jueves, 20 de diciembre de 2018

FRANCISQUITO




Francisquito era un niño muy aplicado en la escuela, cada día tenía que pasar por el Parque Hidalgo para llegar desde su casa a la primaria. Uno de sus maestros le regaló un árbol de pirul para que lo plantara en el parque al igual que otros de sus compañeros.

Desde el primer momento, Francisquito se encariñó con su pequeño arbolito, lo plantó con mucho amor y cada día lo regaba. Pasados los días el “pirulito”, como lo apodó el niño, comenzó a crecer de forma rápida y frondosa. El niño platicaba con este árbol, le contaba sobre lo que hacía en su día y de lo mucho que lo quería.

Una tarde, cuando Francisquito volvía a su casa y pasó como siempre a ver a pirulito, notó algo extraño. El árbol parecía triste y estaba llorando, así que el niño vio que le habían arrancado una de sus ramas. Trató de curarlo con un poco de agua y le habló con mucho cariño repitiéndole que todo estaría bien. Como por arte de magia el árbol se recuperó y ya no estaba herido.

A los pocos días, Francisquito y su hermana se acercaron al árbol, pero esta vez ellos dos eran los que estaban muy tristes y llorando. De repente se escuchó una voz salir del árbol que preguntaba a los niños: “¿por qué están llorando”. Aunque fue algo inesperado, los pequeños nunca se asustaron ni temieron de lo que iba a pasar.

Ellos le explicaron al árbol que sus padres habían fallecido y no tenían ningún otro familiar en el pueblo. Además, al ser tan pequeñitos tenían que ser llevados a un orfanato y les quitarían su casa. El pirulito no dijo nada más, pero les brindó a los niños un poco de su fruto para que no tuvieran hambre y los acogió debajo de sus ramas durante toda la noche.
A la mañana siguiente, los dos niños habían desaparecido, se habían quedado unidos a las ramas del árbol y esto engrosó las raíces del pirul. Pero cada noche de luna llena los pequeños abandonan el árbol para salir a jugar por unas horas en el Parque Hidalgo.


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