viernes, 30 de diciembre de 2016

EL ÁRBOL DE LA CRUZ



Fray Antonio Margil de Jesús fue un fraile franciscano que nació en Valencia el año de 1657. Su apostolado como misionero abarcó un período de cuarenta y tres años; y como iba de un lado a otro llevando la religión católica le pusieron el mote de “el misionero de los pies alados”. Después de un largo viaje de setenta y cuatro días desde Cádiz y de haber recorrido muchos países de América como Guatemala, Nicaragua, Costa Rica y Honduras, y pasados trece años de llevar a cabo su misión religiosa, llegó al Puerto de Veracruz el 6 de junio de 1683, el cual acababa de ser saqueado por Lorencillo, el malvado pirata.
Al llegar a tierra mexicanas en seguida se puso a evangelizar llevando un báculo, un Breviario y un crucifijo, dando inicio a una etapa itinerante de gran calibre en aras de la religión católica. Más adelante, el 13 de agosto llegó a Querétaro con tres compañeros, y poco después se le nombró guardián del convento de la Santa Cruz de Querétaro, en la entonces Nueva España, donde fue siempre muy querido por los fieles.
El templo y el convento de la Santa Cruz se fundó a raíz de que los chichimecas fueron derrotados por los conquistadores españoles en el cerro del Sangremal, en el mes de julio de 1531, cuando en el cielo apareció, milagrosamente, la imagen del apóstol Santiago y una enorme cruz, lo cual asombró a los indígenas y propicio su rendición.
Una leyenda queretana cuenta que en el año 1697, fray Antonio Margil llegó a Querétaro al lugar en el que encontraba el templo edificado después de la batalla con los indios. Cuando se encontraba ahí, enterró su báculo cerca del Templo de la Cruz, ubicado en la cima del Sangremal. El báculo enterrado se convirtió en un bello árbol espinoso que adquirió la forma de una cruz.
Según relata la leyenda es un árbol perteneciente a la familia de las mimosas, pero que en vez de dar flores, da espinas que parecen cruces. Así, el árbol en vez de verse cargado de flores, se ve cagado de espinas en forma de cruz.
Algunos fieles han intentado llevarse parte de maravilloso árbol para plantarlo en otros lugares; sin embargo, los pies nunca se dan, pues el árbol se niega a crecer en otro lugar que no sea el jardín del Templo de la hermosa Ciudad de Querétaro.


miércoles, 28 de diciembre de 2016

NAPATECUHTLI



Cuentan los antiguos mexicanos que en el Tlalocan existía un dios llamado Napatecuhtli que gustaba de pintarse el cuerpo y la cara de color negro. En su faz agregaba motas de color blanco. En su cabeza lucía una corona de papel que pintaba con sus colores simbólicos: el blanco y el negro. A sus espaldas caían unas especies de borlas que estaban colocadas en un penacho situado en la coronilla, fabricado con tres hermosas plumas verdes de quetzal. Una faldilla amarrada a la cintura que le llegaba hasta las rodillas, era de fino algodón hilado con decoraciones en sus colores favoritos: el blanco y el negro. Calzaba huaraches negros y portaba en la mano izquierda un escudo, y en la derecha un bastón decorado con flores de papel.
Napatecuhtli fue el dios de los artesanos petateros, cuya materia prima era la juncia, él había inventado el arte de tejer, no solamente los petates, sino también de elaborar icpales (asientos) y los tolcuextli. Gracias a la bondad y sabiduría del dios petatero, a los artesanos no les faltaban ni las juncias, ni las cañas, ni los juncos que posibilitaban su labor. Por esta razón a ellos correspondía mantener el templo dedicado a Napatecuhtli limpio y en buen estado, y provisto de numerosos icpalis y petates.
El buen Napatecuhtli no solamente era el dios de los tejedores, sino que también fue uno de los más importantes Tlaloques, los dioses del agua, por ello sus oficiales le adoraban en una gran celebración, para que no fuera a faltarles el agua que propiciaba la aparición de las plantas necesarias a su labor artesanal. Para su festejo, los sacerdotes escogían un esclavo al que vestían con los ornamentos de Napatecuhtli y que sería sacrificado en su honor. Cuando le llegaba la hora, en su mano colocaban un recipiente de color verde con agua y con un ramo de salce el “dios” rociaba a los asistentes. Algunas veces, fuera del día de la fiesta, si algún artesano de la juncia deseaba homenajear particularmente al dios, un sacerdote, ataviado a la manera de su imagen, recorría las calles esparciendo el agua con el ramo. Al llegar a su destino, es decir la casa del artesano, se colocaba en un lugar especial y los habitantes le rogaban que le otorgase parabienes a la familia y protejiera la casa. Después, se debía ofrecer comida al sacerdote-dios, a los otros sacerdotes que le acompañaban, y a los invitados a la festividad particular. Así el artesano agradecía a Napatecuhtli la prosperidad que le había brindado. El costo de la celebración era alto, pero no importaba con tal de agradecer los favores y esperar que Napatecuhtli continuase siendo benévolo.
Al terminar la fiesta, los oficiantes  cubrían al sacerdote-dios con una manta blanca y se le conducía hasta el templo del barrio a que pertenecía. Mientras tanto, en la casa del artesano se realizaba una gran comilitona en la que participaban los amigos y los familiares invitados para tan gran ocasión.

martes, 27 de diciembre de 2016

EL LEON DEL SEÑOR DE SAN JERÓNIMO



Se cuenta que el Señor San Jerónimo, santo patrón de este lugar, tenía un león a su lado; pero la ciudadanía de aquel entonces, empezó a preguntarse el por qué; ya que esto no era correcto en su papel de patrono de pueblo. Unos afirmaban que debía tenerlo, otros que no, en fin, se pusieron de acuerdo y se lo quitaron.

No se sabe si fue la fe, la superstición o el temor por habérselo quitado, pero se dice que después de algunos días empezó a escucharse el rugido de un león por las noches, y al amanecer se encontraban los restos de animales como perros, borregos, becerros y hasta burros, como indicio de que dicho animal los mataba y se los comía.

Ya la gente no salía cuando empezaba a oscurecer, todo mundo atrancaba las puertas por temor a que el animal entrara a sus casas.

Cuenta un sacristán, que estuvo durante 60 años en este oficio, que él dormía en una pieza que está junto al curato de la Parroquia y que hasta allí oía rugidos del león todas las noches.

Otras personas dicen que era un monstruo que salía de los túneles que se cree tiene el subsuelo de la cabecera municipal, pero sea como fuese, el caso es que a diario aparecía un animal muerto.

Los que le quitaron el león a San Jerónimo, se reunieron y acordaron colocarlo otra vez en el lugar que lo tenía, pues temían que fuera un castigo por habérselo quitado.

Desde que pusieron al león en el lugar donde estaba, no se volvió a aparecer por las noches a causar destrozos, por lo cual el santo volvió a ser venerado como antes.

jueves, 22 de diciembre de 2016

EL NIÑO DE LA BATALLA DE PUEBLA



Esta famosa batalla tuvo lugar en el año de 1862, en las proximidades de la Ciudad de Puebla, durante la llamada Segunda Intervención Francesa. El ejército de México estaba dirigido por Ignacio Zaragoza quien luchaba contra las tropas invasoras comandadas por Charles Ferdinand Latrille, conde de Lorencez.
Cuenta una leyenda que un niño zacapoaxtla de la Sierra Norte de Puebla, se encontraba en la cercanía de los fuertes de Lorenzo y Guadalupe, que originalmente fueran capillas edificadas en el cerro Acueyametepec en honor a la Virgen de Loreto y a la Virgen de Guadalupe, y que en los inicios del siglo XIX se convirtieron en fortalezas militares. El lugar era clave para las tropas francesas, pues conquistando los fuertes, se abría el camino hacia la toma de la Ciudad de México. Por tanto era primordial para las tropas de Zaragoza conocer los movimientos de los soldados franceses.
Como no podían ver bien la posición del enemigo, ni siquiera subiéndose a los árboles, cuyas ramas eran muy frágiles, el niño zacapoaxtla se subió ágilmente a un gran árbol con el fin de ver la posición de los soldados franceses y avisar a los mexicanos. Desde lo alto del árbol el niño iba diciendo a los mexicanos las posiciones y movimientos de los invasores.
En ese momento los franceses se dieron cuenta de la presencia del niño y empezaron a atacar furiosamente. El niño persistió en su posición y siguió avisando de los movimientos del enemigo, cuando una terrible bala alcanzó el corazón del chamaco. Cayó al suelo ya muerto y ensangrentado.
Con los informes proporcionados por el pequeño zacapoaxtla, los soldados mexicanos lograron vencer al tan reputado ejército francés. La ayuda había sido valiosísima. Poco tiempo después, enterraron al intrépido mocito, e Ignacio Zaragoza le nombre héroe de la Batalla de Puebla.

martes, 20 de diciembre de 2016

YACATECUHTLI Y SU BÁCULO



El Señor de la Nariz, dios del comercio y el patrón de los comerciantes, tuvo su origen en Pochtlan, localidad que se encontraba al sur de Xochimilco, y que fuera asiento de mercaderes tepanecas. El otro nombre de la deidad fue Yacacoliuhqui, “el de la nariz larga”. En su templo se le vestía con papel sagrado, mismo que se le ofrecía en su adoratorio donde estaba instalada su imagen. El bastón que empleaba para caminar se veneraba tanto como al dios, todos los comerciantes empleaban este adminículo para ayudarse en sus largas travesías. Cuando iban en caravana y llegaba la hora de dormir, los bastones de todos los pochtecas se ponían formando una gavilla, le ofrecían su sangre que brotaba de la lengua, orejas, brazos o piernas, y le quemaban copal para que los protegiese de los innumerables peligros a los que se exponían. Este báculo, llamado ótatl, estaba hecho de una caña muy fuerte y resistente. Asimismo, durante la ceremonia llamada lavatorio de pies, cuando regresaban los mercaderes de sus viajes, colocaban al báculo en un lugar del templo del barrio y le ofrecían acáyetl, flores y comida.
Yacatecuhtli contaba con cinco hermanos y una hermana: Chiconquiáhuitl, Xomócuitl, Nácatl, Cochímetl y Yacapitzzáhuac, la hermana se llamaba Chalmecacíhuatl, a todos ellos se les veneraba y se les ofrecían esclavos vestidos a la manera del dios Yacatecuhtli. Dichos esclavos procedían del mercado que se encontraba en Azcapotzalco. Los elegidos debían ser perfectos de cuerpo y estar absolutamente sanos. Antes de ser sacrificados, los esclavos destinados al sacrificio estaban bien muy bien cuidados: se les bañaba, se les alimentaba sustanciosamente para engordarlos, y se les hacía cantar y bailar para que se entretuvieran y estuvieran contentos y se olvidaran de la muerte inminente que les aguardaba. Cuando llegaba el tiempo de la fiesta Panquetzaliztli, se les sacrificaba. Pero si entre los esclavos había un hombre o una mujer que poseyeran algún don sobresaliente como cantar o bailar muy bien, o tejer y cocinar de manera excelsa, los sacerdotes podían comprarlos y quedarse con ellos para su servicio.
El dios Yacatecuhtli se representaba como una persona que fuese caminado con su bastón; la cara la llevaba pintada de negro y blanco, en la cabeza lucía un tocado de borlas de plumas de quetzalli, y portaba hermosas orejeras de oro. Cubría su cuerpo con una manta azul adornada con flores bellísimas y cubierta con una red negra. Llevaba cactlis de oro labrado, y los tobillos adornados con caracolitos marinos hechos de oro. Fray Bernardino de Sahagún nos informa en su obra Historia General de las cosas de Nueva España: Muy bien arreglada su cara. Su gorro de papel puesto en la cabeza; su collar de piedras finas verdes; su camisa y si faldellín con flores acuáticas (bordadas o pintadas) En sus piernas, sonajas y cascabeles; sus sandalias, principescas. Su escudo, con la insignia del Sol; en la otra mano u  haz de mazorcas enhiesto.
En las ceremonias dedicadas a venerarlo, los músico y cantores le entonaban el siguiente canto: Sin saberlo yo fue dicho/ Sin saberlo yo fue dicho/ a Tzocotzontla fue dicho/ Sin saberlo yo fue dicho/ A Pipitla fue dicho/ A Pipitla sin saberlo yo fue dicho/ A Cholotla fue dicho/ A Pipitla sin saberlo yo fue dicho/ El sustento merecí: No sin esfuerzo mis sacerdotes me vinieron a traer el corazón del agua, de donde es el derramadero de la arena…

lunes, 19 de diciembre de 2016

EL HÉROE YAUSHU



En el principio de los tiempos, los seres humanos desconocían el fuego. Comían los alimentos crudos. Los ancianos sabios del pueblo cora, se reunieron con el fin de averiguar que elemento serviría para cocer sus alimentos y calentarlos.
Cuando estaban meditando, vieron pasar por el cielo una bola de fuego que cayó al mar. Entonces llamaron a los hombres y los animales para preguntarles quién se animaba a traer el fuego. Uno de los hombres dijo que iría siempre y cuando fuera una partida de cinco personas, para ir a buscar en el este un rayo de Sol. Así se hizo. Los cinco marcharon hasta la montaña donde veían salir el Sol. Cuando amaneció, los hombres se dieron cuenta de que el Sol salía en una montaña que se encontraba muchos más lejos. Acudieron a ella, pero les sucedió lo mismo. Al llegar a la quinta montaña ya estaban muy cansados y decidieron regresar al pueblo, para decirle a los ancianos sabios que no lograban alcanzar al Sol. Los ancianos volvieron a meditar. En esas estaban cuando apareció Yaushu, el sabio Tlacuache.
Yaushu les relató a los ancianos que había visto por el oriente una luz roja, y que fue a ver de qué se trataba. Caminó durante cuatro noches y días, casi sin comer ni beber agua: al quinto día vio una gruta en cuya entrada ardía un gran fuego alimentado con madera. Junto al fuego se encontraba un hombre viejo, alto, de cabellos blancos y ojos increíblemente brillantes que miraba meditabundo al fuego. De vez en cuando echaba leños a la hoguera. Yaushu, espantado, se escondió atrás de un árbol, pues se había dado cuenta de que se trataba de algo caliente y peligroso.
Al llegar ante el anciano de la fogata, éste le preguntó la causa de su presencia, a lo que el Tlacuache respondió que buscaba agua para los ancianos de un pueblo, y le pidió permiso de dormir ahí. El viejo aceptó con la condición de que no tocara nada.  Yaushu compartió su pinole con el anciano, quien arrojó unas gotas al fuego, otras sobre su hombro, y se bebió el resto. Cuando el viejo se durmió, Tlacuache tomó una brasa con su cola y huyó presuroso. Cuando llevaba un buen trecho andado, se encontró de frente al viejo, quien le dijo que lo mataría por ladrón. El anciano trató de quitarle el tizón a Tlacuache: lo zarandeo, lo trituró, le pegó, lo pisó… hasta que pensó que le había dado muerte y se regresó a cuidar de su fogata.
Yaushu rodó por el suelo cubierto de sangre y fuego, y rodando, rodando llegó hasta el pueblo donde estaban los sabios orando. A punto de morir Tlacuache les entregó el fuego. La comunidad se lo agradeció y lo nombró el Héroe Yaushu.
Desde entonces los tlacuaches tienen la cola pelona.

sábado, 17 de diciembre de 2016

EL SUEÑO FRUSTRADO



Cuenta una leyenda del estado de Guerrero que hace muchos años una mujer llamada Carmelita Juárez soñaba, día y noche, con hacer un viaje al Vaticano para conocer en persona al Papa de aquel tiempo. A fin de realizar su sueño, durante muchos años se puso a juntar monedas de oro con bastante esfuerzo para poderse costear el pasaje.
Pasaron algunos años y, por fin, un día Carmelita se dio cuenta de que ya contaba con el suficiente dinero para marcharse al Vaticano. Al día siguiente se aprestó para el viaje y se dirigió al puerto para tomar el barco que había de llevarla hacia destino tan deseado. Cuando llegó era de noche y decidió ir a dar una vuelta por la playa para sosegar su emoción. Como la noche estaba muy oscura y la Luna no se aparecía, tomó un candil del albergue donde se hospedaba y se dirigió a la tibia playa.
De pronto vio dos figuras a lo lejos que caminaban hacia donde ella se encontraba. Temiendo lo peor, dio media vuelta y apresuró el paso para huir de esas personas que se le iban acercando cada vez más. Pero como Carmelita era madurita, pronto le dieron alcance dos hombres mal encarados que, presto, le quitaron a la pobre mujer todo su dinero, junto con las esperanzas de ver al Santo Papa. Fue tan duro el golpe de ver frustradas sus ilusiones que al poco tiempo murió de dolor y pena.
Desde entonces, los habitantes de Guerrero aseguran que en las playas del puerto suele verse a una mujer fantasmagórica que porta un candil en la mano y pasea por la playa en espera de tomar el barco que ha de llevarla hasta Europa a ver al Pontífice.


viernes, 16 de diciembre de 2016

LA MULATA DE CÓRDOBA



Cuenta la tradición, que hace más de dos siglos y en la poética ciudad de Córdoba, vivió una célebre mujer, una joven que nunca envejecía a pesar de sus años. Nadie sabía hija de quién era, pero todos la llamaban la Mulata.

En el sentir de la mayoría, la Mulata era una bruja, una hechicera que había hecho pacto con el diablo, quien la visitaba todas las noches, pues muchos vecinos aseguraban que al pasar a las doce por su casa habían visto que por las rendijas de las ventanas y de las puertas salía una luz siniestra, como si por dentro un poderoso incendio devorara aquella habitación.

Otros decían que la habían visto volar por los tejados en forma de mujer; pero despidiendo por sus negros ojos miradas satánicas y sonriendo diabólicamente con sus labios rojos y sus dientes blanquísimos.

De ella se referían prodigios.

Cuando apareció en la ciudad, los jóvenes, prendados de su hermosura, disputábanse la conquista de su corazón.

Pero a nadie correspondía, a todos desdeñaba, y de ahí nació la creencia de que el único dueño de sus encantos, era el señor de las tinieblas.

Empero, aquella mujer siempre joven, frecuentaba los sacramentos, asistía a misa, hacía caridades, y todo aquel que imploraba su auxilio la tenía a su lado, en el umbral de la choza del pobre, lo mismo que junto al lecho del moribundo.

Se decía que en todas partes estaba, en distintos puntos y a la misma hora; y llegó a saberse que un día se la vio a un tiempo en Córdoba y en México; "tenía el don de ubicuidad" – dice un escritor – y lo más común era encontrarla en una caverna. "Pero éste – añade – la visitó en una accesoria; aquél la vio en una de esas casucas horrorosas que tan mala fama tienen en los barrios más inmundos de las ciudades, y otro la conoció en un modesto cuarto de vecindad, sencillamente vestida, con aire vulgar, maneras desembarazadas, y sin revelar el mágico poder de que estaba dotada."

La hechicera servía también como abogada de imposibles. Las muchachas sin novio, las jamonas pasaditas, que iban perdiendo la esperanza de hallar marido, los empleados cesantes, las damas que ambicionaban competir en túnicas y joyas con la Virreina, los militares retirados, los médicos jóvenes sin fortuna, todos acudían a ella, todos invocaban en sus cuitas, y a todos los dejaba contentos, hartos y satisfechos.

Por eso todavía hoy, cuando se solicita de alguien una cosa difícil, casi irrealizable, es costumbre exclamar: -¡No soy la Mulata de Córdoba!

La fama de aquella mujer era grande, inmensa. Por todas partes se hablaba de ella y en diferentes lugares de Nueva España su nombre era repetido de boca en boca.

"Era en suma -dice el mismo escritor- una Circe, una Medea, una Pitonisa, una Sibila, una bruja, un ser extraordinario a quien nada había oculto, a quien todo obedecía y cuyo poder alcanzaba hasta trastornar las leyes de la naturaleza… Era, en fin, una mujer a quien hubiera colocado la antigüedad entre sus diosas, o a lo menos entre sus más veneradas sacerdotisas; era un médium, y de los más privilegiados, de los más favorecidos que disfrutó la escuela espirita de aquella época!…¡Lástima grande que no viviera en la nuestra! ¡De qué portentos no fuéramos testigos! ¡Qué revelaciones no haría en su tiempo! ¡Cuántas evocaciones, cuántos espíritus no vendrían sumisos a su voz! ¡Cuántos incrédulos dejarían de serlo!"

¿Qué tiempo duró la fama de aquella mujer, verdadero prodigio de su época y admiración de los futuros siglos? Nadie lo sabe.

Lo que sí se asegura es que un día la ciudad de México supo que desde la villa de Córdoba había sido traída a las sombrías cárceles del Santo Oficio.

Noticia tan estupenda, escapada Dios sabe cómo de los impenetrables secretos de la Inquisición, fue causa de atención profunda en todas las clases de la sociedad, y entre los platicones de las tiendas del Parián se habló mucho de aquel suceso y hasta hubo un atrevido que sostuvo que la Mulata, no era hechicera, ni bruja, ni cosa parecida, y que el haber caído en garras del Santo Tribunal, lo debía a una inmensa fortuna, consistente en diez grandes barriles de barro, llenos de polvo de oro. Otro de los tertulianos aseguró que además de esto se hallaba de por medio un amante desairado, que ciego de despecho, denunció en Córdoba a la Mulata, porque ésta no había correspondido a sus amores.

Pasaron los años, las hablillas se olvidaron, hasta que otro día de nuevo supo la ciudad, con asombro, que en el próximo auto de fe que se preparaba, la hechicera, saldría con coroza y vela verde. Pero el asombro creció de punto cuando pasados algunos días se dijo que el pájaro había volado hasta Manila, burlando la vigilancia de sus carceleros…más bien dicho, saliéndose delante de uno de ellos.

¿Cómo había sucedió esto? ¿Qué poder tenía aquella mujer, para dejar así con un palmo de narices, a los muy respetables señores inquisidores?

Todos lo ignoraban. Las más extrañas y absurdas explicaciones circularon por la ciudad. Hubo quién afirmaba, haciendo la señal de la cruz, que todo era obra del mismo diablo, que de incógnito se había introducido a las cárceles secretas para salvar a la Mulata. Quién recordaba aquello de que dádivas quebrantan… rejas; y hubo algún malicioso que dijese que todo lo vence el amor… y que los del Santo Oficio, como mortales eran también de carne y hueso.

jueves, 15 de diciembre de 2016

PEDRO, EL MAL AMANTE



San Blas es un puerto y una ciudad del estado de Nayarit. Fue fundado durante el Virreinato, y fue uno de los puertos más importantes del Pacífico, fundado por el conquistador Nuño de Guzmán. Debe su nombre al santo español conocido como el monje Blas de Mendoza. De dicho puerto es originaria una triste leyenda, que aconteció hace ya muchísimos años, en la ciudad que lo acompaña.
Elena era una jovencita de dieciocho años que vivía con sus padres y sus dos hermanos en una rica casona blanca por fuera y con escaleras y pisos de mármol por dentro.
En una ocasión en que Elena acudió a pasearse por el parque central de la ciudad con su dueña, se topó con un hermoso marinero venido de allende los mares. Pedro era rubio, tenía los ojos azules, y sobresalía por su elevada estatura. Todas las jóvenes le codiciaban. Pero Pedro también observó a la linda Elena, y se enamoró de ella. Ambos estaban como locos de amor, ambos se idolatraban cada día más.
El romance duró cerca de seis meses, ni que decir tiene que la familia de Elena ignoraba tal situación, pies la joven nada había dicho, sabedora de que nunca aceptarían sus padres a un pobre marinero llegado de lejanas tierras holandesas.
A los seis meses cumplidos, Pedro le comunicó a su amada que debía partir en el mismo barco que le había traído, ya no podía demorar más su estancia en San Blas. La joven se desesperó ante tal aviso, y le rogó a su querido Peter que no se fuera. Pero nada logró. El marinero estaba decidido a partir, pues era su deber. Sin embargo le juró y perjuró a Elena que nunca la olvidaría y que pasados otros seis meses, regresaría para casarse con ella, lo quisieran a no sus padres. Y que mientras comprara el vestido de novia más hermoso que encontrara. Así lo hizo la joven, y cada noche sacaba el vestido de su ropero y lo acariciaba, en espera de podérselo poner muy pronto y acudir a la iglesia a casarse.
Pero el tiempo pasó, se cumplieron los seis meses y Pedro no regresaba. Cuando hacía un año que la joven se había quedado solo, el ingrato enamorado aún no regresaba y la niña empezó a mostrar extraños síntomas de extravío. A estas alturas sus padres ya se habían dado cuenta de lo sucedido. La llevaron con muchos doctores, pero nadie pudo hacer nada por ella.
Cada domingo Elena se ponía el traje de novia y acudía al muelle en espera de ver acercarse el barco que le traería de vuelta a su amado. Los años fueron pasando, los padres de la infeliz novia murieron, y sus hermanos se encargaron de cuidarla. Elena envejeció, la cara se le arrugó completamente y el pelo se le blanqueó. De su belleza nada quedaba. Completamente enloquecida, un domingo vio bajar de un barco a un hermoso joven rubio, al verlo corrió a su encuentro, pero no logró alcanzarlo pues cayó fulminada por un paro cardíaco. Al verla en el suelo, el joven se apresuró a recogerla, y cuando la tuvo en sus brazos, escuchó que Elena le decía con una voz muy débil: -¡Por fin regresaste, amor mío!… y en ese instante expiró. El joven desconcertado nunca supo qué le quiso decir la anciana moribunda, pues como era obvio, no se trataba del desgraciado Pedro, del cual nunca se supo nada.

lunes, 12 de diciembre de 2016

EL CHUPACABRAS



La leyenda del Chupacabras, comenzó en 1992, cuando los periódicos de Puerto Rico, El Vocero y El Nuevo Día, comenzaron a divulgar las matanzas de muchos tipos de animales diversos, tales como pájaros, caballos, y cabras. En ese tiempo era conocido como El Vampiro de Moca puesto que algunas de las primeras matanzas ocurrieron en la pequeña ciudad de Moca. Mientras que al principio se sospechó que las matanzas fueron hechas aleatoriamente por algunos miembros de un culto satánico, eventualmente estas matanzas se comenzaron a dar alrededor de la isla, y muchas granjas divulgaron pérdidas de vida animal. Las matanzas tenían un patrón en común: cada uno de los animales encontrados muertos tenían uno o dos agujeros pinchados alrededor de sus cuellos.
Algunos supuestos testigos reportaron avistar una figura pequeña color verde oscuro, alrededor de las áreas de las matanzas, dando a los reporteros y la policía, la sensación de que los Chupacabras podían, en hecho, ser una figura extraterrestre; comenzando de esta forma la idea popular de que se trataría de una entidad alienígena.
Poco después de darse a conocer mundialmente las muertes animales en Puerto Rico, otras muertes animales comenzaron a ser reportadas en otros países, tales como República Dominicana, Argentina, Bolivia, Chile, Colombia, Perú, Brasil, los Estados Unidos, más notablemente en México. En Puerto Rico y México, El Chupacabras gano estatus de leyenda urbana. Las historias del Chupacabras comenzaron a ser lanzadas varias veces en los noticieros norteamericanos e hispanos a través de los Estados Unidos, y se generaron productos comerciales del Chupacabras, por ejemplo: camisetas y gorras de béisbol.
En donde más auge tuvo este fenómeno y leyenda fue en México, o al menos en el norte del país, fue en el municipio de El Álamo, en el estado de Nuevo León, ya que ahí se reportaron muchos animales muertos, en su mayoría cabras, a supuesta causa del Chupacabras. Incluso en forma sarcástica se le relacionaba con el Ex-Presidente Calos Salinas de Gortari.