viernes, 8 de abril de 2016

EL HOMBRE TRIPLE



El Hombre Triple era alto, pálido, delgado, no pisaba el suelo sino que flotaba, no tenía brazos ni manos, y su mirada era entre azorada y lunática.

Su vestimenta era maravillosa: una túnica beige-dorada que semejaba los rayos del aura: amarillos, dorados, plateados, con un ligero movimiento expansivo, como plumas o como espuma en movimiento, con un gran cuello esponjoso; llevaba chaleco negro abotonado y un sombrero triangular con destellos a los lados.

De las grandes solapas de su traje asomaban dos seres inverosímiles, uno en cada solapa, de ojos rasgados, mirada tenebrosa y gorro picudo.

Del personaje situado a la derecha podía verse su brazo derecho en el que sostenía una red de cazar mariposas; del ser izquierdo, salía un brazo que sostenía una jaula en la que se encontraba apresada la Luna en cuarto menguante, pues el Hombre Triple se dedicaba a apresar lunas todas las noches.

Antes de emprender su diaria tarea, salía de su guarida al anochecer y se dirigía a la casa de su amigo, El Peregrino, a beber una taza de té verde. Un atardecer llegó como siempre con El Peregrino y bebió su té.

Pero su amigo que estaba enamorado se equivocó y en lugar de darle té verde, le dio una infusión de una hierba alucinógena.

Al ir caminando al claro del bosque donde acostumbraba cazar a la Luna, la yerba empezó a hacerle efecto.

El Hombre Triple oía los colores, veía los sonidos en colores maravillosos, los olores se convertían en seres espantosos que le hacían muecas horripilantes, y el mundo se transformaba como en un calidoscopio visionario.

En ese momento, llegó al claro del bosque un joven poeta que gustaba de inspirarse a la luz de la Luna.

El Hombre Triple lo vio, se acercó a él, de un tajo le abrió  el pecho, le sacó el corazón, lo guardó en la jaula y le puso al poeta una piedra en el lugar del sangrante corazón. Hecho lo cual, los seres inverosímiles de su solapa lo arrojaron hacia el infinito con sus poderosos brazos.

El joven, dando de vueltas en el espacio, poco a poco se fue convirtiendo en un nuevo planeta del sistema solar, el planeta Piedra que todavía los astrónomos no han descubierto.
Cuando el poeta recuerda su vida anterior, salen de sus ojos grandes lágrimas que caen en la Tierra en forma de enormes meteoritos.El Hombre Triple era alto, pálido, delgado, no pisaba el suelo sino que flotaba, no tenía brazos ni manos, y su mirada era entre azorada y lunática.

Su vestimenta era maravillosa: una túnica beige-dorada que semejaba los rayos del aura: amarillos, dorados, plateados, con un ligero movimiento expansivo, como plumas o como espuma en movimiento, con un gran cuello esponjoso; llevaba chaleco negro abotonado y un sombrero triangular con destellos a los lados.

De las grandes solapas de su traje asomaban dos seres inverosímiles, uno en cada solapa, de ojos rasgados, mirada tenebrosa y gorro picudo.

Del personaje situado a la derecha podía verse su brazo derecho en el que sostenía una red de cazar mariposas; del ser izquierdo, salía un brazo que sostenía una jaula en la que se encontraba apresada la Luna en cuarto menguante, pues el Hombre Triple se dedicaba a apresar lunas todas las noches.

Antes de emprender su diaria tarea, salía de su guarida al anochecer y se dirigía a la casa de su amigo, El Peregrino, a beber una taza de té verde. Un atardecer llegó como siempre con El Peregrino y bebió su té.

Pero su amigo que estaba enamorado se equivocó y en lugar de darle té verde, le dio una infusión de una hierba alucinógena.

Al ir caminando al claro del bosque donde acostumbraba cazar a la Luna, la yerba empezó a hacerle efecto.

El Hombre Triple oía los colores, veía los sonidos en colores maravillosos, los olores se convertían en seres espantosos que le hacían muecas horripilantes, y el mundo se transformaba como en un calidoscopio visionario.

En ese momento, llegó al claro del bosque un joven poeta que gustaba de inspirarse a la luz de la Luna.

El Hombre Triple lo vio, se acercó a él, de un tajo le abrió  el pecho, le sacó el corazón, lo guardó en la jaula y le puso al poeta una piedra en el lugar del sangrante corazón. Hecho lo cual, los seres inverosímiles de su solapa lo arrojaron hacia el infinito con sus poderosos brazos.

El joven, dando de vueltas en el espacio, poco a poco se fue convirtiendo en un nuevo planeta del sistema solar, el planeta Piedra que todavía los astrónomos no han descubierto.
Cuando el poeta recuerda su vida anterior, salen de sus ojos grandes lágrimas que caen en la Tierra en forma de enormes meteoritos.

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