martes, 19 de marzo de 2019

CHULINCHE




Muchos años antes de que el pueblo de Aguascalientes pasara a ser Villa con su gobierno por reales cédulas, vivía una honorable familia chichimeca en una humilde choza situada al lado sur del hoy jardín de Zaragoza; tenían una linda niña de nueve años de edad, de mejillas coloradas como manzanas, alegre y vivaracha; sus padres adoraban al nemio (dios de los mercados) por ser éste su proveedor y lo curioso que la niña adoraba al dios Chilinche que era ciego, éste que la quería mucho, a la muerte de sus padres, le envió un emisario para que la cuidase.

Sobrevivió a sus padres hasta la edad de treinta y ocho años, en que tuvo muchos devaneos, de resultas de los cuales su dios le habló y le preguntó: qué era lo que ambicionaba, que sería inmediatamente servida en todo hasta su muerte; pero aconteció que extraviado su cerebro, quedó tan locuaz como una urraca y tan sin acierto como esas mujeres llamadas vulgarmente marisabidillas.

Así permaneció algunos años y su dios compadecido pidió a los demás dioses lo ayudaran para sanar aquella indita de mejillas coloradas.

Concedida, dicen los dioses y al momento quedó sana; pero con la condición de que había de poblar todo aquel sitio donde vivía.

Chulinche les dijo: pronto serán servidos y la indita que tal oyó partió sin espera al lugar de su oratorio que era un pequeño departamento de su mismo jacal en donde tenía el libro de sus misterios y sucesos notables escritos por ella; Chulinche le dijo luego: no es tiempo de poblar estos lugares espera, yo te avisaré.

La indita le advirtió que cuanto más pronto cumpliera el compromiso con los dioses del otro lado sería mejor y el dios le repitió espera, ella siguió con su libro divino que era de papel de hojas de maguey, planta que abundaba en el lugar, y escribe que escribe signos y más signos que el futuro le daría honra.

Pasaron los días y madurado el plan que la indita había escrito, lo propuso a Chulinche, éste le señaló el primer punto donde podría en práctica su proyecto y en seguida se puso en obra a fabricar una gran cantidad de muñecos de barro para repartirlos, darles aliento a vida y así quedaría poblado el rumbo de Zaragoza.

La indita fue tan incorruptible y bondadosa con sus pueblerinos que éstos le rindieron culto hasta el extremo de confundirla con los dioses, y las ofrendas que le hacían era leche y miel.

Después de su muerte fue reverenciada como diosa por los habitantes que ella misma creó; celebraban sus novenarios con ayunos sujetos solo a queso y miel y a clavarse espinas de maguey en las rodillas.

Los nuevos pobladores recordando a la reverenciada indita, le dedicaron la primera calle que se formó dándole su nombre: Hoy es el final de la calle Juárez.


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