lunes, 6 de mayo de 2019

SI TIENE MIEDO MEJOR VÁYASE AL AIRE




Se dice que en nuestro paso por esta vida debemos dejar algo bueno por lo que se nos recuerde. Yo pienso dejarle a mis hijos, no dinero, ni cosas materiales, solo el amor al trabajo bien hecho, aquel que se realiza con un verdadero deseo de que todo salga bien, aquel en el cual ponemos todo nuestro entusiasmo y esfuerzo para que simplemente al final del día nos invada aquella agradable sensación del deber cumplido sabiendo que durante toda nuestra jornada no le hicimos mal a nadie y solo dejamos nuestro esfuerzo por hacer de este mundo algo un poco mejor en donde vivir.
Ante el mal tiempo, todos los pilotos nos volvemos filósofos. Una noche tormentosa de verano me encontraba yo con mis cavilaciones acerca de esta vida, cuando de repente me asalto la realidad, tenía que llevar cuatro pasajeros a San Andrés Tuxtla en Veracruz. Al mirar el cielo oscuro y ver como se iluminaba con los ocasionales relámpagos, una ligera corriente de adrenalina recorrió mi cuerpo, espero que esa tormenta no se encuentre en mi camino. Falsa esperanza. Después de despegar y enfilarme hacia mi destino los relámpagos estaban a las doce ¿y ahora? – Pensé para mí- Los pasajeros se veían tranquilos y confiados, sacaron unos tacos y cervezas y se pusieron a comer. Mientras tanto yo no quitaba un segundo la vista de aquella enorme tormenta que se interponía en nuestro camino. Resulto que no era una ni dos, sino una serie de tormentas alineadas a lo largo de la Sierra Madre Oriental, como es normal en el verano. El meteorólogo me había advertido que las iba a encontrar en la ruta sin saber exactamente en donde ni a qué horas, solo sabíamos que ahí iban a estar. Ese es el desafío de un piloto, saber en dónde se encuentran los peligros que amenazan nuestra navegación y evitarlos.
Allá en la época de cadete recuerdo las clases que recibimos sobre los peligros del tiempo meteorológico, de hecho la cosa era sencilla: -lluvia, truenos y viento arrachado-…ni te acerques, creo que todavía sigue vigente esa advertencia. Me llama la atención ver como a los jóvenes pilotos los tiene sin cuidado el mal tiempo, confiados en sus aviones se lanzan al aire sin ninguna mortificación. Pero atención. Con la naturaleza no se juega. Si existe algo en esta vida sobre lo cual no existe poder humano que lo pueda controlar es el tiempo meteorológico. Pilotos y marinos tenemos que aprender a lidiar con el…pero más que nada…a respetarlo y con ello no me refiero a que si aparece una nube en el firmamento ya no debemos despegar, no. Nuestra obligación es identificar las condiciones potencialmente peligrosas para el vuelo y evitarlas, es todo.
Las tormentas del verano son hermosas, vistas desde lejos, a mí me gusta admirarlas pero con los pies en la tierra y secos. Es sumamente gratificante ver desde tierra como se desenvuelve una tormenta. Observar cómo se desencadenan las fuerzas de la naturaleza para mí tiene algo de fascinación.
Su desarrollo incluye varias etapas en su corta vida.
Empiezan como inofensivas nubes esplendorosamente blancas. Lo que  realmente las pone en movimiento es una serie de desbalances. El calor y la humedad las empiezan a alimentar y siguen creciendo, casi siempre en forma vertical. Pronto se empiezan a definir sus bases y el régimen de ascenso de su crecimiento a veces supera el de algunos aviones, ni pensar en superarlas. Arriba de los 10,000 pies sobre el terreno empiezan los problemas, son tan fuertes las corrientes ascendentes dentro de ellas que la turbulencia se torna  de ligera a moderada, esto se debe a que en una corta distancia podemos encontrar simultáneamente corrientes ascendentes pero también descendentes  lo cual impone unas cargas muy pesadas a las estructuras de los aviones. Están apenas en su etapa de desarrollo. La humedad, al verse violentamente desplazada dentro de una nube, se transforma debido a la temperatura, aparecen las gotas liquidas por la condensación que son transportadas de arriba para abajo varias veces hasta que se congelan y empiezan a caer por su propio peso, sin embargo en capas inferiores encuentran corrientes ascendentes que las vuelven a regresar hacia arriba, de ahí la forma como capas de cebolla del granizo. El ciclo se repite hasta que se ven expulsadas. Estamos en la etapa de madurez. La fricción entre moléculas genera corriente eléctrica estática de signo negativo y positivo, al aumentar este potencial ocurre una descarga, un relámpago. La súbita expansión del aire origina un trueno y la corriente de miles de volts puede viajar de tierra a nube, de nube a tierra y de nube a nube. Todo lo que encuentre en su camino va a quedar achicharrado y casi siempre buscan el camino más corto. La lluvia se convierte en torrencial, las corrientes descendentes son tan fuertes que llegan a tierra y al chocar forman remolinos, las tolvaneras oscurecen el ambiente, hace su aparición el tan temido “microburst” o “micro racha” que no es otra cosa que un viento exagerado soplando en varias direcciones, es como una explosión, si encuentra un avión en su camino lo mete en verdaderos problemas para poder controlarlo, no importa el tamaño, ni la potencia de sus motores, actualmente a estos cambios repentinos en la dirección e intensidad del viento se le llama: “wind shear”; podemos aplicar el viejo dicho: “mejor que digan aquí corrió que aquí quedo”. Lo mejor y casi lo único que pueden hacer los pilotos es tratar de evitarlas a toda costa. Los radares modernos detectan con cierta precisión la ocurrencia de tales fenómenos, proporcionando a los pilotos con una invaluable herramienta para detectarlas y sobre todo para evitarlas. No siempre hacemos caso, por eso suceden los accidentes.
Después de esta trifulca una tormenta se serena, bien dice el dicho que ya conocen. Entramos a la etapa de disipación. Entre más violentas, más rápido es su ciclo de vida.
Para mí como piloto, lo ideal sería vivir alejado de las tormentas, pero no existe lugar en la tierra que esté libre de ellas, tal vez solo en los polos. Todos los días, cada segundo en algún lugar en la tierra se está desarrollando una tormenta, solo debemos sacarle la vuelta y dejar que la naturaleza haga su trabajo. En la antigüedad poco se sabía de ellas. Cristóbal Colón en su primer viaje tuvo suerte en el viaje de ida, no se topó con ninguna, solo en el viaje de regreso cerca de las Islas Azores ahí si los zarandeo una enorme tormenta que les hizo ver su suerte por varios días, perdieron arboladura y velas, y todos maltrechos pudieron arribar a tierra. Pienso yo que el alma humana nunca se siente tan indefensa como cuando enfrentamos la furia incontrolada de la naturaleza, ahí si todo mundo se hinca y pedimos perdón a dios deseando salir con bien. Hoy en día los barcos y los aviones se pueden defender mejor de los embates del “mal tiempo” con un buen radar y un piloto que lo sepa interpretar.
Aquella noche sofocada, caliente y húmeda en el Golfo de México, en un avión modesto sin radar, ni por asomo pensaba yo en desafiar aquellas tormentas que finalmente evadí sin que afectaran nuestra navegación. Eso solo se aprende con la experiencia y aplicando un buen criterio en la toma de decisiones. La secuela de aquella serie de tormentas tropicales fue que atrás de ellas dejaron techos bajos y visibilidad reducida. Eso hizo que no fuera posible aterrizar en la pista de San Andrés Tuxtla, rodeados de montañas, ya de día y con el sol en alto.
“Ni modo”- les tuve que decir humildemente a mis pasajeros- “no es posible aterrizar” “Nos vamos a Veracruz a escuchar las marimbas en los portales, a un lado de la parroquia”, eso sí, bien secos y caminando. Nadie se quejó. Después de efectuar un aterrizaje casi hasta los mínimos (dije: “casi”) en el ILS y al estacionarnos en la plataforma bajo una pertinaz llovizna los pasajeros se despidieron agregando: “gracias por intentarlo, capitán”.
Existe indebidamente una cierta frustración en los pilotos al no poder aterrizar en el aeropuerto de destino planeado, pero se nos olvida que no controlamos a la naturaleza, y es infinitamente mejor aterrizar en otro aeropuerto con mejores condiciones que arriesgarnos fútilmente. No hay nada como acostarse en una cama con sabanas recién lavadas, con la conciencia tranquila sabiendo que pusimos lo mejor de nosotros mismos. Sin querer me vino a la mente el consejo más sabio que he escuchado: “cadete, en caso de duda: váyase al aire”. Solo hay que saber cuando aplicarlo.


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