domingo, 31 de enero de 2016

LA VENGANZA DE ERERI



Había una vez una pareja que vivía en las mojoneras de Pátzcuaro: Tariácuri y Ereri.
Se amaban tanto como querían a su pequeña hija recién nacida a la que habían puesto el nombre de Itzuri, Agua.

La niña era muy bella a sus tres años de edad: sus ojos eran rasgados y ambarinos, su pelo negro, lacio y brillante, sonreía a todo el que se le acercaba, en una palabra: tenía ángel.

Cuando Ereri salía al mercado a vender las blusas que bordaba, todas las personas chuleaban a la pequeña.

A tres casas de donde vivía Ereri, moraba una mujer de cuarenta años casada con un albañil al que detestaba, pues lo culpaba de no haber podido tener críos en todos los años de casados.

Guadalupe vivía amargada viendo que la vida se le iba y ella continuaba yerma.

Cada vez que veía a Ereri salir con Itzuri sentía que el estómago le revoloteaba de coraje, le daban cólicos y vomitaba de la envidia de ver a una niña tan bonita que no le pertenecía.
Guadalupe no le dirigía la palabra a Ereri nunca, pero un día no pudo más y deseo conocer de cerca a esa encantadora niña que le hubiese gustado que fuera suya. Se acercó a la madre e hija, elogió a la pequeña y le pidió a Ereri que se la dejase cargar.

Ereri se resistía porque no le gustaban las malas vibras de Guadalupe; sin embargo, consideraba que era una grosería negarse, ya que en definitiva nunca le había hecho nada malo. Así que le prestó a Itzuri un momento.

Al día siguiente la niña lloraba mucho, vomitaba, tenía terribles molestias en los ojos, mucha diarrea, y un espantoso olor agrio.

En seguida, la pareja llevó a la niña con el médico, pero sus artes de nada sirvieron  y pasados dos días la niña seguía igual si no peor.

Desesperados, acudieron al curandero, don Noé, quien en seguida diagnosticó que se trataba de un terrible maleficio llamado “mal de ojo”, ocasionado por una mujer envidiosa, y que había que proceder a una kutsúrhentani o “limpia” lo más pronto posible porque el caso era desesperado.

En seguida, don Noé hizo un ramo de hierbas aromáticas: Pirul, albahaca, romero, santa maría, con el que “limpió” el pequeño cuerpo; le pasó por el cuerpecito un huevo de gallina que tomó un color verde oscuro, lo que indicaba que la niña había recibido un embrujamiento; cubrió su cuerpo con humo de tabaco y la salpicó con agua bendita , rezó con toda devoción para que los santos la libraran del mal, Pero todo fue inútil, al siguiente día Itzuri murió en los brazos de su madre.

Enloquecida, Ereri se dirigió a la casa de Guadalupe y con un certero golpe de machete le cortó la yugular.

sábado, 30 de enero de 2016

ADELFA



Mi nombre es Adelfa, mi apelativo latino es Nerium Oleander; cada país de este mundo me llama de diferente forma.

Soy muy bella, nací de un arbusto alto de seis metros, de hojas estrechamente elípticas. Puedo ser blanca o rosada según lo desee. Puedo decir que formo parte de la flora de todos los continentes.

Pero así como soy de hermosa lo soy de peligrosa, pues en mis componentes químicos poseo elementos activos que pueden dañar el corazón de las personas y provocarles mucho daño en su cuerpo.

Puedo decir que por mi culpa murió Adelita, una dulce jovencita a la que su novio regalaba frecuentemente grandes ramos de mi persona a insistencia de Imelda, la prima de la niña, que le decía a Manuel que la adelfa era la flor preferida de su prima.

Imelda estaba locamente enamorada de Manuel, a quien quería, sin esperanza, desde que era una cría.

En una ocasión, Manuel, el novio de Adelita, se presentó en su casa como de costumbre llevando un ramo de rosadas adelfas.

La chica colocó las flores en su jarrón de cristal, y guardó una para tenerla en la mano mientras platicaba con Manuel en la terraza de su casa. Imelda los observaba llena de celos y envidia. Algún día tendría que suceder lo que había esperado por tanto tiempo. Y ese día llegó.

Emocionada por la plática amorosa, Adela se llevó a la boca la hermosa flor de mi persona y la mordisqueó hasta que se la comió toda.

Pasado un cierto tiempo, Adelita se empezó a sentir mal: el estómago se le descompuso, tenía vómitos y náusea, sus nervios se descompusieron y pasaba de la agitación nerviosa a la depresión, tuvo compulsiones, disnea y arritmia, y en un momento dado el corazón se le paró.

Ante tan tremendo cuadro nadie supo qué  hacer. Cuando los desesperados padres reaccionaron y llamaron al médico, fue demasiado tarde:

Adelita murió en los brazos de Manuel y bajo la mirada satisfecha de su prima Imelda, que sonreía ligeramente satisfecha del resultado de su paciencia.

Todos lloraron a la jovencita muerta cuando la enterraron en el Panteón Francés de la Ciudad, pues había sido en vida una chica muy querida por su bondad y dulzura.

Pasados seis meses Imelda y Manuel se casaron. Como dice el dicho popular: El muerto al hoyo y el vivo al bollo.

Es por ello que afirmo que yo Adelfa maté a Adelita, la dulce novia del poco devoto Manuel.

viernes, 29 de enero de 2016

LA NIÑA DE BLANCO



Esta historia que le pasó a una niña como de catorce años que por cierto era muy bonita, se llamaba Mireya. Ella constantemente veía figuras, sombras que nadie más veía, y oía voces. Una vez fue a la casa de una compañera, Marisa, a hacer la tarea de la escuela. Se metieron en la recámara de la amiga para que no las interrumpiera nadie y para estar tranquilas. Después de un momento la amiguita le dijo a Mireya:

– Espérame, voy por agua para que estemos tomando, porque hace mucho calor.

Entonces, Mireya oyó que la llamaban por su nombre y volteó hacia el lugar de donde venían unas voces que la llamaban y la llamaban:

– ¡Mireya, Mireya!

En ese momento vio cómo se abrían las puertas de un ropero que estaba en el cuarto y que una luz brillante, muy bonita, salía de ahí; la luz era una niña de blanco que le decía:

– ¡Ven, ven!

Mireya se levantó de la silla y caminó hacia el ropero donde se metió. Las puertas se cerraron, ella se desmayó. En su desmayo dice que la niña de blanco la llevaba de la mano a través de la pared, hasta el infinito. Llegaron a una fuente muy bonita donde había muchos niños que llegaban a tomar agua que tomaban con sus manitas. Todos le decían que los ayudara, porque ellos eran niños del Limbo, y no tenían luz.

En ese momento la niña se despertó y empezó a pegar en el ropero desde adentro. Todos los que la andaban buscando la oyeron y la sacaron de ahí. La sentaron, la despertaron bien, le dijeron que no había pasado nada, y la dejaron sola para que descansara. Entonces, la niña de blanco salió por la puerta y le dijo:

– ¿Por qué despertaste, por qué nos dejaste solos?

Cuando pronunció estas  palabras, entraron varios niños que dijeron que no los dejara, porque ellos eran del Limbo, que se la habían llevado porque ella era inocente y los podía ayudar. Cuando entraron al cuarto las otras personas, la niña estaba hablando sola. Le preguntaron que con quién estaba hablando, y ella les dijo:

– Con los niños.

– Pero si no hay niños.

– Sí, cómo no, miren, están ahí en aquella esquina.

Todos alcanzaron a ver figuras como si fueran sombras, sombras de alguien. La señora de la casa exclamó:

-¡Ave María Purísima!

Y la niña se paró y dijo:

– No diga eso, porque entonces se van a ir.

Mireya siguió y siguió hablando con los niños. Las personas se hicieron a un lado porque les dio miedo. De repente, la niña de blanco se acercó a Mireya y la quiso tocar. Empezó a salir mucho humo como si algo se estuviera quemando, o como hielo seco, todos lo vieron y Mireya se desmayó.

Nadie se explica qué pasó. A Mireya nunca más le volvió a pasar nada extraño. Pobres niñitos del Limbo.

jueves, 28 de enero de 2016

LA CHOCOLATERA



Cuando nosotros, la familia Cabrera Torres, vivíamos en la calle de Perú, en la Ciudad de México, había una señora indígena llamada Adelaida, que cada ocho días le llevaba el chocolate de metate a mi mamá a la casa, nunca fallaba y mi mamá, doña Emma, siempre le compraba el suficiente chocolate para toda la semana, pues desayunábamos y cenábamos unas grandes tazas llenas de espumoso chocolate que mi madre sabía hacer muy bien.

Un día mi mamá estaba en la cocina preparando la comida junto con Soledad, la cocinera.

La cocina, que era muy grande, estaba muy al fondo de la casa.

De repente, vio por el pasillo pasar a la señora Adelaida y meterse en su recámara, sentarse en el suelo y sacar de su canasta el chocolate y repartirlo como si lo estuviera vendiendo en algún puesto del mercado.

Entonces, mi mamá le dijo a Soledad:

–Ahorita vengo, voy a recibir a Adelaida porque ya llegó con el chocolate, lo voy a escoger.

Y se fue mi mamá a la recámara. Cuando entró en ella resulta que Adelaida no estaba, no había nadie.

–¡Ay, qué raro!, ¿dónde se iría? Pues si yo la vi perfectamente que entró y sacó su mercancía.

Les preguntó a todos los que estaban en la casa si habían visto a Adelaida, pero no, nadie la había visto.

Pasaron varias semanas y Adelaida nunca apareció para vender el chocolate a mi mamá.

A los dos meses, fue su nuera a avisarle a mi mamá que Adelaida había muerto el mismo día que se le apareció a mi madre en la recámara.

Se había ido a despedir de mamá a la que quería mucho.

miércoles, 27 de enero de 2016

LA MUJER ARRUGADITA



Cuando yo tenía siete años vivía en un pueblo del Estado de México con mi abuelita. Una noche le dije a mi abuela:

– Ahorita vengo, voy a la esquina.

– ¿A qué vas?, ahorita ya no hay nada abierto, ya todo está cerrado.

– Voy con mi tío.

Caminé como cinco minutos. Antes de llegar a la casa de mi tío había un arroyo que le llamaba el Corriente.

Había un puente con unos foquitos que alumbraban el agua que iba corriendo.

Cuando llegué al puente vi a una señora parada.

Llevaba una blusa blanca y el cabello muy largo, le llegaba a la mitad de la espalda.

Me acerqué a ella porque estaba llorando recargada en el barandal, y le dije:

– Oiga, señora, ¿le pasa algo?

Negó con un movimiento de cabeza.

– De veras, mire, si le pasa algo vamos ahí enfrente, ahí vive mi tío, yo la llevó para que se le pase lo que tiene.

Entonces me contestó con la voz de una persona de ochenta años.

El cabello le caía en la cara y no se le veía. Me dijo:

– ¡No!

– De veras, la llevó ahí a la casa de mi tío; o si quiere voy por él. No sé que tenga usted, pero está llorando y le va a dar el frío.

– ¡No! ¡Y vete!, me contestó enojada.

– ¿Ay, señora, todavía de que me estoy preocupando porque usted está ahí parada con el frío que hace y llorando me corre? Pues entonces quédese ahí.

– Es que estás muy chiquita, me respondió.

En eso volteó y le vi su cara arrugadita.

Me espanté mucho y me puse a correr el poquito tramo que me faltaba para llegar a la casa. Llegué tan pálida que mi tío me preguntó:

– ¿Ay, que te pasó?

– Es que ahí afuera hay una señora que está llorando, sola,  me dio lástima y le pregunté que qué tenía. Me dijo que nada que mejor me fuera, que estaba muy chica.

Está bien fea, tío, está bien viejita, muy alta, de espaldas no parece una persona grande.

– Pues ya no sales, me dijo mi tío.

Mi tío y su esposa se asomaron a la calle y vieron que una señora iba caminando arriba del agua del arroyo, al ras del agua, no se le veían los pies, iba como volando.

Toda vestida de blanco y con el pelo largo y muy negro. Se metieron rápido a la casa y cerraron las puertas, para que nadie saliera.

Mi tío me dijo que me iba a acostar con mi prima que era más chica que yo, como de cinco años.

– ¿Qué es lo que viste?, me preguntó mi prima.

– Pues una señora muy fea.

– A ver, dijo mi prima mientras se asomaba a la ventana.

Dio un grito muy fuerte y cayó desmayada sobre la cama que estaba pegada a la ventana, me golpeó porque yo estaba sentada ahí.

– ¿Qué te pasó?, le pregunté.

Mi tío, mi tía y mis primos entraron corriendo al oír el grito. La acostaron, le pusieron alcohol y la reanimaron.

Cuando la niña volvió en sí dijo que cuando se había asomado había visto una cara de mujer llena de sangre.

Al otro día, mientras barrían la parte de la calle que daba a la ventana, encontraron muchas huellas de cruces en la tierra, como si alguien hubiera tirado al aventón muchas cruces y se hubieran quedado marcadas las cruces en la tierra.

No sé que haya sido. Lo único que sé es que la señora pasó por ahí y que mis tíos la vieron flotando, porque ni siquiera iba caminando.

LA CREACIÓN DEL MUNDO



En cuanto a la creación del mundo, había sido destruido una vez, y las gentes habían sido creadas de rocas, y que en la primera creación, los dioses habían creado cuatro soles bajo cuatro figuras, según se muestra en sus libros. 
El primero de los cuales se llama Chalchiuhtonayo, que es como dios de piedras preciosas, y que los que vivieron bajo este sol, murieron ahogados y algunos tornáronse en peces y otros vivían de una yerba del río nombrada acicintli. 
El segundo sol se decía Chalchiuhtonatiuh y los que vivieron en éste comían una yerba cencoccopi y murieron todos abrasados en fuego del cielo, de los cuales, unos se convirtieron en pavos, los otros en mariposas, los demás en perros. 
El tercer sol se llama Yohualtonatiuh que quiere decir sol oscuro y nocturno. Los que vivieron bajo éste comían mirra y resina de los pinos, de los cuales hay gran abundancia en este país, y estos murieron devorados por bestias salvajes, que ellos llaman... laguna que quiere decir gigantes, de los que entonces hubo en Nueva España como contaremos después. 
El cuarto sol se llama Ehecatonatiuh que quiere decir sol de aire. Los que vivieron bajo este sol se nutrían con el fruto de un árbol que se llama mizquitl, del cual hay gran copia en la Nueva España, el cual fruto los indios tienen en muy grande estima, y de él hacen bollos para llevar cuando van de camino, y para guardar para lo largo del año, y en verdad es un buen fruto. Estos murieron por tempestades de vientos y se volvieron monos. 
Cada uno de estos soles no duró sino veintitrés años y se perdió en seguida. 
Y habiéndoles preguntado que si el sol perecía con los hombres cómo luego salían y se producían otros soles y hombres, respondieron que los dioses hacían estos soles y estos hombres. 
Dicen también que sus antepasados les han dicho que el mundo fue destruido por las aguas, y así fueron ahogadas todas las gentes, a causa de los pecados que habían cometido contra los dioses, además que ellos habían descendido al infierno donde las almas eran quemadas. 
Y que por esta causa, los que fueron creados después habían de quemar los cuerpos y guardar las cenizas porque esperaban que Mictlantecutli, dios del infierno, los dejaría salir y así resucitarían otra vez. En lo cual se ve bien que el demonio les decía una verdad para hacerles creer mil embustes.


martes, 26 de enero de 2016

EL DAÑO QUE SUFRIÓ CARLITOS FUE IBOÑARA



Carlitos era un buen muchachito tepehuano de quince años que amaba la vida.

Los dioses lo habían dotado de una inmensa belleza que dejaba pasmados a todos los que le veían. Vivía en un pueblo llamado El Mezquite.

Todos los días que salía al campo a trabajar, una mala mujer llamada Gregoria, lo acechaba y lo veía embelesada.

Un día Gregoria llamó a Carlitos desde la puerta de su choza y le ofreció un vaso de aguamiel que el muchacho aceptó gustoso.

Se hizo costumbre, y siempre que pasaba el joven hacía sus labores, Gregoria le invitaba su vasito.

Ni que decir tiene que la madura mujer estaba enamorada de Carlitos, pero sin ser correspondida, pues el jovencito tenía su noviecita.

Desesperada, la mujer por la inocente indiferencia del chico, decidió acudir con un brujo de otro poblado para hacerle un “daño” al hermoso mozalbete.

Al siguiente día, Carlitos pasó por la casa de Gregoria y, como de costumbre, bebió el vaso de aguamiel.

Pero el aguamiel estaba preparado para causarle la iboñara.

Cuando Carlitos regresó a su casa empezó con dolores de estómago y de huesos, y así siguió varios días hasta que la madre del chico decidió que lo viera un curandero, quien en seguida diagnosticó por medio del sueño la iboñara y procedió a llevar a cabo la ceremonia de “consagrar”.

Empezó por rezar tres credos, dos magníficas y nuevamente, tres credos; trazó tres cruces con agua bendita en los hombros de Carlitos, y le dio una limpia con un instrumento que el curandero preparó ex profeso: una varilla de madera a la que se amarran plumas de aguililla, que le sirvió para realizar los cinco “pases” que debían “cortar la enfermedad” haciendo los movimientos a los cuatro vientos.

Además, colocó una ofrenda a los santitos, las divinidades, para  que le ayudaran en la curación. Al terminar, el curandero recomendó a Carlitos que no le diera la mano a nadie, observara abstinencia sexual, y no se bañara.

El mocito cumplió las instrucciones.

A los cuatro días Carlitos estaba completamente curado, Su padre, don Enrique, se enteró de que la iboñara la había causado la tal Gregoria.

Acudió con las autoridades indígenas del pueblo a la casa de la mala mujer y, de común acuerdo, decidieron desterrar a la malvada que quiso matar a Carlitos por un amor mal entendido.

viernes, 22 de enero de 2016

EL TESORO DEL NEVADO DE TOLUCA



Todo principió al finalizar el año escolar de 1942. Gilberto, amigo y compañero de estudios, me invitó a pasar las vacaciones en un pequeño rancho próximo al Nevado de Toluca, accedí gustoso y para hacer ejercicio, realizamos el viaje a pie. Aquel pequeño rancho había sido propiedad de su padre, que a su vez lo había heredado de su abuelo y éste, de su tatarabuelo.

Todos los días nos levantábamos temprano para excursionar por los montes, unas veces a caballo y otras a pie. Después tomábamos un baño en un manantial de agua caliente.

Uno de tantos días amaneció lluvioso y resolvimos quedarnos en casa. Para distraernos subimos a las galeras donde sus antepasados guardaban todo lo que ya no les era útil.

Para nosotros ese lugar fue muy atractivo, encontramos cosas de mucho interés y gran valor; pero llamó poderosamente nuestra atención un cajón a manera de cofre de pirata que contenía papeles; los leímos con avidez por tratarse de la historia de la familia de Gilberto.

Entre estos documentos encontramos un pliego escrito hace más de 150 años, en papel corriente, escrito con lápiz; no obstante el paso de los años, se leía con claridad. El documento tenía documento tenía el color amarillento de los papeles viejos, al desdoblarlo se separó en partes, acomodadas por nosotros pudimos descifrar su contenido.

Iniciamos su lectura con gran sorpresa y encontramos lo siguiente.

"Año de 1760, yo, Bartolomé Juan del Castillo, en nombre de Dios Padre que me crió y me conserva, hago la confesión siguiente:

Siendo el jefe de los ladrones que operaban en la Sierra del Nevado, yo como depositario de grandes robos de conductas que llevaban grandes tesoros que se conducían a España y que pasaban por estos campos y de varios puntos de los minerales.

Declaro en nombre de Dios Todopoderoso, ser cierto todo lo que voy a escribir”

“Declaro que en la Cañada del Jicote que se halla en los Montes de los Estrada, de su lugar donde se juntan dos aguas una chica y otra mayor, de allí por abajo donde hace un salto chico, está un subterráneo, su puerta es pequeña, apenas puede caber el cuerpo de un hombre, está al pie de una corta peñita, dicha puerta está cubierta con una losa que a su vez está cubierta con tierra, aquí hay intereses muy grandes. Y del salto para arriba, en está misma cañada está otra que no tiene peña, está en la loma o costado de la cañada, está donde hay muchas hierbas de otatillo.

De allí mismo, subiendo rumbo al poniente, hasta llegar a la cumbre de la loma del Espinazo, estando allí encima del sur, se tomará a la derecha para abajo hasta dar con un cerrito chico que tiene muchos árboles, allí mismo se buscará un encino con dos brazos que figuran codos, uno está mirando a Zacualpan y otro al veladero, al pie están ocho botijas de dinero enterradas. Se tomará rumbo abajo hasta dar con una agüita muy pequeña que sale del mismo cerro y va dar un salto chico, a un lado está la puerta de la cueva, la mitad está en el salto grande, si lo encuentras te harás rico, allí está el convoy que se le quitó al virrey O Donojú en el paso del macho, este fue como un millón de dinero, al frente se encontrara un altar hecho de mezcla donde está colocado el señor del hospital, que es el que veneraban antes más.

También se encontrarán los útiles de plata y oro con que se servía el virrey, en el interior está la gran cantidad de barras de plata formando un camellón, también se encontrará un gran depósito de ornamentos y a un lado otro altar con el Cristo de oro del Virrey, allí está también el esqueleto de don Cristóbal de Nova, que murió atado por querer entregar a los españoles este tesoro.

Hijo mío, pocos son los días que me restan de vida y mi alma está devorada por crueles remordimientos. En este fatal estado pienso y recuerdo tu orfandad desde la muerte de tu tierna madre, muerta de ti, la que te dio a luz; quiero recompensarte a ti y a Inés mi hermana, por sus humanitarias acciones.

Hijo mío, sabes que tienes un padre que tú no conoces, vive todavía, pero que enviado en un mar de crímenes, hace horribles memorias al título honroso de padre. Cometí varios crímenes, unas veces empujado por venganza y otras por la defensa que debía hacer de mi persona.

En fin, querido Paulino, tú comprenderás que yo quiero hacerte el bien y pido a Dios te conserve muchos años.

Los tesoros son muchos, puedes acompañarte de quienes gustes, no importa cuántos sean, para todos alcanza; una sola condición te pido, que mandes decir muchas misas para que Dios nos perdone, tanto a los malhechores que anduvieron conmigo, como a mí.

Todos los objetos sagrados que pertenecen a la Iglesia como cálices, custodias, vasos sagrados, patenas y demás ornamentos religiosos, te ruego querido Paulino, hagan diligencia para que sean entregados a la Iglesia y puedan ser utilizados para lo que fueron hechos; con todo lo que sobre se remediarán; pues como te he dicho: hay tantos tesoros como para fincar otro México nuevo.

Principia tu recorrido por el Cerro del Manzano, es un cerro que tiene un manzano silvestre, está cerca de la Barranca del Muerto, en su tronco tiene una herradura clavada, al pie de ese tronco hay seis botijas de monedas de oro.

Yo, tu padre, estuve en tantos peligros que ignoro por qué Dios me Conservó la vida. Sufrí muchas heridas mortales, sin embargo pude Soportarlas porque uno de nuestros compañeros era curandero y Conocía las propiedades curativas de muchas plantas de estos montes; así gracias a Dios pude Conservar la existencia.

Todo lo que está ahí es de ustedes, remédiense en sus necesidades y sigue buscando y no te olvides, querido Paulino, de ayudar a los pobres, te lo encargo como primera obligación y manda decir muchas misas por el alma de tu padre y por todos los demás malhechores que bien lo necesitan".



jueves, 21 de enero de 2016

SANDOVA



Desde hace ya mucho tiempo en el poblado de Chosto de los Jarros, en Atlacomulco, Estado de México, los mazahuas creen que existe una enfermedad que les da sobre todos a los niños menores de cinco años que se llama Sandova, máxime si tienen un espíritu débil.

Si por casualidad o por descuido se deja a un infante sentado en el suelo de tierra virgen, o en algún sitio donde hubiese ocurrido una catástrofe, como la muerte de una persona, el espíritu del fallecido se apodera del alma del niño.

Cuando los niños enferman de, o por Sandova se ponen muy inquietos, nerviosos, y a las dos horas les viene una tremenda gripa, la cual, afortunadamente, se quita cuando dan las doce del mediodía o las siete de la noche.

Es porque Nejomu, el Aire de la Tierra, y espíritu que cuida a todos los demás entes mágicos que cuidan la Tierra, tiene hambre y se come el alma del niño.

Para que el infante sane se deben de hacer cuatro tamales con galletas de animalitos. Además se forma una cruz con las galletas y se atan con un hilo rojo. Después, se coloca un ramo de flores encima de los tamales.

Es necesario que la persona que haga los tamales no tenga ningún contacto con el niño; de no seguir esta norma la curación no tendrá efecto alguno.

Los abuelos dicen que los cuatro tamales representan a los cuatro puntos cardinales; así como a los cuatro elementos de la naturaleza, que son espíritus sumamente fuertes.

Ellos son: la tierra, el fuego, el agua y el aire.

Cuando ya se tienen preparados los cuatro tamales se soba el cuerpo del niño con los mismos. Luego se ponen los tamales en el sitio exacto en el que el infante se sentó y atrapó la enfermedad, más alguna ofrenda que se le dedica a Sandova. Se agrega una cruz formada con monedas cerca del primer tamal y se le ruega al espíritu que deje en paz al enfermito.

Una vez contentado Sandova con los tamales de la ofrenda, a la hora señalada el niño sana y se le quita la gripa. La ofrenda también puede colocarse en las encrucijadas de los caminos.



EL DOCTOR DEL HOSPITAL DE JESÚS



Este acontecido le pasó a un señor que es mi vecino; me lo contó una noche de lluvia torrencial y de pavorosos relámpagos.

Sucedió que un día, el señor Josefo se puso muy grave, se estaba muriendo, lo tenían con suero y oxígeno porque se estaba asfixiando.

El hijo mayor, Rodrigo, desesperado, se fue a buscar un doctor hasta el Hospital de Jesús, el que está en el Centro de la Ciudad de México, pues les quedaba cerca de la casa.

En un consultorio del hospital vio a un médico, le expuso rápidamente la situación su y se lo llevó con él a la casa, Dice que vio muy raro al doctor, así como muy pobre, muy pálido; pero con tal de que aliviara a su papá eso no le importó.

Al llegar a la casa el doctor vio el oxígeno y el suero que tenía puesto y dijo:

–Esto se lo quitan inmediatamente; este señor se va a aliviar, pero quítenle eso, porque lo está perjudicando.

La señora Ofelia, su esposa, no se lo quería quitar. Entonces el doctor le dijo:

–Bueno, si quiere usted que se cure, quítele eso; nada más denle la medicina, pero quítenle eso.

Le quitaron el oxígeno y el suero. El doctor le tomó el pulso.

Una vez terminada la visita, el mismo Rodrigo lo regresó al Hospital de Jesús. Inmediatamente, el señor comenzó a mejorar.

A los dos días fueron a buscar al doctor para que viniera a verlo otra vez y viera cómo había mejorado el enfermo.

Pero en el consultorio se encontraron a otro doctor distinto, a quien dieron las señas del médico que buscaban. A lo que el galeno respondió:

–En este consultorio no hay ningún otro doctor, aquí siempre he estado yo, no puede haber sido otro porque este es mi consultorio.

Don Josefo se alivió. Hasta la fecha vive, pero ellos, los familiares, se quedaron con la tentación y volvieron al Hospital para hacer investigaciones con el director a quien le dieron las señas del doctor.

Buscaron en los libros antiguos del Hospital en donde estaban las fotos de los fundadores. Cuando los estaban viendo, el hijo del don Josefo exclamó:

–¡Éste, éste es el doctor que vino conmigo y estaba aquí en el consultorio!

Era una de los fundadores que había muerto hacía mucho tiempo, en los tiempos de la Colonia.

miércoles, 20 de enero de 2016

ILANCUÉITL, PRIMERA REINA DE MÉXICO



Falda de Anciana o Ilancuéitl, fue una hermosa mujer que gobernó a los mexicas. Nació en el año de 1299 y murió a los 48 años de edad.

Su padre fue Acolmiztli, Señor de Acolhuacán, e hijo de Tlacatéotl y de Chalchiutoxochtzin. Muy jovencita contrajo matrimonio con Acamapichtli, El que Empuña la Vara de Caña, el primer gobernante tenochca.

Su matrimonio fue impuesto por Cóxcox, el gran tlatoani de Acolhuahcan por razones políticas. Juntos subieron al trono en 1376. Acamapixtli había nacido en 1347 en la ciudad de Tenochtitlan, como fruto de la unión entre Opochtli Iztahuatzin y Atotoztli, princesa de Culhuacan e hija de Nauhyotl. De Acamapixtli descienden todos los otros tlatoanis que gobernaron la Gran Tenochtitlan hasta la llegada de los conquistadores hispanos.

Poco después de ser el huey tlatoani de Tenochtitlan, Acamapixtli emprendió numerosas batallas contra los pueblos aledaños con el fin de someterlos; por ejemplo, según queda asentado en el Códice Mendocino, guerreó contra Xochimilco, Mixquic, Cuahunáhuac y Cuitláhuac.

Aparte de casarse con Ilancuéitl, tuvo veinte mujeres más, escogidas entre las hijas de los nobles mexicas.

Para desgraciada de la reina no pudo tener hijos con su esposo Acamapixtli debido a su  esterilidad.

Esta incapacidad le ocasionó una terrible depresión, y Ilancuéitl lloraba y se lamentaba todo el tiempo caminando por los pasillos de palacio.

Por otra parte, los celos que sentía hacia las concubinas de su esposo eran terribles, pues el tlatoani había engendrado varios hijos con algunas de ellas.

En su desesperación por ser madre pidió a su esposo que “…y fue que ya que el Señor de lo creado le había privado del fruto de bendición, que para que aquel pueblo perdiese aquella mala opinión que de infecunda de ella tenía, le concediera que aquellos hijos que de las otras mujeres naciesen, que en naciendo ella los metería en su seno y se acostaría fingiéndose parida, para que los que entrasen a visitarla le diesen el parabién del parto y nuevo hijo”

El rey, inclinado a su ruego, mandó que así se hiciese, y así en pariendo que paría alguna de aquellas mujeres, acostábase ella en la cama y tomaba al niño en sus brazos… recibiendo las gracias y dones de quienes la visitaban.

La pobre reina estéril Ilancuéitl murió en el año de 1383 sin haber dado a luz nunca.



LA NIÑA RUBIA



Había una vez una muchacha llamada Herminia que estudiaba enfermería en la Universidad de Puebla, aunque era originaria de Tlaxcala. Junto con otras dos muchachas alquilaba un departamento cerca de la universidad.

Como no iba muy bien en la facultad y había reprobado dos materias, decidió hacer cursos extras en las vacaciones de agosto.

Una noche tocaron a su puerta. Herminia fue a abrir y se encontró con una niña de siete años. Era muy bonita, de pelo rubio y ojos café oscuro.

Con cara contrita, la niña le dijo a la muchacha que estaba perdida; la hizo entrar y le dijo que llamaría a la policía, sin embargo, la niña le rogó a Herminia que le diera un vaso con leche, y que la dejara dormir en su casa, y que no llamara a la policía sino hasta el otro día. Herminia accedió.

Al día siguiente, cuando la muchacha fue a despertar a la niña, se dio cuenta de que no estaba.

Pasó un año y volvió a ocurrir lo mismo: se presentó la niña, le pidió leche, le dijo que estaba perdida y le pidió dormir en su casa.

Al otro día, la niña, que parecía no haber crecido, había desaparecido. Herminia fue a la policía y contó lo sucedido.

Pero nada se pudo hacer: nadie había denunciado la pérdida de una niña.

Herminia se puso a pensar en lo que podía hacer. Entonces decidió ir a un hospicio que se llamaba Hospital de San Prudencio para hablar con la madre Sonsoles. Pero en el hospicio no habían perdido a ninguna niña.

Cuando desalentada Herminia se disponía a irse, entró una monja que llevaba una especie de anuario donde aparecían las fotos de las niñas que habitaban el hospicio. Era un anuario de dos años atrás. Casualmente, Herminia vio la foto de la niña de los rizos rubios, y dijo: -¡Madre Sonsoles, esa es la niña pérdida! Desconcertada, la madre le contestó que esa niña había muerto hacía dos años.

Herminia regresó a su casa. Por la noche, llamaron a la puerta, y la joven miró por la mirilla.
Vio a la niña y abrió la puerta. -¡Has tardado mucho en abrirme, dijo la infanta, tengo mucha hambre y mucho sueño! Herminia, muerta de miedo, le preparó la leche y la cama a la niña.

A las dos horas, se levantó de su cama y fue a ver a la chiquilla. Estaba completamente tapada, la muchacha levantó las cobijas y vio cómo el cuerpecito de la niña se desvanecía como una nube blanca.

Al observar la almohada vio que había un letrero escrito con letra infantil que decía: -¡Muchas gracias por la leche, las galletas y la cama, ahora me voy directo al Infierno para llevar a las otras tres chicas que no me dejaron entrar a sus casas, y no quisieron ayudarme ni me dieron nada de comer!!!