lunes, 31 de octubre de 2016

EL TESORO DEL PIRATA



Una noche del mes de Abril del año de gracia de 1592, desembarcó en las playas de Campeche un grupo de personajes misteriosos. La maniobra ocurría en la zona de los manglares, que ahora se hallan a un paso de la ciudad, pero que, en aquel entonces, estaban a considerable distancia del pequeño puerto y se perdían en la espesura tropical característica de la región.
La del desembarco era tierra de nadie, y la selva que allí crecía propicia para disimular diligencias de forajidos. De más está anotar que el silencio reinaba en el lugar y que, a excepción de las figuras que se agitaban en la playa, ningún otro ser humano podía localizarse a esas horas en las cercanías, ya que aquellos andurriales permanecían desiertos incluso de día. El grupo llegado del mar en la negrura de la noche lo componían cuatro sujetos; y, quien hubiera sido testigo de lo que acontecía, habría observado que dos de los personajes, por su atuendo y sus gestos, no eran sino filibusteros, y los dos restantes, prisioneros que los bandidos habían adquirido en alguno de sus abordajes oceánicos.
Habiendo amarrado el bote en que desembarcaron, los cautivos, en acatamiento a las órdenes de los piratas que, sable en mano, dictaban perentorias disciplinas, pusiéronse en marcha hacia el interior cargando sobre sus hombros dos enormes cofres que, a juzgar por el lento paso de los porteadores, habían sido llenados a toda su capacidad de peso de varias decenas de kilos. La caravana se internó en la jungla y a poco arribó a las faldas del cerro en donde posteriormente fue construido el castillo de San José el Alto, subió por una vereda y desviándose en la cima se dirigió a un emplazamiento en que, traspuesto en seto de arbustos, apareció la boca de una caverna. Los piratas, que, por la seguridad con que se movían en medio de la obscuridad en esos parajes, indudablemente estaban familiarizados con la geografía del sector, mandaron a los cargadores penetrar en la gruta; y, caminando durante varios minutos por los pasillos de la misma y alcanzando un punto alejado de la entrada, ordenaron detener la marcha y depositar la carga en tierra.
El lector habrá comprendido ya que los cofres contenían oro y joyas en gruesas cantidades, producto de las depredaciones de los asaltantes, y que, siguiendo una tradición practicada en la hermandad, los ladrones del cuento habían llevado al sitio mencionado su botín para enterrarlo allí y agregarlo al caudal que periódicamente habían ido depositando en el refugio. Con los picos y palas que transportaron, los prisioneros, cumpliendo las indicaciones de sus captores, se dedicaron a cavar apresuradamente en el piso; y al cabo de una hora habían abierto ya una oquedad suficientemente amplia para recibir el precioso cargamento.
Mientras los cavadores transpiraban copiosamente después de terminada su ruda tarea, el que se conducía como jefe, examinando la hondonada abierta, exclamó satisfecho: -Habéis hecho un buen trabajo por lo cual os felicito. Estoy contento de vosotros y, para demostraros mi reconocimiento, os permitiré que descanséis para ahuyentar todas las fatigas que os hemos obligado a pasar.
Y, esto diciendo, lanzó una sonora carcajada que retumbó diabólicamente en la cueva. Los desgraciados presos se dieron cuenta de la sorna con que hablaba el desalmado solamente cuando vieron que se apoderaba de las pistolas que llevaba en bandolera sobre el pecho, y un rayo de luz iluminó sus embotadas conciencias: ¡estaban condenados a muerte!
Luego de asesinar a sangre fría a sus víctimas, los truhanes arrojaron los cadáveres al foso preparado para el tesoro, bajaron los cofres colocándolos sobre los cuerpos sin vida y procedieron a ocultar los vestigios de su fechoría rellenando adecuadamente, con la tierra extraída, el marco de los acontecimientos.
Regularmente, en el transcurso de tres años, se repitieron escenas semejantes a la descrita; de manera que la caverna de la historia se almacenaba ya, en el subsuelo, una fortuna respetable, de cuya existencia únicamente los dos piratas del presente relato poseían el secreto. Y en el año de 1595, hacía el mes de Diciembre, encontramos nuevamente a los dos pillos, en el camarote del jefe, poco después de haber obtenido un cuantioso botín arrebatado a una nao mercante que, pertrechaba  con una fuerte dotación de oro en barras, se dirigía de Veracruz a España y ahora yacía en el fondo del Golfo.
Decía el cabecilla: -oye bien, dinamarqués: Como tú me has sido fiel en las buenas y en las malas, aunque sea yo un villano tengo también corazón, y quiero confiarte que éste será nuestro último viaje a Campeche. Has de saber que mañana, después de desembarcar y ejecutar lo acostumbrado, no volveremos a la nave. Proyecto establecerme en ese puerto como un honrado burgués, por lo cual tengo con qué. Y, por supuesto, tu, que has sido mi compañero leal, compartirás mi hacienda, pues no soy ingrato, para que te instales donde te plazca.
A lo que el dinamarqués respondió: -De acuerdo, capitán, y no puedo menos que agradeceros vuestra generosidad y alabar vuestra decisión. Estoy presto a obedeceros como siempre. Pero ¿no creéis que la tripulación entrará en sospechas cuando no nos vea regresar? 
-¡Ca! ¡Descuida! Nuestros amigos tienen cuenta con la justicia, igual que nosotros, aunque hasta hoy no hayamos sido identificados; y si no nos ven volver, pensarán que las autoridades nos descubrieron; y, para evitarse dificultades, zarparán olvidándose de nosotros.
El danés conociendo la mentalidad bucanera, entendió que su jefe decía la verdad, y respondió: -Tenéis razón, capitán. Nuestros hombres no querrán sacrificarse por vos, pues por algo son piratas, a pesar de que siempre habéis tratado equitativamente en todo. Y no dudo que, convencidos de que caímos en manos del verdugo, no desaprovecharán la oportunidad para adueñarse de vuestro velero creyendo que son muy listos. 
-¡Adelante, pues! –Dijo el jefe- Y no se hable más del asunto.
Al día siguiente, los bandidos desembarcaron en el sitio habitual y ordenaron a sus prisioneros marchar al escondite del tesoro. Ya en la gruta, abierta la cavidad para depositar el botín, el capitán sacó las pistolas para despachar a los infortunados porteadores; pero, al pretender disparar, las armas no funcionaron. Reaccionando, los prisioneros, quisieron escapar, pero fueron bloqueados en su intento de fuga por el danés que, de certeros mandobles, envió a los indefensos al otro mundo. 
-¡Bien hecho, dinamarqués! –gritó el capitán-. Y ahora procedamos a sepultar a éstos y repartirnos el tesoro para avecindarnos en Campeche. 
-¡Un momento, capitán! ¡Vos no iréis a ninguna parte! –dijo el danés-. ¡Tiempo ha que esperaba una ocasión como ésta, y ahora que se presenta no voy a desperdiciarla! 

-¿Qué quieres decir, insensato?-, rugió el jefe. 
-Quiere decir, capitán –repuso resueltamente el danés-, que si creéis en Dios o en el diablo rezad vuestras oraciones a cualquiera que os convenga, pues ya sois hombre muerto.
Y vació sus pistolas sobre el sorprendido filibustero, que rodó exánime a los pies del facineroso.
Varios años después, un personaje de rostro curtido por el sol, que había llegado al puerto en calidad de gran señor, contrajo matrimonio con una hermosa y aristocrática dama. Y, aunque por lo bajo se comentaba que el personaje tenía modales de rústico, que salpicaba su conversación con juramentos de mozo de cubierta y que, además de insolente, acusaba feroz aspecto, su riqueza garantizaba su elevada alcurnia. Y los desposados fueron el tronco de una de las más linajudas y renombradas familias que hubo en Campeche durante el período colonial.

viernes, 28 de octubre de 2016

CUAUHTLATOATZIN



Juan Diego Cuauhtlatoatzin, El Águila que Habla, nació posiblemente el 5 de abril (o de mayo) del año de 1474, en Cuautitlán, -localidad que formaba parte del dominio mexica, asentada a veinte kilómetros de Tenochtitlán-, en el barrio de Tlayácac. Sus padres le pusieron el nombre de Cuauhtlatoatzin. Juan Diego pertenecía a la etnia chichimeca, era un pobre macehualli, gente del pueblo; no era ni noble ni sacerdote ni esclavo, era un pobre artesano que fabricaba mantas que vendía en su pueblo o en el mercado de Tlatelolco. Recibió el bautizo cristiano a manos de los padres franciscanos de Tlatelolco en el año de 1524. El encargado de bautizarlo fue fray Toribio de Benavente, llamado por los indios “Motolinia”; es decir, “el pobre”. En su bautismo recibió el nombre de Juan Diego y su esposa el de  María Lucía. Juan Diego era un hombre muy piadoso, razón por la cual los frailes le apreciaban. Cada semana, Cuauhtlatoatzin acudía a la iglesia de Tlatelolco a oír misa y a recibir el catecismo. Salía de Tultepec, su pueblo, muy de mañana, y siempre pasaba por el cerro del Tepeyac.
Según testimonio de los ancianos vecinos de Cuautitlán, recopilados en las informaciones jurídicas de 1666, en el Proceso Apostólico, Juan Diego llevó siempre una vida absolutamente ejemplar. Un testigo que le conoció, Marcos Pacheco, afirmaba que: era un indio que vivía honesta y recogidamente, buen cristiano y temeroso de Dios y de su conciencia, de muy buenas costumbres y modo de proceder. Otra persona que le conoció de nombre Andrés Juan, afirmaba que Juan Diego era un “santo varón”, elogios con los que concordaban todos los que le conocieron. Su carácter era reservado y místico. Le gustaba el silencio y las penitencias. Cuando su esposa murió en 1529, Cuauhtlatoatzin se fue a vivir con un tío suyo de nombre Juan Bernardino  que vivía en el pueblo de Tolpétlac, distante catorce kilómetros de la iglesia de Tlatelolco.
Según cuenta la leyenda, el sábado 9 de diciembre de 1531, cuando Juan Diego contaba con 57 años, se escuchó en el cerro del Tepeyac el hermoso canto de un pájaro tzinitzcan, que anunciaba la aparición de la Virgen María. Como es sabido la Virgen le pidió al indio Juan Diego que pidiese a las autoridades se le construyese un santuario. Fueron cuatro las apariciones divinas que tuvieron lugar entre el 9 y el 12 de diciembre. De este hecho quedaron algunos testimonios indígenas escritos, como la Crónica de Juan Bautista en la que se relatan algunos hechos acontecidos entre 1528 y 1586, y que constata: In Ypan xihuitl 1555 años icuac monextitzino in Santa Maria de Quatalupe in ompac Tepeyacac. Es decir, En el año de 1555 fue cuando se digno aparecer Santa María de Guadalupe, allá en Tepeyácac.
Otro documento importante en que se narra lo acontecido al indio Cuahtlatoatzin en el cerro del Tepeyac lo tenemos en el Nican Nipohua, escrito originalmente en náhuatl y posteriormente traducido al español. El Nican es una de las más importantes fuentes religiosas de dicho acontecimiento. Este documento fue escrito por don Antonio Valeriano (1520-1605), sabio indígena y alumno de fray Bernardino de Sahagún. En esta relación podemos leer: 
Aquí se narra se ordena, cómo hace poco, milagrosamente se apareció la perfecta virgen santa maría madre de dios, nuestra reina, allá en el Tepeyac, de renombre Guadalupe.
Primero se hizo ver de un indito, su nombre Juan Diego; y después se apareció su Preciosa Imagen delante del reciente obispo don fray Juan de Zumárraga.

Diez años después de conquistada la ciudad de México, cuando ya estaban depuestas las flechas, los escudos, cuando por todas partes había paz en los pueblos, así como brotó, ya verdece, ya abre su corola la fe, el conocimiento de Aquél por quien se vive: el verdadero Dios. 
En aquella sazón, el año 1531, a los pocos días del mes de diciembre, sucedió que había un Indito, un pobre hombre del pueblo. Su nombre era Juan Diego, según se dice, vecino de Cuauhtitlan, y en las cosas de Dios, no todo pertenecía a Tlatelolco.
Era sábado, muy de madrugada, venía en pos de Dios y de sus mandatos. 

Y al llegar cerca del cerrito llamado Tepeyac ya amanecía. Oyó cantar sobre el cerrito, como el canto de muchos pájaros finos; al cesar sus voces, como que les respondía el cerro, sobremanera suaves, deleitosos, sus cantos sobrepujaban al del coyoltototl y del tzinitzcan y al de otros pájaros finos.
Se detuvo a ver Juan Diego. Se dijo: ¿Por ventura soy digno, soy merecedor de lo que oigo? ¿Quizá nomás lo estoy soñando? ¿Quizá solamente lo veo como entre sueños? ¿Dónde estoy? ¿Dónde me veo? ¿Acaso allá donde dejaron dicho los antiguos nuestros antepasados, nuestros abuelos: en la tierra de las flores, en la tierra del maíz, de nuestra carne de nuestro sustento; acaso en la tierra celestial?
Hacia allá estaba viendo, arriba del cerrillo, del lado de donde sale el sol, de donde procedía el precioso canto celestial, Y cuando cesó de pronto el canto, cuando dejó de oírse, entonces oyó que lo llamaban, de arriba del cerrillo, le decían: “Juanito, Juan Dieguito”. 
Luego se atrevió a ir a donde lo llamaban; ninguna turbación pasaba en su corazón ni ninguna cosa lo alteraba, antes bien se sentía alegre y contento por todo extremo; fue a subir al cerrillo para ir a ver de dónde lo llamaban. Y cuando llegó a la cumbre del cerrillo, cuando lo vio una doncella que ahí estaba de pie, lo llamó para que fuera cerca de ella Y cuando llegó frente a Ella mucho admiró en qué manera sobre toda ponderación aventajaba su perfecta grandeza. Su vestido relucía como el sol, como que reverberaba, y la piedra, el risco en el que estaba de pie, como que lanzaba rayos; el resplandor de ella como preciosa piedra, como ajorca… parecía la tierra como que relumbraba con los resplandores del arco iris en la niebla…
En referencia a la petición de la Virgen consta en el Nican Nipohua que le dijo: Sábelo ten por cierto, hijo mío el más pequeño… mucho deseo que aquí se levante mi casita sagrada.
Su deseo se cumplió, como lo podemos afirmar cinco siglos después…

jueves, 27 de octubre de 2016

LA XTABAY



La Xtabay es el nombre maya de una mujer mitológica,  diosa de los ahorcados, según constata el Códice de Dresde, en cual se puede ver a una mujer ahorcada con dicho nombre. Tal vez esta diosa sea  el origen de la temida Xtabay de la leyenda, quien por las noches atrae con cantos y frases encantadoras a los hombres, los embruja y los destruye. Deja los cuerpos de sus víctimas llenos de mordidas y de rasguños, y con el pecho destrozado por sus garras. La tradición oral  relata que en un pueblo de Yucatán vivían dos mujeres: la una se conocía con el nombre de Xtabay, y llevaba por apodo Xkeban, “prostituta” o “mujer fácil”. Como la Xtabay era de cascos ligeros, aparte de ser poseedora de una belleza deslumbrante, gustaba de hacer el amor con cuanto hombre se lo propusiera, simplemente por el gusto de dar placer. En otra casa del pueblo vivía Utz-Colel, “mujer honesta”, virtuosa, dulce y honesta, jamás había tenido relaciones sexuales con un hombre. 
A pesar de ser disoluta, Xkeban se dedicaba a las obras piadosas y ayudaba a los pobres,  a los menesterosos, y a los animales enfermos o abandonados. Para llevar a cabo sus obras pías no reparaba en vender sus alhajas y la lujosa vestimenta que le obsequiaban los numerosos pretendientes con que contaba. Era humilde, y soportaba con estoicismo las humillaciones y los insultos de la gente del pueblo. En cambio Utz Colel, era egoísta, soberbia, nunca ayudaba a nadie y se burlaba de los pobres; era fría como una serpiente.
En una ocasión, los habitantes del pueblo se dieron cuenta de que la Xtabay no salía más de su casa, nadie la había visto hacía ya un buen tiempo, especularon pero no hicieron nada. Un cierto día, por el poblado se empezó a expandir un fuerte, delicioso y subyugante perfume de flores. Los pueblerinos, intrigados y siguiendo el rastro de tal perfume, llegaron hasta la casa de Xtabay, entraron, y encontraron a la mujer muerta.
Ante tan terrible hecho, fueron a hablar con Utz-Colel, quien al enterarse de la muerte de Xtabay afirmaba que de su cuerpo pecador no podía salir tan magnífico perfume, sino solamente debían emanar olores pestilentes y desagradables, que aquello no era natural y que, seguramente, ese desaguisado era obra de los espíritus malignos, para que la mujer disoluta pudiera seguir atrayendo a los hombres, como acostumbraba hacer en vida la Xtabay. Y decía: -¡Sí muerta Xkeban produce tal aroma, cuando yo muera el perfume que esparciré será maravilloso y divino y muy superior!.
Por piedad, más que por cariño, las personas del pueblo sepultaron a la Xtabay, ya que eran cristianos de buena índole. Al día siguiente de su entierro todos quedaron patidifusos cuando se dieron cuenta que la tumba de la mala mujer estaba llena de magníficas flores que esparcían un extraordinario perfume.
Pasó un cierto tiempo, y le llegó la hora de morir a Utz-Colel. La enterraron, le rezaron y le lloraron, pues como es de suponer, era muy querida de todos por su virtud. Al otro día, la tumba de la mujer piadora exhalaba un terrible olor a carroña y a podredumbre que a todos extrañó y horrorizó.
En la tumba de Xtabay creció una hermosa flor que se nombró Xtabentún, una enredadera grande, lechosa y muy bella que suele crecer en forma silvestre en los caminos y en las tapias. Su néctar era embriagador, como debió de serlo el amor de la Xtabay tan libremente otorgado a los hombres. Por su parte, Utz-Colel se convirtió en Tzacam, una flor que nace de un cactus lleno de espinas y con un olor repugnante, todo el que  quiere tocarla se pica y asquea con su atroz pestilencia.
Ante tal hecho y convertida en esa flor asquerosa, Utz-Colel pensó que no era justo lo que le pasaba, y se puso a envidiar la suerte de Xtabay. Después de mucho pensar, concluyó que tal vez porque los pecados de Xkeban habían sido pecados de amor, se había convertido en una bella y fragante flor. Entonces, decidió imitarla e iniciar una carrera amorosa. Lo que ignoraba era que Xtabay siempre se había dedicado a dar amor generosamente, sin cobrar un centavo, simplemente porque su corazón era muy grande y estaba repleto de amor por los hombres.
Utz-Colel decidió invocar a los malos espíritus para que la ayudasen a volver a la Tierra otra vez en forma de mujer para seducir a cuanto hombre pasara, pero no por amor a ellos ni por tener un gran corazón, sino de manera nefasta y calculada para volverse una bella y fragante flor que oliese tan bien como la Xtabentún.
Así pues, no es la Xtabay quien seduce a los hombres para amarlos y después matarlos, sino la envidiosa Utz-Colel que regresó a la Tierra para hacer el mal, haciéndose pasar por la mujer que ofrecía su cuerpo a los hombres tan generosamente.

miércoles, 26 de octubre de 2016

EL DELFÍN QUE PERDIÓ A SU MAMÁ



Un día estaba el delfincito nadando un poco triste por la superficie del mar, había perdido a su mamá, estaba buscándola por todos lados sin poderla encontrar. Por su lado pasó un pez muy largo, serio y con cara de buenazo, al verlo tan triste le preguntó qué le ocurría. El delfincito bebé le contó su pena y el pez Sabio le dijo que debía ir a buscar dónde terminaba el arco iris, que allí donde los colores se derritieran encontraría a su mamá.
Para allí empezó a nadar el delfincito bebé, mirando al cielo a ver si encontraba por algún lado una nubecita que le regalara una lluvia y un poco de sol para que se dibujara el arco iris que le devolviera a su mamá. Muy lejos descubrió una nubecita chiquitita, nadó, saltó, se sumergió, fue a toda velocidad. Cuando llegó, se encontró con una sola y triste nube que no tenía pensado llover ni llamar a sus otras amigas para hacerlo. En el acto se le acercó un pez gordo y con cara de oler algo sucio, y el delfincito le dijo:
–Antes que me preguntes que me pasa, te lo cuento: he perdido a mi mamá……, dijo muy triste el bebé. El pez le dio unas palmaditas en la espalda, diciéndole cómo podía encontrar el arco iris más rápidamente y así a su mamá. Debía seguir siempre las crestas de las olas. Así lo hizo el pequeñín, tanto rato que ya no daba más.
Cansado y decepcionado como estaba se dejó caer hasta el fondo del mar, recostándose en una cama de algas marinas de todos los colores, mirando sin ningún interés las preciosas plantas que adornaban aquel rincón del mar, todo era tan lindo allí que hasta parecía una selva acuática multicolor, solo quería descansar un poquito y hallar consuelo para su corazoncito.
Un cardumen de pececitos rayados negro y amarillo se acercaron a alegrarlo un poco, pero el se dio vuelta para no verlos, éstos llamaron a otros de muchos colores distintos, de todos los tamaños, formas, y grosores. El delfincito no pudo ahora negarse a mirarlos aunque fuera de reojo, pero enseguida recordó a su mamá y se tapó los ojitos para no ver mas nada.
Un pulpo muy señorial llegó moviendo sus tentáculos con un ritmo de baile antiguo, cuando descubrió al pequeño tan triste, le hizo cosquillas con un tentáculo, después con otro, al no ver ningún resultado, atacó de cosquillas con todos sus tentáculos, hasta que las risitas se oían bien lejos.
El pulpo escuchó seriamente toda la historia del arco iris, de las crestas de las olas, y le confesó al bebito que en realidad, el "Pez con Cara de Oler a algo Sucio", era el pez bromista, que los grandes ya saben que no hay que hacerle caso. El señor pulpo le aconsejó buscar las nubes bien grises y oscuras, oler el aire y no parar hasta encontrar a su mamá, que un día la encontrará.
Así hizo el delfincito, nadó por muchos mares, vio montones de peces distintos, peces que parecían tener una espada, o que parecían gallos, también vio caballitos de mar, de lejos vio pingüinos y una ballena. Tanto nadó, tantos mares recorrió, que ya no quedaba casi mas nada del delfincito bebé, se había convertido en un delfín grande y bello.
Una ostra grandiosa, cuando lo sintió a su lado le dijo que escuchara un secreto que tenía para el, era un secreto que se lo habían dicho hace mucho tiempo, que solo a un delfín bello como el podría contárselo. La ostra se abrió un poquitín para que la pudiera escuchar y el delfín puso su orejita.
Una sonrisa dibujó la cara del buscador de su mamá y salió a la superficie, con tanta alegría que dio un salto como de tres metros e hizo dos volteretas, en la bajada vislumbró una delfina algo más allá. Al salir a la superficie nadaron juntos un ratito, haciendo círculos, saltando uno por encima del otro, jugando a las escondidas, y todas esas cosas que hacen los delfines cuando están felices. Tan felices estaban que se enamoraron, y al cabo de un tiempo la delfina tenía una panza gorda con un delfincito en ella.
Una tarde, se había nublado todo el cielo, y empezó a llover, salió el sol un ratito y claro, se hizo un arco iris delante mismo del delfín, estaba tan sorprendido que le dijo a su delfina que iba a bucear allí abajo. El pobre delfín no sabía que iba a pasar, ¿estaría su mamá?, ¿se acordaría de el?, ¿cómo estaría? Todo esto se preguntaba mientras iba cautelosamente hacia las profundidades del mar. Desde donde estaba logró ver una delfina viejita y bastante arrugada.
–¡Siiiii, es ella!, gritó corriendo a su encuentro.
Se dieron muchísimos besitos, y mimos, y la mamá le dijo que había crecido mucho, que ya era un delfín muy grande y bello.
–Mamá, tengo que contarte que vas a ser abuelita dentro de muy poquito, sube que te voy a mostrar a mi delfincita, le dijo muy feliz el delfín.
La delfina abuelita estaba muy contenta también, después de todos los besitos, de ver la pancita gordita, decidieron irse los tres a buscar un lugar donde pudieran vivir alegremente y hacer un lugar maravilloso para el futuro delfincito bebé.

martes, 25 de octubre de 2016

LA MUERTE



Las causas de muerte pueden ser: naturales, violentas y sobrenaturales.

Las naturales obedecen a alguna enfermedad (predominan en la región las enfermedades gastrointestinales y las bronco respiratorias).
Las violentas se deben al hecho desafortunado de caer en un río, pozo, quemado por un rayo, homicidio (es muy común el asesinato a pedradas o por arma punzocortante).
Las sobrenaturales, en los adultos, obedecen a brujerías realizadas, a través de individuos que saben "hacer daño". Estos brujos pueden ser hombres y mujeres. En los recién nacidos la muerte por causas sobrenaturales se debe a que los "chupa la bruja", la cual generalmente se ensaña con los neonatos sin bautizar. Este último grupo de bruja, compuesto siempre por mujeres, se acomoda más dentro de concepto de nagual, y para lograr sus fines se transforma en lagartija, guajolote, perro, etc. Para contrarrestar sus efectos se colocan en lugares estratégicos de la vivienda y cerca de la cabecera del infante, tijeras abiertas, agua bendita, oraciones impresas. Dichos objetos sin embargo, resultan en ocasiones insuficientes para detener a tan maligno ser.
La idea católica de la supervivencia, se entremezcla con las antiguas tradiciones prehispánicas, a pesar de que se piensa que el destino del alma es el señalado por el pensamiento cristiano. De este modo, tenemos que los buenos van al cielo, donde se encuentra el "trono de la justicia".
Muchas comunidades colocan en ese lugar junto a Dios, al Santo Patrón. El alma de los malos va al infierno. Poco se habla del purgatorio (aunque en los rezos se le menciona) El alma de los niños que mueren sin bautizar va al limbo. Si han recibido ese sacramento, van directamente al cielo, en donde se convierten en "Angelitos".
Ante la incertidumbre acerca del destino del alma, debe rezársele a los muertos temporalmente, recordándoles de este modo para ayudarlos a una mejor estancia en el más allá. Los festejos, los rezos y las ofrendas que se les hacen los días de difuntos esto tinados a proporcionar este tipo de ayuda.
Los muertos siguen teniendo contacto con los vivos, predomina de esta manera la creencia de que aquellos que perecieron en forma violenta, se aparecen para asustar a los vivos, y es común escuchar de labios de los vecinos, relatos sobre apariciones que han sufrido de alguna persona que murió ahogada, asesinada, etc.
Es también frecuente oír que los parientes muertos y que han sido olvidados, se aparecen en sueños donde piden a sus familiares que recen por ellos. En cuanto se les ofrece una misa o se les dedican oraciones, no vuelven a presentarse, lo que indica que fueron de utilidad los rezos ofrecidos.
Los muertos llegan también a coaccionar a una persona para que observe buena conducta, así pueden aparecerse la primera vez, para amonestar y a modo de ver la segunda para llevarse consigo al transgresor de las normas de comportamiento.


lunes, 24 de octubre de 2016

LAS CHUAPIPILTIN



Con el nombre de Cihuapipiltin, “mujeres nobles”, los mexicas denominaban a los espíritus femeninos, hermanas de los Macuiltonaleque, diosecillos de los excesos, que en vida habían sido mujeres ligadas a la aristocracia imperial muertas en el trabajo de parto de su primer embarazo. Se las consideraba valerosas guerreras, pues el alumbramiento era visto por nuestros antepasados como una verdadera batalla, al igual que las que emprendían los guerrero; debido a esta analogía, las Cihuapipiltin vivían en la Casa del Sol, especie de paraíso consagrado a los privilegiados, según cuentan la tradición oral, bajo el mando de Cihuacóatl, la diosa del nacimiento, y la primera mujer muerta en trabajo de parto, a la que siguió Chimalma, la honorable madre de Quetzalcóatl, quien la honró con el canto:
 
Aya nech ytquiticatca Yehua nonan An ya coacueye an teotl A ypillo yyaa
Nichoca yya yean. Aya me trajo Ella, mi madre An ya Coacueye (la que tiene falda de serpiente) An diosa A su hijo yyaa Yo lloro yya yea
El Cihuatlampa, el Lugar de las Mujeres, de donde procedían las diosecillas, estaba situado en el oeste, en el mismo sitio donde moraban las diosas madres. Fueron cinco las cihuapipiltin, a saber: Cihuaquáuhtli, Mujer Águila; Cihuacalli, Mujer Casa; Cihuamázatl, Mujer Ciervo; Cihuaquiáhuitl, Mujer Lluvia; y Cihuaozómatl, Mujer Mono.
Estas temibles féminas tenían la cara tan blanca que parecía que se las hubiesen pintado con tizatl, es decir, gis. Sus brazos y piernas eran también muy blancos. Peinaban sus cabellos a la manera de cuernecillos laterales, el peinado de la fertilidad. En los lóbulos de las orejas llevaban orejeras de oro. Vestían un huipil blanco pintado con grecas negras, bajo el cual se asomaba la enagua de ricos y variados colores.
Las Cihuapipiltin descendían a la Tierra volando por los aires y se les aparecían a niños y adultos, para hacerles maldades y causarles enfermedades y aun la muerte. Asimismo, tenían la capacidad de poseer los cuerpos humanos. Cuando descendían, las diosecillas gustaban de dirigirse a sus antiguos hogares con el fin de rescatar sus husos, lanzaderas y demás instrumentos que emplearan en vida para tejer sus telas. Aprovechando su descenso, se les aparecían a sus esposos y los aterrorizaban, para que les diesen lo que deseaban. No bajaban a la Tierra todos los días del año, sino nada más ciertos días en los cuales los padres les prohibían a sus hijos pasearse por las encrucijadas de los caminos, las ohmaxac, lugares preferidos de estas mujeres. Las cihuapipiltin descendían el día del tercer signo ce ámatl de la Primera Casa del calendario azteca. Ese día, las imágenes de las diosas se ataviaban con vestidos hechos de papel que se llamaban amateteuitl, y se les colocaban ofrendas de comida y flores para calmar su furia. También bajaban a la Tierra en la fecha ce quiahuitl también de la Primera Casa. Este día, considerado de mal agüero por los mexicas, los padres les decían a sus hijos: -¡No salgáis de esta casa porque si salís os encontrareis con las diosas llamadas cihuateteo, que descienden ahora a la tierra! Como ésta era una jornada desafortunada, a los niños que nacían en ella no se les bautizaba, sino hasta la llegada del primer día de la Tercera Casa denominado ei cipactli, ya que en tal día la fortuna cambiaba y los niños podían bautizarse sin la amenaza de que les fuera mal en la vida. Los que eran bautizados en el signo ce quiahuitl se convertían en hechiceros y podían transformarse en animales que salían a las calles a hechizar a las mujeres con sus palabras terroríficas; además, conocían toda clase de sortilegios para hacer maleficios a los mortales.
En el día ce quiahuitl solamente bajaban las cihuapipiltin más jóvenes, quienes gustaban de hacer daño a los muchachos y muchachas que se encontraban en los caminos. Se divertían haciéndoles perjuicios de toda índole, y gestos ridículos y espantosos. Con el fin de apaciguar las ansias dañinas de las cihuapipiltin, se les celebraban ritos en los adoratorios construidos en las encrucijadas llamados cihuateocalli o cihuateupan. Se les ofrecía pan de figura: mariposas, rayos; tamales llamados xuxuichtlamazoalli; maíz tostado conocido como izquitl;  sus imágenes se vestían con papeles manchados de ulli, hule, con ropas llamadas tetehuitl, y se quemaba copal en los incensarios. De esta ofrenda comían y bebían los sacerdotes que luego se iban a sus casas a tomar pulque ritual y a obsequiar con esta bebida a los ancianos. La ofrenda comenzaba a la media noche, tiempo en que daba comienzo la velación, los cantos y los bailes. Al día siguiente todos disfrutaban de la comida de la ofrenda.
Otro día que escogían las cihuateteo para asustar a los infantes era el llamado ce ozomatli, razón por lo cual los padres, sumamente asustados, escondían a sus hijos para que las diosas no los vieran, porque si llegaban a enfermar en esta fecha ya nunca se podrían aliviar y los médicos los declararían desahuciados. A los niños y las niñas que eran bonitos y que caían enfermos por las malas artes de las cihuapipiltin, se les decía que las diosas les habían otorgado la belleza para después arrebatárselas y despojarlos de ella. Tanto en los días ce amatl como en los ce quiahuitl, los mexicas sacrificaban a las diosas cihuateteo prisioneros de guerra que habían sido condenados a muerte por cometer graves delitos. ¡A pesar del tiempo transcurrido, todavía podemos ver a las cihuapipiltin recorrer caminos y encrucijadas en busca de incautos a quienes hacer víctimas de sus terribles maldades!

sábado, 22 de octubre de 2016

EL DIOS QUE SE CONVIRTIÓ EN VENADO



Hace muchísimos siglos en el cerro Curutaran, Juego de Pelota, se enfrentaron para jugar dos dioses: Cupanzieeri y Achuri Hirepe, dios de la noche.
Jugaron durante todo el día con mucho brío, pues ambos dioses querían lograr el triunfo.
Al llegar la noche, el juego se terminó con la victoria de Achuri Hirepe, por lo tanto el dios Cupanzieeri fue sacrificado en el templo de Xacunan, la Jacona actual.
El ganador, a más de la victoria, obtuvo a la mujer de Cupanzieeri que se encontraba embarazada en ese momento.
A los pocos meses nació Siráta-Tápezi, hijo del dios perdedor. Las pikurpiri lo escondieron en un pueblo localizado en la sima de un cerro, al que se conocía con el nombre de Akuntaro.
Ahí se crió el muchachito, quien resultó muy hábil para la cacería, y el manejo de la flecha y la honda.
Cierto día que se disponía a cazar se encontró con una iguana, ésta le habló y le dijo que no la matase, que le iba a revelar un secreto.
Le dijo que el que el joven creía que era su padre, no lo era; que el que fungía como su padre era en realidad el asesino del mismo, y que Cupanziehri había sido sacrificado en un templo por órdenes de Achuri Hirepe.
Siráta se fue presto hacia el Juego de Pelota y escarbó en el templo hasta encontrar un costal que contenía los huesos de su padre. Tomó el costal y se alejó del lugar.
Cuando iba caminando de camino a su casa, se encontró con una parvada de codornices y las quiso cazar; los huesos del dios se convirtieron en un enorme venado sin cornamenta, con el pelo muy largo y una cola gruesa y súper larga.
El venado se echó a correr hacia el Este y le dijo a su hijo: – ¿Hijo mío, sabe que algún día regresaré por el mismo lugar por el que ahora me voy.
Cuando regresé todo el pueblo se espantara como una parvada de codornices!
Cuando llegaron los españoles, todos los indios purépecha creyeron que era el dios Cupanziehri que había regresado como le hubo dicho a Siráta-Tápesi.

viernes, 21 de octubre de 2016

EL NIÑO FIDENCIO



José de Jesús Fidencio Constantino Síntora, más conocido como el Niño Fidencio, fue uno de los más famosos curanderos de México. Nació el 18 de noviembre de 1898 en Espinazo, Nuevo León.
Aunque para otros investigadores nació un 13 de noviembre en el Valle de las Cuevas, Guanajuato.
Sus padres fueron el señor Socorro Constantino y la señora María del Tránsito Síntora. Parece ser que tuvo más de tres hermanos.
En su niñez, y junto con su amigo Enrique López de la Fuente, aprendió a curar con hierbas.
Asistían juntos a la escuela primaria y ayudaban en el curato del padre Segura, que era tío de Enrique. Su instrucción llegó hasta tercer grado de primaria.
Desde pequeño adivinaba la suerte de sus compañeritos y hacía predicciones. Se dice que su desarrollo físico como hombre nunca fue completo, pues siempre fue lampiño, agudo de voz, y virgen de por vida.
Más tarde, en 1912, ambos jóvenes partieron a la ciudad de Morelia, Michoacán, a trabajar como ayudante de cocina de una familia pudiente.
Llegada la Revolución, Enrique se adhirió a la lucha armada y Fidencio se fue a vivir a Loma Sola, Coahuila, con su hermana Antonia.
En el año de 1921, tras años de separación, Fidencio se fue a vivir con su amigo Enrique a Espinazo, como cocinero y niñero de su hijo Ulises.
En este tiempo, Fidencio comenzó a llamar “padre” a su amigo, pues le consideraba un protector.
Es en este año que dio inicio su carrera de curandero. Su forma de curar era sui generis: operaba sin anestesia a sus pacientes, sin que sintiesen el más mínimo dolor; subido a un árbol de pirul arrojaba diversos objetos a los enfermos: los que recibían el golpe se curaban.
Otras veces, acudía con sus pacientes a un charco de lodo que se encontraba en las afueras del pueblo, en donde sumergía a los dolientes quienes salían completamente curados.
El 8 de febrero de 1928, Fidencio curó al entonces presidente de la República Plutarco Elías Calles de lepra nodular. Este hecho acrecentó su ya merecida fama. Miles y miles de pacientes acudían a Espinazo para ser curados por El Niño Fidencio.
Murió Fidencio en Espinazo en el año de 1938, a la edad de 40 años, debido a las duras jornadas de trabajo que realizaba, pues trabajaba hasta de 48 horas seguidas, para curar a los miles de enfermos que acudían de todo el país. Se dice que sus últimas palabras, junto al famoso pirul donde agonizaba, fueron: -Ya me voy, pero volveré, y nadie sabrá en quien. Unos cuantos minutos después de su muerte, una mujer cayó en trance y dijo: -¡Yo les dije que me iba y volvería, y aquí estoy de nuevo!
Desde entonces muchos de sus seguidores empezaron a curar en su nombre y se conocen con el nombre de “cajitas”.
Sigue siendo venerado en Espinazo, a donde acuden los dolientes a curarse con las “cajitas”.

jueves, 20 de octubre de 2016

LA CASA DEL TRUENO



Cuentan los viejos que entre Totomoxtle y Coatzintlali existía una caverna en cuyo interior los antiguos sacerdotes habían levantado un templo dedicado al Dios del Trueno, de la lluvia y de las aguas de los ríos.
Eran tiempos en los que aún no llegaban los hispanos ni las portentosas razas, conocidas hoy como totonacas, que poblaron el lugar de Veracruz que después llamaron Totonacan.
Y siete sacerdotes se reunían cada tiempo en que era menester cultivar la tierra y sembrar las semillas y cosechar los frutos, siete veces invocaban a las deidades de esos tiempos y gritaban entonaban cánticos a los cuatro vientos o sea hacia los cuatro puntos cardinales, porque según las cuentas esotéricas de esos sacerdotes, cuatro por siete eran 28 y veintiocho días componen el ciclo lunar.
Siguen diciendo las viejas crónicas que se han convertido en asombrosas leyendas, que esos viejos sacerdotes hacían sonar el gran tambor del trueno y arrastraban cueros secos de los animales por todo el ámbito de la caverna y lanzaban flechas encendidas al cielo.
Y poco después atronaban el espacio furiosos truenos y los relámpagos cegaban a los animales de la selva y a las especies acuáticas que moraban en los ríos.
 Llovía a torrentes y la tempestad rugía sobre la cueva durante muchos días y muchas noches y había veces en que los ríos Huitizilac y el de las mariposas, Papaloapan, se desbordaban cubriendo de agua y limo las riberas y causando inmensos desastres.
Y cuanto mas arrastraban los cueros mayor era el ruido que producían los torrentes y cuanto más se golpeaba el gran tambor ceremonial, mayor era el ruido de los truenos cuanto más relámpagos significaba mayor número de flechas incendiarias.
Pasaron los siglos…
Y un día arribaron al lugar grupos de gentes ataviadas de un modo singular, trayendo consigo otras costumbres, y otras leyes y otras religiones. Se decían venidos de otras tierras allende el gran mar de turquesas Golfo de México y tanto hombres, como mujeres y niños, tenían la característica de estar siempre sonriendo como si fueran los seres más felices de la tierra y tal vez esa alegría se debía a que después de haber sufrido mil penurias en las aguas borrascosas de un mar en convulsión habían por fin llegado a las costas tropicales, donde había de todo, así frutos como animales de caza, agua y clima hermoso. 
Se asentaron en ese lugar al que dieron por nombre, en su lengua Totonacan y ellos mismos se dijeron totonacas.
Pero los sacerdotes, los siete sacerdotes de la caverna del trueno no estuvieron conformes con aquella invasión de los extranjeros que traían consigo una gran cultura y se fueron a la cueva a producir truenos, relámpagos, rayos y lluvias y torrenciales aguaceros con el fin de amendrantarlos. 
En los antiguos registros que los milenios han borrado, se dice que llovió mucho y durante varios días y sus noches, hasta que alguien se dio cuenta de que esas tempestades las provocaban los siete hechiceros, los siete sacerdotes de la caverna de los truenos.
No siendo amigos de la violencia, los totonacas los embarcaron en un pequeño bajel y dotándoles de provisiones y agua los lanzaron al mar de las turquesas en donde se perdieron para siempre.
Pero ahora era preciso dominar a esos dioses del trueno y de las lluvias para evitar el desastre del pueblo totonaca recién asentado y para el efecto se reunieron los sabios y los sacerdotes y gentes principales y decidieron que nada podría hacerse contra esas fuerzas que hoy llamamos sencillamente naturales y que sería mejor rendirles culto y pleitesía, adorar a esos dioses y rogarles fueran magnánimos con ese pueblo que acababa de escapar de un monstruoso desastre.
Y en ese mismo lugar en donde había el templo y la caverna y se ejercía el culto al Dios del trueno, los totonacas u hombres sonrientes levantaron el asombroso templo del Tajín, que en su propia lengua quiere decir lugar de las tempestades. Y no sólo se rindió culto al Dios del Trueno sino que se le imploró durante 365 días, como número de nichos tiene este pasmoso monumento invocando el buen tiempo en cierta época del año y la lluvia, cuando es menester fertilizar las sementeras. 
  
Hoy se levanta este maravilloso templo conocido en todo el mundo como pirámide o templó de El tajín en donde curiosamente parecen generarse las tempestades y los truenos y las lluvias torrenciales.

Así nació la pirámide de El Tajín, levantada con veneración y respeto al Dios del Trueno, adorado por aquellas gentes que vivieron mucho antes de la llegada de los extranjeros, mucho antes de la llegada de los totonacas, cuando el mundo parecía comenzar a existir.





miércoles, 19 de octubre de 2016

EL COYOTE Y EL PINOLE



Tradicionalmente, el Coyote aparece como un dios, o un animal sagrado, en muchas  religiones y  mitos de las culturas indígenas de casi toda América.
Se trata de un personaje generalmente de sexo masculino, aunque también lo encontramos como hembra, como hermafrodita, o como poseedor de la capacidad de cambiar de género a su arbitrio.
A veces la mitología lo antropomorfiza, pero sin perder su condición fundamental de animal: su piel, sus orejas en punta, sus garras y sus ojos color amarillo.
Es un ser mítico escurridizo, astuto, hábil, embaucador;  además de mentiroso, chistoso y, a veces, malvado al que le gusta sembrar la discordia entre los hombres.
Sin descartar que pueda llegar a ser avaro, envidioso, irreflexivo, imprudente y lúbrico, como puede comprobarse en la narración referente a Huehuecóyotl, el Coyote Viejo, dios de la música, cuando sedujo a la diosa del amor Xochiquétzal y la hizo su amante.
En un mito pima Coyote aparece como ladronzuelo. La historia nos cuenta que hace mucho tiempo cuando el mundo acaba de crearse, Ban, el Coyote, le robó a una anciana mujer su chu’i, o sea, su pinole.
Inmediatamente, el jefe del poblado, enterado del hurto, salió a buscarlo con el propósito de atraparlo y castigarlo.
Pero Coyote, ante el peligro, voló hacia el Cielo donde escupió el pinole robado.
El jefe le persiguió volando también hacia arriba.
Cuando lo consiguió atrapar, lo alzó y lo aventó hacia la Luna.
Es por ello que en las noches de luna llena todos los coyotes miran a la Luna, y todos podemos ver el pinole que quedó grabado en la faz del hermoso satélite y que semeja manchas.

martes, 18 de octubre de 2016

LA LEYENDA DE KISIN



Cuenta una leyenda de Quintana Roo que hace mucho tiempo vivió un hombre que era muy bueno, pero que estaba muy triste porque no tenía dinero, razón por la cual estaba desesperado, pues todo le salía mal, y no encontraba cómo recuperarse del angustioso momento que estaba pasando.
Como tenía tantas dificultades pensó que la solución al terrible mal momento era vender su alma a Kisin, un ente del más allá que puede cambiar su apariencia como se le antoje, pero como más le gusta es aparecerse en forma de serpiente y entra al Inframundo, del cual es el amo, a través de los hormigueros.
El hombre invocó a Kisín, el cual se presentó inmediatamente, y ambos entablaron un pacto: el hombre entregaría el alma a este dios a cambio de que le cumpliera siete deseos a lo largo de la semana.
Cuando llegó el séptimo día, Kisin acudió a ver al hombre, sabedor de que había obtenido un alma más.
Entonces, el hombre le dijo que quería que Kisín lavara unos frijoles negros hasta que quedasen blancos. Kisin aceptó.
Se puso a lavar, pero pasaban las horas y los frijoles estaban del mismo color: negros como carbones.
Enojado y desesperado de tanto lavar y lavar, Kisín se dio cuenta que el hombre lo había engañado y decretó que a partir de ese día los frijoles había de ser blancos, rojos, amarillos y negros por naturaleza.
Kisín, muy molesto, se convirtió en serpiente y se alejó del hombre, pues no había podido llevarse su alma al terrible Inframundo y además había sido burlado.

EL VIAJE DEL MAÍZ



No se conoce a ciencia cierta cuál fue el origen geográfico del maíz. Los investigadores aún no se han puesto de acuerdo. Sin embargo, la teoría más aceptada es aquella que propone que el maíz se originó del teocintle, palabra náhuatl que significa “maíz de los dioses”. Tal teoría se confirma por el hecho de las muchas similitudes biológicas que presenta el teocintle con maíces más antiguos. Por medio de los fechamientos con Carbono 14 efectuados en sitios arqueológicos en Coxcatlan y las Abejas en el Valle de Tehuacán, Puebla, sabemos que el maíz era ya consumido en México entre 7,000 y 5,000 años a.C. El teocinte fue domesticado a partir de dos plantas de cuatro hileras de granos, que al ser cultivados produjeron el primer maíz que se conoció en Mesoamérica. El cómo fue domesticada esta maravillosa planta sigue siendo un absoluto misterio que algún día las investigaciones aclararán. Sin embargo, se sabe, sin lugar a dudas, que fueron los olmecas los primeros mesoamericanos que  aprendieron a cultivarlo. Esta teoría está ampliamente avalada por Enrique Flores Cano quien afirma que tal hecho ocurrió entre 1,500 y 3000 a.C.
Los pueblos indígenas americanos son básicamente grupos humanos en los que su cultura ha tenido como base de su agricultura al maíz. Su domesticación dio origen a la sedentarización de los pueblos nómadas, a la urbanización de las incipientes aldeas, y a la división del trabajo. Para 3,500 a.C. el cultivo de diversas plantas, y particularmente del maíz, era ya una actividad fundamental en la vida de los pueblos sedentarios en el área cultural de Mesoamérica.
Parece ser que el maíz llegó a suelos panameños entre el quinto y tercer milenio a.C. y de ahí se fue extendiendo hacia el sur de América, pues además de Mesoamérica, el maíz fue cultivado en casi todo el Continente Americano. En otras grandes culturas, aparte de las ya mencionadas mesoamericanas, el maíz también revistió una gran importancia, como es el caso del Área Cultural Andina cuya influencia va de la Provincia de Llanquihue, en Chile, y de Mendoza, Argentina, en el sur, hasta el sur de Nicaragua en Mesoamérica. Las subáreas culturales de la zona andina son: el Extremo Norte, que abarcaba las culturas regionales colombianas; Área Andina Septentrional, donde se asentaron las culturas de Valdivia, la Manteña y la del Milagro, más los posteriores reinos de Quito y Cañar; el Área Andina Central, donde encontramos a las culturas de Supe, Chavín, Moche, Nazca, Recuay, Wari, Chimú, Chachapoya e Inca; el Área Andina Centro Sur, con las culturas Chinchorro, Pucará, las atacameñas, la Tiahuanaco y la Aymará; el Área Andina Meridional, con las culturas chilenas; y el Extremo sur o Araucanía.
Tocó a Cristóbal Colón  el primer contacto con el maíz; así pues fue el primer europeo que lo conoció. Pero fue Pedro Mártir de Anglería, clérigo italiano miembro del Consejo de Indias y cronista destacado, quien nos proporciona una descripción de la planta, que a la letra dice en el libro Décadas del Nuevo Mundo:
El pan lo hacen también (los indios), con poca diferencia, de cierto trigo harinoso, de qué tienen mucha abundancia los de la Insubria y los granadinos españoles. La panocha tiene de largo más de un palmo, tira a formar punta y tiene casi el grueso de un brazo. Los granos están admirablemente dispuestos por la naturaleza; en la forma y el tamaño se parecen a la legumbre arvejón; de verdes están blancos; molidos son más blancos que la nieve. A esta clase de trigo llaman maíz.
Por otra parte, Fernández de Oviedo –madrileño, cronista y conquistador- En su libro Historia General y Natural de las Indias nos cuenta que:
Este pan tiene la caña e asta en que nasce tan gruesa como una lanza o asta quieta, y algunas como el dedo pulgar, e algo más e menos, según la bondad de la tierra donde se siembra. E cresce, comúnmente, mucho más que la estatura de un hombre; e la hoja es como de caña común de Castilla, y es mucho más luenga e más ancha, y más verde, y más domable o flexible hoja, e menos áspera. E cada una caña hecha a lo menos una mazorca, e algunas dos e tres, y hay en cada mazorca doscientos y trescientos granos, e aún cuatrocientos, e más e menos, e aún algunas de quinientos, según es la grandeza de la mazorca. E cada espiga o mazorca déstas, está envuelta en tres o cuatro hojas o cáscaras juntas e justas al grano una sobre otra, algo ásperas, e cuasi de la tez o género de las hojas de la caña en que nace, y está tan guardado el grano por aquellas cortezas o cáscaras que lo cubren, que el sol ni el aire no le ofenden, e allí dentro se sazona.
En 1493, durante su segundo viaje, Cristóbal Colón llevó el maíz a España y lo presentó ante los Reyes Católicos: Isabel I de Castilla y Fernando II de Aragón. Según las crónicas nos informan, el maíz fue descubierto por el Almirante en su primer viaje a América, el 6 de noviembre de 1492, en la isla de Cuba. Al maíz los naturales le llamaban maís en voz taína. Magallanes lo encontró en Río de Janeiro hacia el año 1520; y Jacques Cartier afirma que en Hochelaga, hoy Isla de Montreal y la mayor del archipiélago de las islas de Canadá, se encontraba rodeado de campos de maíz.
De España el maíz pasó a otras regiones donde el clima era cálido y húmedo. Por ejemplo a Portugal, donde llegó en el año de 1579; al suroeste de Francia, a la Bresse, y a Galicia, España, arribó en 1612. A Venecia, Italia,  llegó en 1554; para después pasar a la planicie del Po, desde donde emprendió su camino a Rumania, Serbia y Turquía. Cerca de cincuenta años después, el maíz era conocido en todo el Continente Europeo. Los venecianos lo llevaron a Egipto en 1540 a través de  Turquía y Siria.  Se dice que los portugueses llevaron el maíz al Golfo de Guinea en el año de 1550. A China llegó en 1530, desde la India o Birmania, según consta en las crónicas del distrito de Hunan, como tributo al emperador Ming. En china se le llamó yu mai, cereal imperial. A casi un siglo de haber llegado a Europa, el maíz ya se conocía en zonas del los Balcanes y el Danubio.
Hoy en día el maíz se cultiva en casi todo el mundo; es uno de los cereales más útiles y apreciados por el hombres. Son muchas sus variantes, y muchas más las formas en que se prepara para su consumo, sobre todo en América. ¡Nuestro maíz ha viajado mucho!

domingo, 16 de octubre de 2016

LOS PERROS FANTASMAS



Un día nos dejaron de tesis universitaria hacer una excursión de cualquier bosque grande cercano, formamos un grupo de 6 personas entre ellos 2 chicas y el resto hombres.
Cuando nos dirigimos al bosque eran las 5:00 de la tarde.
Después de terminar la observación del bosque nos pusimos a buscar un lugar para descansar.
Cuando lo encontramos, a todos nos dieron ganas de ir al baño y por supuesto nos separamos para que nadie viera a nadie con tal suerte que nos perdimos.
Estuvimos casi 3 horas perdidos y ya empezaba a anochecer.
Me canse de buscar a mis amigos y decidí irme a casa ya que suponía que mis amigos abrían hecho lo mismo.
En camino a casa escuche unos aullidos y ladridos de perros que parecían estar furiosos persiguiéndome y corrí.
Después de correr varios metros ya escuchaba los ladridos lejos pero al caminar mas me di cuenta que estaban los perros al frente de mi, por lo que me asuste y me quede impactado viendo que los perros lloraban sangre y viendo que podía ver a través de ellos, en su cabeza tenían los números "666" y se dieron cuenta de que estaba ahí y corrí como nunca.
Afortunadamente me salve. Luego de unos días me dieron la noticia de que unos de mis amigos murieron tratando de escapar de lo que yo afortunadamente sobreviví.
Dure un mes en un hospital psiquiátrico por lo ocurrido y me entere de que en ese bosque en las épocas coloniales había un timo poseído por el demonio que mataba perros y hacia que los peores demonios se convirtieran en perros con las iniciales del "DIABLO" (666).