martes, 25 de diciembre de 2018

DOÑA LUCAS



Poco después de la conquista de México, llegó a vivir a San Luis Potosí un matrimonio de españoles. Su hija, que era muy pequeñita se llamaba Lucas; los habitantes de la ciudad, los sirvientes y los indios guachichiles que la conocían la llamaban doña Lucas, como era costumbre llamar en aquella época a las mujeres de alcurnia sin importar su edad.
Cuando doña Lucas creció, se enamoró de un indio guachichil que trabajaba en la hacienda donde vivía la familia. Cuando el padre se enteró del enamoramiento de su hija, montó en cólera y la encerró en sus habitaciones, pues no podía concebir que una hija suya blanca y española se pudiese enamorar de un indio zarrapastroso humilde y sin fortuna. El español habíale puesto a su hija una dama de compañía para vigilarla, darle de comer y ayudarla en lo que fuese necesario.
Cierto día la muchachita se dio cuenta de que estaba embarazada. Nunca se supo cómo sucedió el hecho, tal vez la dama de compañía ayudó a los enamorados a verse furtivamente. Cuando el padre de doña Lucas se enteró del estado comprometido en que se encontraba su hija se enojó terriblemente y la golpeó. Entonces, decidió poner fin al embarazo de su hija. Mandó a uno de sus criados guachichiles a que fuese a buscar a una hierbera muy conocida por los indios por sus habilidades, y le pidió que le diera un té elaborado con sus plantas abortivas. La india obedeció y le suministró a doña Lucas un fuerte brebaje que no solamente le hizo abortar, sino que la joven murió a consecuencia de ello. El feto se lo llevó la mujer y el español le hizo jurar que no le diría nada a nadie, so pena de muerte.
Enterraron a doña Lucas en el altar mayor de la Iglesia de San Nicolás, Tiempo después, cuando el sacerdote de la iglesia se encontraba oficiando, en su homilía tocó el tema del Evangelio según San Lucas. En el momento en que pronunció las palabras “San Lucas” la iglesia tembló, los cirios y las velas se apagaron, los bancos se movían sin control, y se escuchaba un terrible estruendo, las personas, muy asustadas, corrieron hacia la salida y abandonaron el templo. El sacerdote no se explicaba lo que estaba sucediendo. Desde este suceso los creyentes dejaron de ir a la iglesia y ni siquiera se atrevían a pasar delante de ella.
El cura estaba desesperado porque ya nadie acudía a su iglesia y oficiaba misa solo. Entonces, un día se puso a rezarle a Dios pidiéndole que le dijera lo que sucedía y que lo guiara en lo que debía hacer para solucionar tal problema. En esas estaba cuando de pronto se la apareció doña Lucas, vestida de blanco y muy enjoyada, y le dijo: – ¡Señor cura, por favor dígale a mis padres que me saquen del lugar en donde estoy enterrada, porque no merezco encontrarme en este sitio, el altar mayor, porque soy una mala hija y una pecadora! ¡Dígales que me quiten el vestido blanco y las joyas, porque no soy digna de ellos! ¡Deseo que me pongan un vestido guachichil, el más humilde de ellos, y que mis joyas y la dote y herencia que me corresponden se las entreguen a los indios! ¡Quiero ser enterrada en el panteón comunitario! ¡Y si no hacen lo que les pido nunca voy a encontrar la paz eterna!
A acudir el sacerdote ante los padres de la chica y comunicarles su experiencia vivida, éstos confesaron el pecado de doña Lucas muy afligidos y arrepentidos de haber mentido. En seguida, procedieron a llevar a cabo lo que su hija les rogaba que hiciesen. La vistieron de guachichil y repartieron sus bienes entre los indígenas; además, la enterraron en el camposanto en una sencilla ceremonia y con muchas flores.
Desde entonces nunca más se volvieron a escuchar ruidos en la iglesia, y poco a poco los feligreses regresaron a la Iglesia de San Nicolás a escuchar misa y a contarle al cura sus cuitas.


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