que él había sufrido. Así, buscó en sí mismo alguna cualidad que le permitiera desquitarse y optó por usar su olfato. Luego, fue todas las noches al cementerio, hasta que aprendió a reconocer el olor de la muerte; eso era lo que necesitaba para su venganza.
Desde ese momento, el tunkuluchú se propuso anunciarle al maya cuando se acerca su hora final. Así, se para cerca de los lugares donde huele que pronto morirá alguien y canta muchas veces. Por eso dicen que cuando el tunkuluchú canta, el hombre muere. Y no pudo escoger mejor desquite, pues su canto hace temblar de miedo a quien lo escucha.

viernes, 24 de junio de 2016

EL HIJO DEL DIABLO



Esta leyenda mexicana tiene origen en cercanías de Morelos, donde vivía una hermosa joven, pretendida por muchos hombres de la región.
Ella se negaba constantemente a los pretendientes hasta que conoció a un enigmático jinete, que se ofreció a llevarla en su caballo hasta su morada.
Luego de algunos días finalmente cayó rendida a sus encantos y se casó con el intrigante visitante.
La joven quedó embarazada, y el sujeto desapareció de la faz de la tierra, pero la gestación siguió su curso normal hasta los 8 meses cuando nació un hermoso bebe, algo extraño ya que era muy ágil y despierto.
Al cumplir los 6 meses, se decidieron ir a bautizarlo por lo que su madrina era la encargada de llevarlo a la iglesia.
Cuando iban camino a ese lugar y en medio de un río, una voz lúgubre salió de la boca del bebe diciendo: Madrina ya puedo hablar, ya tengo dientes, y te voy a matar, tras lo cual asesinó a su madrina y desapareció en medio del agua….
Para los lugareños no quedan dudas que se trata del hijo del Diablo y que cada cierto tiempo suele aparecer por los caminos y haciendas, asustando a los seres humanos y a las bestias, incluso matando a varios de ellos.
La leyenda afirma que en los caminos rurales, suele oírse el llanto de un bebé y quienes lo recogen y lo alzan, sienten un tremendo dolor en su brazo, ya que el “bebé” los está mordiendo para luego desaparecer en forma misteriosa.


jueves, 23 de junio de 2016

EL NIÑO DEL CEMENTERIO



El niño fantasma del cementerio o niño fantasma de Guanajuato, es un mito que deambula por las calles y callejones más oscuros de esta enigmática ciudad.

La historia tiene sede en unos de los panteones más emblemáticos y conocidos, en donde se dice, sepultaron a un niño, el cual murió en un trágico accidente de carretera y cuya alma todavía no descansa, ya que muchos testigos aseguran que han visto el fantasma de este pequeño niño saliendo de su tumba para recorrer los alrededores del cementerio y pasada la media noche, el fantasma desaparece entre las lápidas.

Un día como cualquier otro, una familia salió en su automóvil para dirigirse a otra ciudad, ya que un familiar no se encontraba bien de salud.

En el coche iban los papás y su hijo.

Todo se desenvolvía sin percances, una mañana soleada con gratos paisajes y densos bosques que se veían con toda plenitud a la orilla de la carretera.

En una gran curva, el coche derrapo en el asfalto y sin tener la posibilidad de maniobrar se estrello contra una señal de tránsito y después contra un enorme roble, el cual provoco que se partiera a la mitad quedando sin vida los cuerpos de los 3 acompañantes.

Este trágico suceso tuvo un desenlace fatal, sin que nadie haya descubierto el gran enigma del ¿Por qué?

Sepultaron a la familia, padres e hijo en diferentes cementerios, ya que no había espacio suficiente ni terrenos libres para más personas.

En un de los lugares enterraron a los papás y lastimosamente en otro, al pequeño niño.

Sin embargo, poco tiempo después el velador del cementerio en donde yacía el cuerpo del niño presencio un momento paranormal, de su tumba salió el fantasma de ese ser y comenzó a recorrer los alrededores de las tumbas.

Después de eso, no se supo más del velador, al parecer el niño se lo llevo consigo a su tumba.
Algunas personas que viven alrededor del panteón afirman que el fantasma del niño sale en la noche a buscar a sus papás para reunirse con ellos y descansar en paz, pero lamentablemente no los encuentra y pasada la media noche desaparece.

miércoles, 22 de junio de 2016

EL COCAY



Quizá alguna noche en el campo hayas visto una chispa de luz que brilla y se mueve de un lado a otro; esa luz la produce el cocay, que es el nombre que le dan los mayas a la luciérnaga. Ellos saben cómo fue que este insecto creó su luz, esta es la historia que cuentan:
Había una vez un Señor muy querido por todos los habitantes de El Mayab, porque era el único que podía curar todas las enfermedades. Cuando los enfermos iban a rogarle que los aliviara, él sacaba una piedra verde de su bolsillo; después, la tomaba entre sus manos y susurraba algunas palabras. Eso era suficiente para sanar cualquier mal.
Pero una mañana, el Señor salió a pasear a la selva; allí quiso acostarse un rato y se entretuvo horas completas al escuchar el canto de los pájaros. De pronto, unas nubes negras se apoderaron del cielo y empezó a caer un gran aguacero. El Señor se levantó y corrió a refugiarse de la lluvia, pero por la prisa, no se dio cuenta que su piedra verde se le salió del bolsillo. Al llegar a su casa lo esperaba una mujer para pedirle que sanara a su hijo, entonces el Señor buscó su piedra y vio que no estaba. Muy preocupado, quiso salir a buscarla, pero creyó que se tardaría demasiado en hallarla, así que mandó reunir a varios animales.
Pronto llegaron el venado, la liebre, el zopilote y el cocay. Muy serio, el Señor les dijo:
Necesito su ayuda; perdí mi piedra verde en la selva y sin ella no puedo curar. Ustedes conocen mejor que nadie los caminos, las cavernas y los rincones de la selva; busquen ahí mi piedra, quien la encuentre, será bien premiado.
Al oír esas últimas palabras, los animales corrieron en busca de la piedra verde. Mientras, el cocay, que era un insecto muy empeñado, volaba despacio y se preguntaba una y otra vez:
¿Dónde estará la piedra? Tengo que encontrarla, sólo así el Señor podrá curar de nuevo.
Y aunque el cocay fue desde el inicio quien más se ocupó de la búsqueda, el venado encontró primero la piedra. Al verla tan bonita, no quiso compartirla con nadie y se la tragó.
Aquí nadie la descubrirá ?se dijo?. A partir de hoy, yo haré las curaciones y los enfermos tendrán que pagarme por ellas.
Pero en cuanto pensó esas palabras, el venado se sintió enfermo; le dio un dolor de panza tan fuerte que tuvo que devolver la piedra; luego huyó asustado.
Entre tanto, el cocay daba vueltas por toda la selva. Se metía en los huecos más pequeños, revisaba todos los rincones y las hojas de las plantas. No hablaba con nadie, sólo pensaba en qué lugar estaría la piedra verde.
Para ese entonces, los animales que iniciaron la búsqueda ya se habían cansado. El zopilote volaba demasiado alto y no alcanzaba a ver el suelo, la liebre corría muy aprisa sin ver a su alrededor y el venado no quería saber nada de la piedra; así, hubo un momento en que el único en buscar fue el cocay.
Un día, después de horas enteras de meditar sobre el paradero de la piedra, el cocay sintió un chispazo de luz en su cabeza:
¡Ya sé dónde está! gritó feliz, pues había visto en su mente el lugar en que estaba la piedra. Voló de inmediato hacia allí y aunque al principio no se dio cuenta, luego sintió cómo una luz salía de su cuerpo e iluminaba su camino. Muy pronto halló la piedra y más pronto se la llevó a su dueño.
Señor, busqué en todos los rincones de la selva y por fin hoy di con tu piedra ?le dijo el cocay muy contento, al tiempo que su cuerpo se encendía.
Gracias, cocay, le contestó el Señor veo que tú mismo has logrado una recompensa. Esa luz que sale de ti representa la nobleza de tus sentimientos y lo brillante de tu inteligencia. Desde hoy te acompañará siempre para guiar tu vida.
El cocay se despidió muy contento y fue a platicarles a los animales lo que había pasado.
Todos lo felicitaron por su nuevo don, menos la liebre, que sintió envidia de la luz del cocay y quiso robársela.
Esa chispa me quedaría mejor a mí; ¿qué tal se me vería en un collar? ?pensó la liebre.
Así, para lograr su deseo, esperó a que el cocay se despidiera y comenzó a seguirlo por el monte.
¡Cocay! Ven, enséñame tu luz le gritó al insecto cuando estuvo seguro de que nadie los veía.
Claro que sí ?dijo el cocay y detuvo su vuelo. Entonces, la liebre aprovechó y ¡zas! le saltó encima. El cocay quedó aplastado bajo su panza y ya casi no podía respirar cuando la liebre empezó a saltar de un lado a otro, porque creía que el cocay se le había escapado.
El cocay empezó a volar despacio para esconderse de la liebre. Ahora, fue él quien la persiguió un rato y en cuanto la vio distraída, quiso desquitarse. Entonces, voló arriba de ella y se puso encima de su frente, al mismo tiempo que se iluminaba. La liebre se llevó un susto terrible, pues creyó que le había caído un rayo en la cabeza y aunque brincaba, no podía apagar el fuego, pues el cocay seguía volando sobre ella.
En eso, llegó hasta un cenote y en su desesperación, creyó que lo mejor era echarse al agua, sólo así evitaría que se le quemara la cabeza. Pero en cuanto saltó, el cocay voló lejos y desde lo alto se rió mucho de la liebre, que trataba de salir del cenote todo empapado.
Desde entonces, hasta los animales más grandes respetan al cocay, no vaya a ser que un día los engañe con su luz.

martes, 21 de junio de 2016

VIDA Y MUERTE



Los indígenas zoques, los o’depüt como se autodenominan, habitan en Chiapas. Como todos los pueblos cuentan con una interesante cosmovisión. Por ejemplo, para los zoques de Tuxtla,

El Lugar de los Conejos, los dioses crearon el cuerpo humano y lo dotaron de cuatro elementos vitales, sin los cuales los hombres no pueden vivir: el ánima, el alma; la copák, la cabeza; chocoy, el corazón; y los órganos sexuales, la vagina y el pene.

Al cuerpo humano llamado nitok, le da energía el ánima, gracias a ella hay movimiento y vida.

El alma tiene dos espíritus, uno está formado por el ánima que es inmaterial pero que puede pensar y razonar, y otro al que llaman nahual, animal que puede desprenderse del alma y puede ser bueno o maligno.

Copak es la cabeza donde se asienta la razón y la conciencia, guía a las personas y les proporciona luz. A su vez, el chocoy controla las pasiones y los sentimientos de los zoques, envía energía y fortaleza anímica a todo el cuerpo, y dicta el comportamiento de los hombres.

Como es de suponer los penes y las vaginas son los encargados de la reproducción y continuación de la vida. Cuando un zoque muere, las almas se dirigen al Tzapatá, El Petate de Piedra, tomando la ruta del Río Sabinal, hasta llegar al lugar de las ánimas llamado Cunguy anteriormente y hoy conocido como el poblado de San Fernando.

Dentro de las cuevas hay velas que alumbran el camino de las almas para llegar al Tsuan, donde la vida continúa y se es feliz.

Cuando los hombres vivos sueñan, las estrellas los dirigen al Tsuan para que visiten a sus difuntos.

El Día de Muertos, los que moran en el Tsuan sale para visitar a los vivos y disfrutar de las ofrendas que se les colocan en las casas.

Para que las almas lleguen con bien a este mundo, se les reza, se les ofrenda copal, y se les exhorta diciéndoles: ¡Vení, chalucas, a comé y a bebé, no seas flojo! ¡Dí, ay, pues, a quihoras vas a vení?

Ya que se van, se las despide con música de tambor y pito.

Al morir, los zoques tienen la esperanza de reencarnar en algún animal: un colibrí, un quetzal, una mariposa, un águila, o en el nahual que le corresponde.

lunes, 20 de junio de 2016

XELHUA



Cuenta una leyenda nahua del estado de Puebla que Xelhua fue un gigante que durante un diluvio se escondió en las grutas de la montaña del dios de la lluvia Tláloc y se salvó de morir ahogado junto con seis de sus hermanos; ninguno de sus otros congéneres pudo sobrevivir a tal catástrofe; algunos gigantes se convirtieron en peces. Sus hermanos se llamaban Olmécatl, Mixtecátl, Chichimécatl, y Tecpanécatl.
Los gigantes eran sabios, fuertes, considerados como los elegidos de los dioses, y respetados por el resto de la población formada por los comunes macehuales. Como era de suponer, tal supremacía causaba envidia en ciertas personas que empezaron a preparar una campaña de insubordinación de los macehuales. De tales manejos nada sabían los dioses.
Cierto día cuando estaba por cumplirse un siglo de cincuenta y dos años, Xelhua y sus hermanos se preparaban para llevar a cabo las celebraciones del Fuego Nuevo, según los cánones establecidos por la religión.
Una noche soñaron que los dioses les ordenaban subir a la montaña de Tláloc, el dios de la lluvia, porque pronto se produciría un enorme diluvio que acabaría con los envidiosos macehuales.
Los gigantes se aprestaron a obedecer a los dioses y se dirigieron a la montaña de Tláloc, donde se protegieron en unas grutas de la terrible lluvia que empezó a caer en forma de terribles serpientes venenosas. Un rayo le indicó a Xelhua que el diluvio había terminado.
Los dioses les indicaron a los gigantes que debían seguir su camino por diferentes rutas donde debían dar a conocer la grandeza de los dioses del Anáhuac. Así lo hicieron los elegidos de los dioses.
Una vez a salvo Xelhua caminó hasta llegar al Valle de Cuetlaxcoapan y al ver un cerro al que llamaban Zapotecas, recordó la montaña de Tláloc y quiso hacer una más grande para reverenciar al dios Tláloc. Puso manos a la obra, y ordenó a los hacedores de adobes de Tlamanalco que elaboraran muchos ladrillos, los llevaron hasta el Valle formando una fila india pasando los tabiques de mano en mano. Pero no contaban Xelhua con el enojo de Tonacatecuhli, que al ver que la construcción llegaba hasta el Cielo, envió fuego celeste y arrojó una gran piedra en forma de sapo para que matasen a los atrevidos constructores, pues pensó que era demasiada la vanidad de Xelhua y los tlalmanalcas.
Así se construyó, gracias a la sabiduría y religiosidad de Xelhua, el gran cerro situado en la Gran Ciudad de Tollan Cholollan, y al que se llamó Tlachihualtépetl; es decir, el Cerro Hecho a Mano. Además, el gigante Xelhua tuvo a bien fundar Teotitlan, Coxcatlan, Tehuacán, Teopantlan, Ixcaquixtan, Atlixco, Ecatepec y  varias ciudades más.


martes, 14 de junio de 2016

LAS TRES HERMANAS



Hace muchos años en la región del actual estado de Sinaloa, en el pueblo de Mázatl, hoy Mazatlán vivían tres hermosas hermanas que eran las hijas del cacique que gobernaba dicho pueblo.
Los habitantes del poblado querían mucho al mandatario ya que había sido muy buen gobernante, y el cariño se extendía hasta las muchachas, quienes además de bonitas eran muy bondadosas.
El pueblo estaba situado en la desembocadura del río Quelite, el clima era maravilloso, tranquilo, apacible y caluroso. Sin embargo, un funesto día, el clima empezó a cambiar y se produjeron terribles vientos huracanados que arrasaron con casas y sembradíos.
El mar empezó a subir en demasía; el gobernante, temeroso por la vida de sus súbditos, acudió con los sabios chamanes de la tribu para pedirles consejo acerca de lo que debía hacerse, a fin de detener la terrible catástrofe que estaban pasando.
Los sacerdotes chamanes, después de consultar a los dioses, le dijeron al gobernante que la solución estaba en sacrificar a una de sus hijas.
El tlatoani se mostró renuente a matar a una de sus niñas, pero ante los terribles vientos y la lluvia continua, una de las muchachas se presentó ante el mandatario y le informó que estaba dispuesta a sacrificarse para detener el horrible clima.
Cuando la joven caminaba por la playa hacia la mar dispuesta a morir, sus dos hermanas le dieron alcance afirmándole que no la dejarían morir sola. Así pues, las tres se adentraron en el océano y desaparecieron.
Cuando amaneció el día siguiente, el clima había mejorado sensiblemente, ya no había vientos, la lluvia se había detenido, y el mar ya no amenazaba con desbordar al pueblo.
Ante tanta maravilla, los indígenas salieron a la playa y, estupefactos, observaron que no lejos de ella habían aparecido tres hermosas islas, justamente frente al pueblo, a las que llamaron Isla de Pájaros, Isla de Venados e Isla de los Lobos.
          

lunes, 13 de junio de 2016

EL AUTOBÚS FANTASMA



Esta leyenda tiene su origen en una sinuosa carretera mexicana, donde existían quebradas y barrancos extremadamente peligrosos y era muy arriesgado realizar ese trayecto por la noche, especialmente con mal tiempo.
Una noche, un autobús partió desde Ixtapan de la Sal con dirección a Toluca, repleto de pasajeros. El viaje se desarrollaba con normalidad hasta que el conductor notó con terror que comenzaban a fallarle los frenos por lo que no pudo impedir que el vehículo se precipitara al fondo de un profundo barranco. Lamentablemente no hubo sobrevivientes ya que todos los pasajeros perecieron en forma inmediata.
Tiempo después, varias personas aseguran haber visto a un viejo autobús circulando por la carretera en noches de lluvia intensa. El autobús recoge sin problemas a las personas que aguardan en las paradas habituales y todo transcurre en la más absoluta normalidad, salvo con el pasaje como con el conductor que no emiten palabra alguna….
El viaje sigue hasta que el conductor, le indica al nuevo pasajero que debe bajarse allí de manera inflexible: debe bajar allí mismo o de lo contrario ya no podrá hacerlo. El pasajero se baja ante el pedido no sin antes recibir una nueva advertencia: no volverse para ver el autobús por ningún motivo. En el caso de que ignore esta advertencia, verá con terror que se trata del autobús fantasma, con los desgraciados cadáveres de quienes fallecieron en el siniestro….
El pasajero muere en forma inmediata o a los pocos días para pasar a formar parte como un fantasma más entre los infelices pasajeros.

viernes, 10 de junio de 2016

K´UK, EL QUETZAL



Algunas leyendas mayas relativas al origen del universo, cuentan que  Kukulkan, el dios creador, y Tepeu, el dios del Cielo, crearon al mundo. Cuando se afanaron en dar vida a las aves, el quetzal nació de los soplos que los dioses dirigieron a un árbol de guayacán. Con el soplo divino las hojas azul-verdosas del guayacán salieron volando, y en su vuelo adoptaron la formar de esta maravillosa ave de majestuoso y largo plumaje.
Kukulkán, el dios más importante del panteón maya, cuyo nombre significa Serpiente de Plumas, y precisamente de plumas de quetzal, se conoce en la mitología quiché con el nombre de Gucumatz. A este omnipotente dios se le veneraba mucho tiempo antes del asentamiento maya en la Península de Yucatán, y aun incluso antes de la formación de Chichén Itzá  en el siglo VI. El libro sagrado de los mayas quichés el Popol Vuh, relata que fue Gucumatz junto Tepeu, quienes, después de varios infructuosos intentos, dieron forma al mundo donde no existía nada sino un tranquilo y apacible mar. Inventaron la Tierra y la poblaron de animales y de seres humanos. Antes de la Creación, Tepeu-Gucumatz, la dualidad sagrada, vivía enterrada en plumas de quetzal. Un cierto día el dios triple llamado Uk’ux Kaj, Corazón del Cielo,  dios del Viento, las Tormentas y el Fuego, les despertó de su divino letargo con el propósito de inducirlos a realizar el acto supremo.
En el templo dedicado a Kukulkan, construido  por los mayas itzáes en el siglo XII d.C., en la mencionada ciudad de Chichén Itzá, ocurre un curioso fenómeno acústico. Se dice que en la famosa escalinata donde aparece en los equinoccios de primavera y otoño la Serpiente Emplumada descendiendo, si una persona hace palmas en la parte de enfrente de la escalinata, el sonido se propaga en el peralte de los escalones y se produce un eco distorsionado que se escucha como el suave canto del quetzal… De aquellos quetzales que llegaron en tiempos pasados y de los cuales nos dice el Chilam Balam de Chumayel:
Llegarán a su ciudad hace referencia a Chichén Itzá los itzáes, llegarán plumajes, llegarán quetzales, llegará Kantenal, llegará Xekik, llegará Kukulcán. Y en pos de ellos otra vez llegarán los itzáes…   
Y los quetzales siguen estando presentes.

miércoles, 8 de junio de 2016

LA CASA EMBRUJADA



Cuenta una leyenda de Querétaro que en una hermosa casa situada en el campo vivía una madre con sus tres hijos. Como la mujer se encontraba tan sola, decidió unirse a un hombre que le hacía la corte desde hacía tiempo. Pero el hombre era malo, y pasado un cierto tiempo empezó a maltratar a los hijastros: los golpeaba, los amenazaba, los mal alimentaba y les restringía el agua.

De los tres niños, el padrastro odiaba más a la pequeña que contaba con diez años. Con ella se ensañaba más; hasta que un día arrojó a la criatura por las escaleras y murió al instante. Para escapar al merecido castigo de la justicia, el cruel hombre, junto con la mujer y los niños restantes, huyeron hacia una ciudad desconocida.

La casa quedó vacía, y pronto fue habitada por otra familia. Los nuevos habitantes se quejaban de que escuchaban gritos y llantos lastimeros, y voces que no sabían de dónde procedían. A veces escuchaban golpes en una puerta y voces infantiles rogando que les dieran comida y agua.

Pero lo más terrible era que veía a una niña vestida de blanco que se paraba al borde de la escalera y era empujada por una mano invisible que la arrojaba hacia abajo. La escena se repetía día con día, y la familia, sumamente asustada, se vio en la necesidad de abandonar la casa embrujada, la cual desde entonces sigue desocupada, aunque los que pasan cerca de ella aseguran oír voces infantiles clamando clemencia.



miércoles, 1 de junio de 2016

UNA MUCHACHA VISITA VARIAS IGLESIAS



En la ciudad de Oaxaca vivía una familia que se apellidaba Solana y Gutiérrez. Esta familia era española.

Tenían una fábrica de hilados en la ciudad llamada San José, y una tienda grandísima de telas, atendida por empleados y por los mismos dueños.

Era una familia muy querida porque era caritativa. Los viernes acostumbraban darles comida, ropa y dinero a todos los pordioseros de la ciudad: hombres, mujeres, jóvenes y viejos.

Los pordioseros iban pasando a la casa donde se les servía comida y salían con su tambachito de ropa o de lo que les dieran.

La señora era muy bonita y las hijas también. Había una especialmente bonita. No recuerdo si era la más chica de ellas, porque había hombres y mujeres.

En una ventana que daba a la calle, para que uno pudiera ver si pasaba por delante, tenían en una repisa una fotografía de ella siempre con una veladora y flores.

Esa señorita se había suicidado. Había muchas versiones: que si una decepción amorosa, que si una enfermedad… no sé si se supo la verdad, sólo se sabía que se suicidó.

Pasaron los años. En una ocasión un taxista pasó por enfrente de la puerta del Panteón General, el más grande de Oaxaca. Eran las seis de la tarde.

En aquel entonces, en provincia, era como si fueran las diez u once de la noche.

Cuando el taxista pasó por ahí, vio a una señorita muy elegantemente vestida, con sombrero, bolsa, y guantes que le hizo la parada y le dijo – Me hace el favor de llevarme a las iglesias que le voy a decir. – Sí, está bien. – Lléveme primero a la Compañía, dijo la joven. El chofer la llevó. Ella se bajó del coche, entró a la iglesia, y al rato salió – Ahora me lleva a Santo Domingo. Y así el taxista la llevó a varias iglesias. Le dijo al chofer: – Ahora lléveme a donde me levantó. Y el chofer la llevó otra vez a la puerta del Panteón. Cuando llegaron le dijo al taxista: – Mire, no tenga desconfianza, no tengo dinero para pagarle, pero lleve esta tarjeta a la tienda de los Gutiérrez, preséntela ahí a mi papá o a mi hermano, ellos le pagarán inmediatamente.

Al chofer no le quedó más remedio que agarrar la tarjeta. Al otro día se presentó en la tienda de los señores de Solana y Gutiérrez. Se acercó un joven y le dijo: – ¿Señor, qué se le ofrece? – Mire señor, ayer por la tarde levanté a una señorita en la calle, en la puerta del panteón, y me hizo que la llevara a estas iglesias. Fue un recorrido de tanto tiempo, me debe tanto.

Pero la señorita me dijo que no tenía efectivo para pagarme, me dio esta tarjeta para que se las presentara a ustedes, y que cualquiera de ustedes me pagaría. Al muchacho se le fue el color y dijo: – ¿Está usted seguro. – Sí, señor, ¿usted conoce a la persona que me dio la tarjeta? – ¡Sí, cómo no! Pase por acá. Lo pasó al despacho de su papá, y le dijo – Lea esto, padre, ¿conoce la letra? – Sí, claro. – Padre, el señor viene a cobrar por las dejadas.

Los dos se quedaron callados. Entonces el papá le dijo al taxista: – Mire, señor, no se asuste, ni se preocupe por su dinero que se le debe se le va a pagar. Sólo que dudábamos, porque la persona que usted levantó lleva muchos años muerta.

No se asuste, no se espante, si algo más se le ofrece con todo gusto nosotros solventamos sus gastos.

Le pagaron al taxista, y le dijeron que fuera a ver a un médico, porque se puso a temblar. Cuentan que se enfermó.

Los familiares de la señorita le costearon los servicios médicos. Fue una sensación en la ciudad de Oaxaca en aquel entonces, pues fue un hecho verídico, porque la señorita existió y era de una familia muy conocida en la ciudad.