lunes, 30 de octubre de 2017

TRES BARCOS DE CRISTAL

En la iglesia de San Francisco en la población de Real de Catorce, en el estado de San Luis Potosí, se encontraban tres barcos de cristal de Murano -exvotos religiosos- que han dado pábulo a una hermosa leyenda, que nos narra que hace ya mucho tiempo, un barco fue atacado por una terrible tormenta en su travesía de Cuba a México. En el barco iban tres marineros que tenían mucha experiencia en el mar: se trataba de experimentados lobos de mar. Ante tan espantosa tormenta, pudieron aguantar gracias a su capacidad de marinos. Todos los demás murieron. Se encontraban en una terrible situación ya casi para morir, cuando vieron a un hombre que se acercaba a los restos del barco flotando sobre una tabla. Se trataba de un extraño hombre que lucía una luenga barba. Al acercarse a ellos les habló y les dijo que no se asustaran, porque les esperaba una larga vida y que aún no iban a morir.

Cuando los marineros llegaron a México contaron lo que les había ocurrido respecto a su milagrosa salvación. Agradecidos como estaban, le solicitaron a un famoso artesano que les hiciera tres barcos de cristal, sin importar el precio. Algunos meses más tarde el artesano les entregó a los marineros los exvotos que eran una maravilla.

El bondadoso hombre les ayudó a salir de su percance y los salvó de una muerte segura. Los marineros, agradecidos por la ayuda, le preguntaron al buen samaritano su nombre, a lo que éste respondió que se llamaba Francisco y que habitaba un pueblo llamado Real de Catorce, y que estaría muy contento si alguna vez iban por el pueblo y le buscaban.

Los sobrevivientes partieron a Real de Catorce llevando los exvotos para entregárselos al hombre barbado que los había salvado. Como no sabían su dirección, los marinos preguntaron por todo el pueblo por Francisco. Visitaron a todos los que los lugareños les decían, pero ninguno era el que buscaban.

Desesperados por no encontrarlo y con su carga a cuestas, decidieron entrar en la iglesia, para pensar lo que debían hacer. Y cuál no sería su sorpresa cuando vieron en el altar mayor la imagen del que les había salvado en la mar ¡Se trataba nada menos que de San Francisco de Asís! Maravillados, los tres marineros comprendieron que habían sido los beneficiados de un milagro que el santo les había hecho.

Los marineros le dejaron los exvotos-barcos a San Francisco, como parte de su enorme gratitud. Este fue el primer milagro del santito en tierras mexicanas y las primeras ofrendas que recibió. Después, el buen santo agarró fama de milagrero, y le iban a visitar de muchas partes del país que remediara las penas de los sufrientes.

En cierta ocasión el obispo de San Luis Potosí vio los exvotos en una de sus visitas a Real de Catorce y le gustaron tanto que se las llevó para su iglesia de la Merced en la ciudad capital del estado.


jueves, 26 de octubre de 2017

LOS AHORCADOS

En el pueblo de Jiutepec, Lugar de las Piedras Preciosas, sito en el estado de Morelos, vivía una familia que contaba con una buena situación económica y podía decirse que eran felices. La familia estaba extrañada porque oían ruidos misteriosos en el patio de atrás. Uno de los muchachos de la familia, que era bueno y amable, le dijo a su padre que escarbaran en ese sitio porque tal vez encontraran un tesoro, pero señor se negó.

En una ocasión la familia completa se fue de paseo a México, solamente se quedó en la casa el chico mencionado, y decidió escarbar en el patio aprovechando la oportunidad. 

Llamó a unos amigos suyos y se pusieron a trabajar. Nada encontraron de valor, sólo una calavera bajo un árbol. Asustados por el hallazgo, volvieron a enterrar la calavera y se fueron.

Desde ese momento, el muchacho de la casa escuchaba una voz de ultratumba que lo llamaba: – ¡Ven, ven, ven! decía la voz. El carácter del chico cambio por completo: se volvió peleonero, retobado y grosero. No quería hacer nada. Dejó de estudiar. Los padres le llevaron con un psiquiatra para que lo curara, pero fue un fracaso.

Tan mal se encontraba el muchacho que una mañana se ahorcó en el mismo árbol donde habían encontrado la calavera. La familia abandonó la casa. Tiempo después se rentó varias veces, pero los inquilinos no duraban nada viviendo en ella, se mudaban en seguida. Algo raro había en esa casona. Incluso, dos personas más se ahorcaron en el mismo árbol. 

El propietario ordenó que se quitara el árbol, y echaron agua bendita en todo el patio y principalmente en el hoyo que dejó el árbol. Pero todo siguió igual. Se seguía escuchando la voz de ultratumba que decía: – ¡Ven, ven, ven!

El dueño de la casa decidió venderla. Pero todos conocían la fama de la morada y nadie la quiso comprar por muy barata que estuviese, pues su valor bajo mucho. Como Jiutepec empezó a crecer y crecer, unos fraccionadores compraron la casa para construir unos condominios en el sitio. Todos los departamentos se compraron… Pasado un cierto tiempo, dos personas más se ahorcaron en los departamentos que correspondían al lugar del patio trasero. ¡La maldición seguía!


lunes, 23 de octubre de 2017

EL SEGOVIANO

En la Calle de don Bartolo de la Ciudad de Querétaro, se encuentra una casa conocida como La Casa de los Espantos. Esta casa, que ahora lleva como dirección en número 23 de la Calle de Pasteur Sur, cuenta con una terrible leyenda.

En dicha casona vivía, a finales del siglo XVII, un señor que se llamaba Bartolo Sardanetta, mejor conocido por su apodo: El Segoviano. Don Bartolo era un español sumamente rico. Su fortuna la debía al hecho de ser un prestamista que cobraba intereses muy altos a las necesitadas personas que acudían a él con la esperanza de remediar sus infortunios económicos. Cuando no le pagaban lo adeudado, el usurero se quedaba con los terrenos y las casas que los incautos le habían dejado en garantía.

Bartolo era un hombre solitario. En su casa solamente estaban los sirvientes y una hermana suya que fungía como ama de llaves. Corría el rumor por la ciudad de que El Segoviano estaba muy enamorado de esa hermana.

Un día en que era su cumpleaños, decidió hacer una fiesta como solía hacerlo en tal fecha. Llegó la noche y cuando se encontraba reunido con sus conocidos de la ciudad, hizo un extraño brindis y dijo: -¡Señores y señoras, brindo por mi hermosa hermana, por mi alma y por el 20 de mayo de 1701! Todos los invitados brindaron, aunque no entendieron muy bien el brindis en lo referente a la fecha mencionada.

Pasó un año, y al llegar la fecha del 20 de mayo de 1701, por la noche, en la bella casa de don Bartolo se escuchó un terrible ruido que espantó sobremanera a los vecinos que lo escucharon, quienes optaron por entrar a ver de qué se trataba tan espeluznante alboroto. Junto a la cama de El Segoviano, encontraron el cuerpo sin vida de la hermana quien había sido estrangulada. Y pegado al techo podía verse el cadáver del hombre.

Nunca nadie supo qué había sucedido con los hermanos. Fue un misterio hasta ahora no resuelto.


jueves, 19 de octubre de 2017

EL BAILE DE LOS CONDENADOS



Cuenta una leyenda de Durango que a principios del siglo XIX el músico y director Arturo Lugo gozaba de gran fama, debido a sus merecidos méritos. Por lo cual, los servicios de él y su orquesta eran muy solicitados para amenizar las fiestas a pesar de lo caro que cobraba por tocar. Solamente se dignaba tocar para las clases adineradas de la ciudad, nunca para los humildes aunque pudiesen pagarle. Le gustaba rozarse con las familias de alcurnia y dinero de la ciudad.

Una cierta noche llegó a su casa un hombre guapo, alto, vestido con capa y sombrero negros, y le pidió, con una voz baja y profunda, que tocara en un baile que estaba organizando. Le pagó con muchas monedas de oro y le dio su dirección. Al ver el alto monto de la paga, don Arturo aceptó inmediatamente. Al llegar la noche del baile, el músico acudió a la dirección indicada y al entrar en el salón principal los músicos se dieron cuenta que se trataba de un baile de mucho lujo, con invitados muy guapos y muy bien vestidos y con mesas plenas de exquisitos manjares.

Le extrañó a don Arturo no conocer a ninguno de los invitados, ya que conocía a todas las personas de alcurnia de Durango, pero pensó que se trataba de forasteros que habían llegado a la ciudad ex profeso para acudir al baile.

Los músicos tocaron como nunca, se lucieron. En uno de los descansos don Arturo caminó entre los numerosos invitados a fin de socializar. En eso estaba cuando se encontró con su comadre, a la que no veía hacía mucho tiempo. La mujer se extrañó de ver a su compadre y le preguntó qué era lo que estaba haciendo ahí. Al oír las razones por las que había ido el músico a animar la velada, la comadre quedó paralizada de horror y le dijo: – ¡Querido Arturo, váyase inmediatamente de aquí! Está usted a la entrada del infierno. Yo estoy muerta desde hace cinco años, y este es el baile de los condenados. El Diablo nos obliga a bailar y a reír por unas horas, para después someternos a terribles y horripilantes tormentos. ¡Váyase, ahora que aún puede!

El músico se dirigió rápidamente a sus compañeros para irse. En un momento dado, vio la cara burlona del hombre que lo había contratado y la piel se le erizó. Cuando los músicos intentaban marcharse se dieron cuenta que los invitados se retorcían presa de horrendos dolores, y sus caras se habían transformado en rostros donde se podía ver un miedo cerval. Salieron corriendo como almas en pena. Al llegar a la casa del director, don Arturo se dio cuenta de que habían dejado en la casona un violín muy caro y muy bueno.

A la mañana siguiente regresaron con mucho miedo a la mansión del baile para recuperar el instrumento. Al llegar a ella, se dieron cuenta que estaba abandonada y toda hecha una ruina. ¡Sobre una de las bardas de adobe que la rodeaba se encontraba el violín olvidado!

El músico se dirigió rápidamente a sus compañeros para irse. En un momento dado, vio la cara burlona del hombre que lo había contratado y la piel se le erizó. Cuando los músicos intentaban marcharse se dieron cuenta que los invitados se retorcían presa de horrendos dolores, y sus caras se habían transformado en rostros donde se podía ver un miedo cerval. Salieron corriendo como almas en pena. Al llegar a la casa del director, don Arturo se dio cuenta de que habían dejado en la casona un violín muy caro y muy bueno.

A la mañana siguiente regresaron con mucho miedo a la mansión del baile para recuperar el instrumento. Al llegar a ella, se dieron cuenta que estaba abandonada y toda hecha una ruina. ¡Sobre una de las bardas de adobe que la rodeaba se encontraba el violín olvidado!


miércoles, 18 de octubre de 2017

IZTACOÁTL

Durante una de las fiestas dedicadas a Iztac Cóatl, la bella Serpiente se molestó porque los habitantes en vez de tronar los tradicionales cuetes fabricaron “cambras” y las tronaron, hecho que no le gustó nada a la Serpiente. Entonces decidió irse del lugar. Así pues, se enrolló sobre el coatetl y, muy enojada, se dirigió hacia el Poniente.
Nadie sabe exactamente a dónde se fue, pero la conseja popular afirma que se encuentra en un cerro que recibe el nombre de San Agustín de la Barranca, sito en el Municipio de San Agustín Metzquititlan, en el estado de Hidalgo, lugar al que la Serpiente Blanca donó de muchos atractivos naturales, como lo había hecho con su antigua morada.
Sin embargo, los habitantes de Iztaccuatépec la siguen adorando con el mismo fervor, pues esperan que su adorada Serpiente Blanca regrese a su lugar de origen. Una leyenda nos cuenta que en cierta ocasión cayó una terrible nevada en los pueblos vecinos a Chachahuantla, pero en éste ni un solo copo de nieve se pudo ver y no se perjudicó.
Al notar este hecho tan particular los habitantes de Chachahuantla supieron que, aunque su querida Serpiente se hubiese ido, aún protegía a los pobladores de los males de la naturaleza. Es por ello que aún se la adora y se espera que algún día regrese, como nuestro querido Quetzalcóatl.

martes, 17 de octubre de 2017

SERAFINA Y EL VASO CON LECHE



En la antigua Calle de las Pilastras de Lagos de Morelos, Jalisco, vivía don Hermenegildo Gallardo y Portugal, hombre linajudo y rico que tenía una hija que gustaba demasiado de la soledad y la melancolía. Para tratar de remediar su mal, su padre decidió que estudiara música. Fue a la iglesia y el sacerdote, su amigo, le recomendó a un maestro que se llamaba Rosendo Iriarte y que contaba con veinte años más que la joven, quien tenía solamente dieciocho. Poco tiempo después de iniciadas las clases de música, en las que Serafina se mostraba un tanto cuanto apática, ambos se enamoraron. Rosendo solicitó la mano de Serafina, pero don Hermenegilgo, furioso ante tal atrevimiento, se la negó, pues el maestro no era rico ni de buena estirpe.

El cura de la iglesia que la había recomendado a Rosendo intervino a favor de éste y logró convencer al padre de que se efectuase el matrimonio. De luna de miel los recién casados se fueron a San Luis Potosí. Pasados tres días, Serafina no quiso levantarse de la cama, estaba nerviosa, tenía delirios y parecía como perdida. Tuvieron que suspender la luna de miel.

Cuando regresaron a Lagos de Morelos, Rosendo consultó varios médicos para que aliviaran a su joven esposa, pero ninguno sabía qué mal padecía y no la pudieron curar. Por ciertos rumores que corrían en Lagos, Rosendo se enteró que Serafina era la heredera de una nada despreciable fortuna, y de que la madre de su esposa había muerto de ese mismo extraño mal, aun siendo muy joven.

Una noche que se encontraban merendando, Rosendo, con intenciones de que se agudizara su locura y muriese pronto su esposa, derramó un vaso con leche en la mesa. El blanco líquido cayó sobre el regazo de Serafina, a quien el hecho alteró mucho y furiosa y desquiciada, tiró al suelo a su marido con todo y silla. Enloquecida por completo, la mujer le clavó los dedos en la garganta a Rosendo. Las carcajadas que se echaba Serafina atrajeron a unos vecinos, quienes al entrar se encontraron con Rosendo tirado en el piso, ensangrentado y muerto. Serafina continuaba con sus carcajadas, al tiempo que recorría la casa y los patios rasgándose las vestimentas mojadas con la leche.

Al enterarse don Hermenegildo de lo acontecido acudió a la casa de su hija. La pobre Serafina fue internada en un sanatorio para dementes hasta su muerte algunos años después.


miércoles, 11 de octubre de 2017

EL HOMBRE DE NEGRO



Margarito y Néstor López vivían en la Calle de Hebe en la Ciudad de Aguascalientes, en hermosas casas de cantera. Eran sumamente ricos, caritativos y devotos. Después de efectuarse la Sagrada Eucaristía en la misa de todos los días en el Templo de Guadalupe, invitaban a sus amigos a desayunar en sus casas. Era una costumbre que a todos gustaba.
En el año de 1860, los hermanos salieron de sus casas y en el camino se juntaron con Lucas Infante y su familia, más otras personas que pasaban por ahí, para dirigirse al Templo como acostumbraban. La esposa de Néstor iba muy afligida, pues los médicos le habían dicho que su hija Lupita se encontraba muy enferma y que solamente un milagro podría salvarla. La mujer ansiaba llegar pronto al Templo para pedirle a Dios que la salvara. Todos iban contentos menos la pobre mujer.

En un momento dado, cerca de la huerta de la familia Leos, se apareció un hombre muy alto, vestido de negro y tocado con un chambergo de ala muy ancha. Al acercarse tal hombre al grupo, todos los integrantes se pusieron a temblar y sudar de miedo. Poco después, el hombre había desaparecido. Al llegar al Templo todos estaban verdaderamente asustados y nadie hablaba de lo acontecido. Una vez terminada la misa, nadie acudió al tradicional desayuno en casa de Margarito, excusándose por ello.

Al día siguiente, al acudir las personas a misa, volvió a suceder lo mismo. Apareció el extraño hombre y volvió a desaparecer. Este raro suceso se produjo durante un mes. Las familias del grupo dejaron de ir a misa a esa hora, pero Margarito y Néstor, con sus respectivas esposas siguieron acudiendo a la primera misa. Cada mañana veían al hombre de negro, pero nadie comentaba nada.

Las personas que ya conocían el hecho pensaban que era un alma en pena y le nombraban El Aparecido de la Verada, pero todas le tenían mucho miedo a este hombre vestido de negro con un inmenso chambergo, y ojos redondos y negros como el azabache.
Un día del mes de noviembre, el hombre de negro se apareció como ya era costumbre, pero con una horrible voz de ultratumba le dijo a don Néstor: -¡Tú tienes una hija muy enferma, llévame con ella para que la cure! Al oír la terrible voz, todos salieron corriendo hasta la iglesia, y le contaron al sacerdote lo sucedido, con el fin de que los aconsejara lo que debían hacer. El padre, les dijo a los hermanos López que accedieran a la petición del hombre de negro.

Cuando al siguiente día volvió a presentarse el hombre del chambergo, repitió que quería curar a la niña de Néstor y desapareció. Al dirigirse Néstor a su casa, su esposa le dijo que el hombre misterioso estaba con Lupita. Rezaba, hacía ademanes extraños y, para terminar le puso la mano en la cara y desapareció. Al momento la pequeña sanó completamente. Los López nunca más tomaron el mismo camino hacia la iglesia, cambiaron su ruta.

La niña volvió a jugar, sana y salva, con sus amiguitas en el Jardín de San Marcos. ¡Pero en su carita habían quedado marcados para siempre la huella de los dedos del hombre de negro!


LONGINOS Y EL ABANICO



En el Callejón de las Golosas de la colonial Ciudad de México, vivía Longinos Peñuelas, un hombre muy rico y todo un contumaz Don Juan, dedicado a seducir mujeres para luego abandonarlas, sin importarle el daño que hacía. Una noche que regresaba a su casa después de haber dormido con una bella mujer casada, pasó por una casona en uno de cuyos balcones se encontraba una hermosa chica con vestido blanco, que llevaba en una mano un abanico de encajes con el cual se abanicaba coquetamente. Al pasar Longinos se le cayó un pañuelo a la bella y éste se apresuró a devolvérselo a la damisela. Al verla tan bonita se puso a platicar con ella y quedaron en verse las siguientes noches a escondidas de su padre a la medianoche.

Una de esas noches, Longinos trató de besar a la joven y ella puso el abanico entre los dos, el cual se rompió por la mitad. Pasadas unas noches, el galán le propuso que se escapara con él; ella aceptó, pero con la condición de llevarse a su pequeño hijo, un lindo nene. El Don Juan aceptó y al día siguiente acudió a la casa de su dama con varias horas de anticipación. Al llegar a la casona se percató de que se veía muy vieja y como si estuviera abandonada de tiempo atrás. Desconcertado, llamó a la puerta, pero nadie le abrió por mucho que insistió con la sonora aldaba. Entonces, Longinos decidió preguntarles a unas mujeres que pasaban por ahí si sabían por qué ningún criado le abría la puerta.

Ellas le respondieron que esa casa estaba cerrada desde hacía diez años, y que había pertenecido a Hermenegildo Alcérreca y a su hija Rosaura, y que ya nadie vivía ahí. Le dijeron que después de haberla habitado por tan solo unos meses, los moradores se habían marchado y que desde entonces se escuchaban terribles y desgarradores gritos a la medianoche.

Longinos trajo a un cura y a un cerrajero que abrió el portón. La casa estaba en completas ruinas, Cuando el frustrado enamorado subió al cuarto desde cuyo balcón vio por primera vez a su amada, descubrió que estaba completamente a oscuras. Al prender una vela vio en la cama los esqueletos: el de una mujer y el de un bebé. En la mano descarnada de la mujer podía verse la mitad de un abanico de encajes. El sacerdote que acompañaba a Longinos echó agua bendita sobre los esqueletos y rezó por el descanso eterno de esas dos almas.

Al salir de la casa, destrozado y llorando por la pena de haber perdido a su amada, Longinos se topó con el esposo de la última mujer casada a la que había seducido. El marido, loco de furia, sacó su espada y se la clavó en el pecho al pecador, quien al instante murió.