viernes, 7 de marzo de 2014

EL EXTRAORDINARIO VIAJE DE LAPEROUSE



Jean François Galaup, conde de La Pérouse o de Lapérouse nació en 1741 y murió en 1788, fue un famoso marino francés. La expedición naval alrededor del mundo, que él dirigía, desapareció de forma misteriosa el año 1788, en Vanikoro, islas Salomón. Jean François Galaup se enroló en la Marina a los 15 años, en 1756. Durante su periodo escolar, en Brest, se vio envuelto, aún con 17 años, en los conflictos marítimos de la guerra de los Siete Años contra Inglaterra a lo largo de América del Norte, en especial en la isla de Terranova y en el río San Lorenzo, así como en las Antillas. A los 18 años fue herido y hecho prisionero durante la Batalla de los Cardenales, cerca de Quiberon, que libraron el mariscal de Conflans y el almirante Hawke. Tras otra serie de actividades en la costa francesa, permaneció durante cinco años en la isla Mauricio, ubicada en el suroeste del océano Índico, entonces Isla de Francia, y llevó a cabo distintas misiones en las islas cercanas. Se le encargó la dirección de dos viajes a la India como comandante del Seine. Allí conocerá a la que será su esposa, Éléonore Broudou, una joven criolla de origen modesto. De vuelta a Francia, en 1777, se le nombró teniente de navío y recibió como recompensa la Cruz de San Luis, al haber salvado a Mahé, la isla más grande de las islas Seychelles, de los asaltantes indios. Volvió a participar en las luchas contra los ingleses, con motivo de la independencia de lo que luego serían los Estados Unidos. Luchó en las Antillas y en la península del Labrador, en la expedición de la bahía de Hudson. En esos combates demostró su valor marítimo y militar, al capturar dos fuertes británicos. Con 39 años se le nombró capitán de navío, debido a su brillante trayectoria en esta guerra. Se casó con Eléonore Broudou en 1783, a pesar de las objeciones de su padre, y se fueron a vivir a la población francesa de Albi.

Tras el tratado de París, el ministro de Marina, el Mariscal de Castries, y el rey Luis XVI le seleccionaron para dirigir una expedición alrededor del mundo, cuyo objetivo era completar los descubrimientos llevados a cabo por el navegante, explorador y cartógrafo británico James Cook en el océano Pacífico. Hijo de un inmigrante escocés ocupado en tareas rurales, Cook asistió a la escuela hasta los doce años. Más tarde, obtuvo trabajo como aprendiz en una empresa naviera, y así entró en contacto con el mar y los barcos, que habrían de ser su gran pasión. Sus habilidades para el oficio en el duro Mar del Norte le valieron que a los veintisiete años se le ofreciera el mando de un barco. Cook realizó tres viajes por el océano Pacífico, durante los cuales se describieron con precisión grandes áreas, y muchas islas y costas fueron documentadas por primera vez en mapas europeos. Sus mayores logros fueron el reclamo para Gran Bretaña de la costa este de Australia, descubierta por los españoles en el siglo XVI; las islas Hawái, descubiertas por el español Álvaro de Saavedra en 1527 y la circunnavegación y cartografía de Terranova y Nueva Zelanda. La expedición de La Pérouse, que constaba de 220 hombres, deja Brest en agosto de 1785 con dos navíos, la Boussole y l’Astrolabe, barcos mercantes de 500 toneladas remodelados como fragatas para esta ocasión. Entre los participantes en la expedición había numerosos científicos: un astrónomo, un médico, tres naturalistas, un matemático, tres dibujantes e incluso sacerdotes que contaban con una formación técnica. La expedición tenía numerosos objetivos: geográficos, científicos, etnológicos y económicos, pero también tenía objetivos políticos y pretendía establecer bases francesas o de cooperación colonial con los aliados españoles, en las islas Filipinas. Así pues, lo que se le propuso fue un programa de exploración planetario en el Pacífico Norte y en el Pacífico Sur, incluyendo las costas de Extremo Oriente y de Australia. Pierre Guillemot escribió un interesante artículo, titulado “La desaparición de La Pérouse“, publicado en la serie “Los Grandes Enigmas Históricos de Antaño“, en que me he basado para escribir este artículo.
Pero, antes de seguir con La Pérouse, veamos quién era Luis XVI de Francia  1754 – 1793. Luis XVI fue rey de Francia y de Navarra entre 1774 y 1789, copríncipe de Andorra entre 1774 y 1793, y rey de los franceses entre 1789 y 1792. La llegada al trono hizo pensar en grandes reformas del Estado, pero su falta de carácter, las intrigas de su corte y la oposición de los nobles le impidieron llevar a cabo las reformas necesarias. En cuanto a política exterior tuvo más éxito, debilitando a Inglaterra y manteniendo la paz en Europa. Intentó en seis ocasiones realizar reformas, estableciendo un impuesto equitativo que sustituyera a los impuestos heredados del feudalismo. La nobleza de toga del Parlamento de París y la corte de Versalles se negaron a tales reformas, haciendo al rey tener que presentar sus propuestas ante una Asamblea de Notables y más tarde ante los Estados Generales para aprobarlas. En los Estados Generales de 1789, el Tercer Estado, al que no se le concedió el voto por persona que solicitaba, se autoproclamó la Asamblea Nacional, jurando no disolverse hasta dar una Constitución a Francia. El rey cedió ante la Asamblea, viéndose obligado más tarde a trasladarse al parisino Palacio de las Tullerías. Debido a su desacuerdo con las leyes y reformas, como la confiscación de bienes de la iglesia y la Constitución civil del clero, y viendo lo rebajada que había quedado su autoridad, adoptó una doble actitud, aparentando en público estar de acuerdo con la Asamblea y conspirando en privado en contra de ella, para eliminar a los revolucionarios del poder. El rey decidió fugarse para unirse a un ejército afín, pero fue detenido en Varennes-en-Argonne, llevado de vuelta a París y suspendido de sus funciones. A pesar de que hubo un movimiento republicano que exigió que el rey fuera castigado, el monarca firmó la Constitución de 1791 y fue repuesto en sus funciones.

En un asalto a las Tullerías, el 20 de agosto fue arrestado por su negativa a enviar soldados a luchar contra Austria y Prusia, puesto a disposición de la Convención Nacional, en sustitución de la Asamblea Legislativa constitucional, y procesado, siendo guillotinado el 21 de enero de 1793. Nacido como Luis Augusto de Francia, y conocido como duque de Berry, Luis XVI fue el cuarto hijo del delfín Luis Fernando y María Josefa de Sajonia. La segunda esposa del delfín era hija de Federico Augusto III de Polonia, rey de Polonia. En el momento de su nacimiento, su padre y su hermano Luis José Javier nacido en 1751 le precedían en la línea de sucesión, por lo que nunca se creyó que llegara al trono.  Luis fue confiado a Rosalía, condesa de Marsan y princesa de Rohan, quien lo apartó de la corte y se lo llevó al palacio de Bellevue, colmándolo de cuidados y, probablemente, salvándole la vida. A los seis años debió ser separado de su nodriza y traído junto a los hombres, lo que le causó una gran tristeza que intentaron aliviarle con juguetes y otras cosas, como fuegos artificiales, que no surtieron efecto. Su padre eligió personalmente a los hombres encargados de educarlo: el duque de La Vauguyon fue escogido como gobernador; el obispo de Limoges como preceptor; el marqués de Sinety como vicegobernador y el abad de Radonvillers para realizar las tareas esenciales del vice preceptor. Su padre desechó el método educativo mayoritario en la época, que reducía a entretenimiento y diversión la instrucción y abogó por el trabajo y el esfuerzo, lo que no combatió su predisposición a una extrema timidez y a un carácter reservado, que se convirtieron en un defecto. Detestando los falsos cumplidos, no correspondía a los que se los dedicaban, y éstos lo aislaban, lo que le produjo una fuerte inseguridad en sí mismo y una exagerada modestia, hasta el punto de que, en una ocasión, al elogiarle un arengador de provincias por sus cualidades precoces, respondió: «Os equivocáis, señor, yo no soy el que posee el espíritu, es mi hermano el conde de Provenza».
Su tía y madrina, la princesa María Adelaida, desarrolló un gran afecto por él, y le gustaba llevarlo a su casa, donde más de una vez le dijo: «Vamos, mi pobre [duque de] Berry, estate a tu gusto, tienes los codos libres: habla, grita, haz ruido, te doy carta blanca». El ya delfín, tras la muerte de su padre en 1765, recibió una exquisita enseñanza, por parte del jesuita Berthier y del duque de La Vauguyon, la cual dio unos espléndidos resultados. El delfín Luis Augusto conocía el latín, el italiano le era tan familiar como su lengua materna, hablaba el alemán pasablemente y dominaba el inglés. El duque de La Vauguyon era consciente de que debía prepararle para insuflarle fuerzas a la monarquía, que se encontraba muy debilitada y para «curar todas las “heridas” de Francia con rapidez y precisión», no sólo educándolo con los conocimientos elementales, sino «Enseñándole a conocer a los hombres». Recibió una educación propia de un «Príncipe de las Luces», y se le consideraba «un monarca iluminado». Practicaba la lógica, la gramática, la retórica, la geometría y la astronomía. Tenía unos conocimientos históricos y geográficos incontestables, ya que diseñó él mismo un atlas de rigurosa precisión, y tenía amplías competencias económicas. Estuvo muy influenciado por Montesquieu, quien le inspiró una concepción moderna de la monarquía, libre del derecho divino. El duque de Choiseul decide aliarse con Austria, con el propósito de poner fin a la prosperidad de Gran Bretaña y Rusia, por lo que pide la mano de María Antonieta de Austria, archiduquesa de Austria e hija de Francisco de Lorena y la emperatriz María Teresa, para desposarla con el delfín. Para el cruce de la frontera por María Antonieta se construyeron dos pabellones, simbolizando a las dos potencias aliadas. María Antonieta entró en Estrasburgo e hizo un alto en Compiègne, a donde llegó el 15 de mayo de 1770. Allí conoció al rey, a su futuro marido y a las Mesdames de Francia las hijas de Luis XV. Después, el séquito se dirigió a Saint-Denis, donde la carmelita Luisa de Francia hija de Luis XV conoció a la futura delfina. En Saint-Denis, la archiduquesa y su séquito se alojaron en el palacio de la Muette y el rey y el delfín volvieron a Versalles. A la mañana siguiente 16 de mayo, la delfina llegó a Versalles y los jóvenes novios fueron conducidos a la capilla de palacio, donde el gran capellán, el cardenal de la Roche, les dio la bendición nupcial.

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