domingo, 14 de febrero de 2016

LA MUCHACHA DE LAS IGLESIAS



En la ciudad de Oaxaca vivía una familia que se apellidaba Solana y Gutiérrez. Esta familia era española.

Tenían una fábrica de hilados en la ciudad llamada San José, y una tienda grandísima de telas, atendida por empleados y por los mismos dueños. Era una familia muy querida porque era caritativa.

Los viernes acostumbraban darles comida, ropa y dinero a todos los pordioseros de la ciudad: hombres, mujeres, jóvenes y viejos. Los pordioseros iban pasando a la casa donde se les servía comida y salían con su tambachito de ropa o de lo que les dieran.

La señora era muy bonita y las hijas también. Había una especialmente bonita. No recuerdo si era la más chica de ellas, porque había hombres y mujeres.

En una ventana que daba a la calle, para que uno pudiera ver si pasaba por delante, tenían en una repisa una fotografía de ella siempre con una veladora y flores.

Esa señorita se había suicidado. Había muchas versiones: que si una decepción amorosa, que si una enfermedad… no sé si se supo la verdad, sólo se sabía que se suicidó.

Pasaron los años. En una ocasión un taxista pasó por enfrente de la puerta del Panteón General, el más grande de Oaxaca.

Eran las seis de la tarde. En aquel entonces, en provincia, era como si fueran las diez u once de la noche.

Cuando el taxista pasó por ahí, vio a una señorita muy elegantemente vestida, con sombrero, bolsa, y guantes que le hizo la parada y le dijo – Me hace el favor de llevarme a las iglesias que le voy a decir. – Sí, está bien. – Lléveme primero a la Compañía, dijo la joven. El chofer la llevó.

Ella se bajó del coche, entró a la iglesia, y al rato salió – Ahora me lleva  a Santo Domingo. Y así el taxista la llevó a varias iglesias. Le dijo al chofer: – Ahora lléveme a donde me levantó. Y el chofer la llevó otra vez a la puerta del Panteón. Cuando llegaron le dijo al taxista: – Mire, no tenga desconfianza, no tengo dinero para pagarle, pero lleve esta tarjeta a la tienda de los Gutiérrez, preséntela ahí a mi papá o a mi hermano, ellos le pagarán inmediatamente.

Al chofer no le quedó más remedio que agarrar la tarjeta.

Al otro día se presentó en la tienda de los señores de Solana y Gutiérrez.

Se acercó un joven y le dijo: – ¿Señor, qué se le ofrece? – Mire señor, ayer por la tarde levanté a una señorita en la calle, en la puerta del panteón, y me hizo que la llevara a estas iglesias.

Fue un recorrido de tanto tiempo, me debe tanto. Pero la señorita me dijo que no tenía efectivo para pagarme, me dio esta tarjeta para que se las presentara a ustedes, y que cualquiera de ustedes me pagaría. Al muchacho se le fue el color y dijo: – ¿Está usted seguro. – Sí, señor, ¿usted conoce a la persona que me dio la tarjeta? – ¡Sí, cómo no! Pase por acá.

Lo pasó al despacho de su papá, y le dijo – Lea esto, padre, ¿conoce la letra? – Sí, claro. – Padre, el señor viene a cobrar por las dejadas.

Los dos se quedaron callados. Entonces el papá le dijo al taxista: – Mire, señor, no se asuste, ni se preocupe por su dinero que se le debe se le va a pagar.

Sólo que dudábamos, porque la persona que usted levantó lleva muchos años muerta. No se asuste, no se espante, si algo más se le ofrece con todo gusto nosotros solventamos sus gastos.

Le pagaron al taxista, y le dijeron que fuera a ver a un médico, porque se puso a temblar. Cuentan que se enfermó. Los familiares de la señorita le costearon los servicios médicos.
Fue una sensación en la ciudad de Oaxaca en aquel entonces, pues fue un hecho verídico, porque la señorita existió y era de una familia muy conocida en la ciudad.

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