jueves, 13 de marzo de 2014

¿QUIEN FUE HERMES TRISMEGISTO?



Hermes Trismegisto es el nombre griego de un personaje mítico que se asoció a un sincretismo del dios egipcio Dyehuty Toth en griego y el dios heleno Hermes, o bien al Abraham bíblico. Hermes Trismegisto significa en griego ‘Hermes, tres veces grande’. En latín es: Mercurius ter Maximus. Hermes Trismegisto es mencionado primordialmente en la literatura ocultista como el sabio egipcio, paralelo al dios Toth egipcio, que creó la alquimia y desarrolló un sistema de creencias metafísicas que hoy es conocida como hermética. Para algunos pensadores medievales, Hermes Trismegisto fue un profeta pagano que anunció el advenimiento del cristianismo. Se le han atribuido estudios de alquimia como la Tabla de esmeralda —que fue traducida del latín al inglés por Isaac Newton— y de filosofía, como el Corpus hermeticum. No obstante, debido a la carencia de evidencias contundentes sobre su existencia, el personaje histórico se ha ido construyendo ficticiamente desde la Edad Media hasta la actualidad, sobre todo a partir del resurgimiento del esoterismo. Fueron los griegos quienes  bautizaron como Hermes Trismegisto al dios Toth egipcio, el responsable del conocimiento; aquel que, según la tradición, explicó a los habitantes del Nilo que su país era una suerte de eco de las maravillas que contemplaban en su negra bóveda celeste. De hecho, una de las teorías más populares para explicar la orientación de las pirámides es que éstas imitaban, como las catedrales harían más tarde, la situación de ciertas estrellas del firmamento nocturno. Pero no la de unas estrellas cualesquiera, sino aquellas llamadas por sus milenarios textos religiosos El Duat. Bajo ese nombre se conoció en Egipto a los tres astros que integran el cinturón de Orión -nosotros las llamamos «las tres Marías»-. Los egipcios creían que eran la puerta simbólica por la que el faraón accedía a los reinos del más allá. Las pirámides, por tanto, fueron «modelos» en piedra de esa entrada; lugares de iniciación en los que el gobernante de Egipto se preparaba para el viaje más importante de su existencia: el de su muerte. Édouard Schuré 1841-1929 es un escritor francés, nacido el 21 de enero de 1841 en Estrasburgo. Falleció en París el 7 de octubre de 1929. Es escritor, filósofo y musicólogo, autor de novelas, de piezas de teatro, de escritos históricos, poéticos y filosóficos. Se le conoce mundialmente sobre todo por su obra Los Grandes Iniciados, en la que me he basado para escribir este artículo. Nació en una familia protestante. Huérfano de madre a la edad de 5 años y de padre a la edad de 14 años, vivió a continuación con su profesor de Historia del instituto Jean Sturm hasta la edad de 20 años. Tras su bachillerato, Édouard Schuré se inscribe en la Facultad de Derecho para contentar a su abuelo materno que era el decano; pero esta disciplina lo aburre considerablemente, por lo que pasa la mayoría de las tardes en la Facultad de Letras con jóvenes estudiantes y artistas enamorados como él de la literatura y el arte. Entre ellos su amigo músico Víctor Nessler y el historiador Rudolf Reuss. Tras terminar sus estudios de derecho, decide dedicarse a la poesía. En 1861, obtuvo sin embargo su licencia en derecho. Estudió a los filósofos con gran interés, particularmente Descartes, Spinoza, Kant, Hegel, Schelling, Fichte, Schopenhauer y Nietzsche. Intuitivamente atraído por los misterios antiguos, leyó con gran interés un libro que contiene una descripción detallada de los Misterios de Eleusis, lo que le causó una gran impresión.

A la muerte de su abuelo, heredó lo suficiente para vivir de sus posesiones e ingresos. Abandonó rápidamente el derecho y se trasladó a Alemania con el fin de escribir una historia de Lied que ya había emprendido bajo la dirección de uno sus profesores del instituto, Albert Grün, un refugiado político alemán que lo inició en la literatura alemana y en la filosofía de Hegel. Alsaciano, Edouard Schuré posee una doble cultura lo que le da un espíritu abierto e incluso universal que se ampliará aún más a raíz de su encuentro con Margarita Albana. En 1866, Schuré está aún en Berlín, frecuenta asiduamente los salones literarios que a ella le apasionan. El 18 de octubre de 1866, se casa con Mathilde Nessler 1866-1922 y el matrimonio se establece en París. Publica su Historia de Lied, lo que lo introduce en los círculos literarios. Se le recibe en los salones de la Condesa de Agoult, donde conoce a Renan, Michelet, Taine y Jules Ferry. Dirá de sí mismo, como lo destaca G. Jean claude en su obra sobre Schuré: “Tres grandes personalidades actuaron de una manera soberana sobre mi vida: Richard Wagner, Margarita Albana y Rudolf Steiner. Si pudiera investigar el misterio de estas tres personalidades y hacer la síntesis, habría solucionado el problema de mi vida“. Entre sus obras, podemos destacar: Historia del drama musical; Ricardo Wagner: sus obras y sus ideas; Los grandes iniciados Jesús: el último gran iniciado; Rama y Moisés: el ciclo ario y la misión de Israel; La Atlántida: Lemuria / Evolución planetaria / Origen del hombre; La Evolución Divina y los grandes iniciados.

En la Llamada a los iniciados, del Libro de los Muertos egipcio,  podemos leer: ¡Oh, alma ciega!, ármate con la antorcha de los Misterios, y en la noche terrestre descubrirás tu Doble luminoso, tu alma celeste. Sigue a ese divino guia, y que él sea tu Genio. Porque él tiene la clave de tus existencias pasadas y futuras”.  Y en un fragmento del libro de Hermes podemos leer: “Escuchad en vosotros mismos y mirad en el Infinito del Espacio y del Tiempo. Allí se oye el canto de los Astros, la voz de los Números, la armonía de las Esferas. Cada sol es un pensamiento de Dios y cada planeta un modo de este pensamiento. Para conocer el pensamiento divino, ¡Oh, almas!, es para lo que bajáis y subís penosamente el camino de los siete planetas y de sus siete cielos. ¿Qué hacen los astros?. ¿Qué dicen los números?. ¿Qué ruedan las Esferas? ¡Oh, almas perdidas o salvadas!: ¡ellos dicen, ellos cantan, ellas ruedan, vuestros destinos!”. Según las creencias egipcias, los dioses habían gobernado en el Antiguo Egipto antes que los faraones, civilizándolos con sus enseñanzas. En ellas, el dios egipcio Toth era el dios de la sabiduría y el patrón de los magos. También era el guardián y escribiente de los registros que contenían el conocimiento de los Dioses. Clemente de Alejandría estimaba que los egipcios poseían cuarenta y dos escritos sagrados, que contenían todas las enseñanzas que poseían los sacerdotes egipcios. Más tarde, varias de las características de Toth se asociarían al Hermes de la mitología helenística, incluyendo la autoría de los «cuarenta y dos textos». Este sincretismo no fue practicado por los griegos, sino que en el primer o segundo siglo de la era cristiana, se le comenzó a llamar «Hermes Trismegisto» a esta fusión, probablemente por cristianos que tenían noticia de los textos egipcios. No obstante, en algún momento la ambigua noción de divinidad se transformó por la de un personaje histórico de los tiempos iniciales de la civilización occidental, al cual además se le atribuyeron otros escritos filosóficos.

Una de las obras prohibidas más legendarias es el “Libro de Toth“, un papiro o una serie de hojas de entre 10.000 y 20.000 años de antigüedad, copiada en secreto, la cual ya poseían los sacerdotes y faraones egipcios y al parecer contenía los secretos de diversos mundos y daba un enorme poder a sus poseedores. El libro, que alude los más diversos documentos históricos, confería poder sobre la tierra, el océano y los cuerpos celestes, y permitía desde interpretar los medios de los animales para comunicarse hasta obrar a distancia, según Bergier. La destrucción de este antiquísimo libro fue anunciada varias veces, incluso por la Inquisición, pero ha reaparecido varias veces a lo largo de la Historia y no se descarta que ahora esté en poder de algunos grupos, que posean y utilicen sus secretos.  Este compendio de conocimientos científicos, “nacido del fuego” pero considerado “incombustible“, se atribuye a Hermes Trismegisto, el fundador de la alquimia y uno de los padres del saber hermético. El Libro de Toth jamás ha sido visto impreso o reproducido, y se ignora la forma en que podía consultarse. Según Jacques Bergier, en la lista de presuntos textos condenados -algunos provenientes de civilizaciones desaparecidas- también figura el Manuscrito Mathers, que originó una de las sociedades esotéricas secretas más famosas de la historia, la Golden Dawn El Alba Dorada“. Antoine Faivre ha señalado que Hermes Trismegisto tiene un lugar en la tradición islámica, aunque el nombre de Hermes no aparece en el Corán. Hagiógrafos y cronistas de los primeros siglos de la Hégira islámica identificaron a Hermes Trismegisto con Idris, el nabi de las suras 19, 57, 21, 85, a quien los árabes también identifican con Enoc. Según Antoine Faivre, a Idris-Hermes se le llama Hermes Trismegisto porque fue triple: el primero, comparable a Toth, era un «héroe civilizador», un iniciador en los misterios de la ciencia divina y la sabiduría que anima el mundo, que grabó los principios de esta ciencia sagrada en jeroglíficos. El segundo Hermes, el de Babilonia, fue el iniciador de Pitágoras. El tercer Hermes fue el primer maestro de la alquimia. «Un profeta sin rostro», escribe el islamista Pierre Lory, «Hermes no posee características concretas, o diferentes a este respecto de la mayoría de las grandes figuras de la Biblia y el Corán».

El Libro de Toth, un libro legendario y tan misterioso del que no se tiene certeza de su existencia, comienza a ser mencionado insistentemente a partir del siglo V d. C. Resulta curioso saber que aquellos alquimistas de la época que afirmaban poseer este libro sufrieron accidentes misteriosos. Otro dato curioso en torno al libro de Toth es que algunas personas estudiosas afirman que el saber guardado en sus páginas ha llegado hasta nuestros días en lo que se conoce comúnmente como el Tarot , una baraja compuesta de 78 tarjetas que apareció alrededor del año 1100 de nuestra era.  Pero, ¿qué es el libro de Toth? Responder esta pregunta no es sencillo, pues aunque se tienen muchos detalles y a lo largo de la historia humana han aparecido numerosos relatos que aluden a este manuscrito, es imposible tener un dato que resulte certero y nadie hasta ahora ha ofrecido pruebas contundentes de la existencia de este libro. Sin embargo, podemos proporcionar algunas pistas que nos permitan saber qué es este libro y por qué ha sido tan importante: La creación de este manuscrito se remonta a la antigua cultura egipcia, algunos afirman que es incluso previo a los egipcios, aproximadamente unos 10000 o 20000 años antes de nuestra era. Se dice que fue obra de Toth, un escribano egipcio que alcanzó tal nivel de conocimiento que se convirtió en el dios de la sabiduría, gobernó sobre todos los dioses egipcios e inventó la escritura. Por tal motivo se le representaba como un ser humano con cabeza de ibis, con una pluma de caña en una mano y en la otra una paleta con la tinta que utilizaba para escribir sobre el pergamino.

Toth, o Tot, plasmó, en los cerca de 20000 volúmenes que componen el libro, todos sus conocimientos, fórmulas mágicas para poder hablar con los animales, resucitar a los muertos, controlar cualquier fenómeno de la naturaleza y, en general, todo aquél que lo poseyese tendría un poder ilimitado. Es de esperar que un libro con tal conocimiento representara un riesgo para todo aquél que lo poseyera. Por ejemplo, en el Papiro de Turis encontramos la primer referencia al Libro de Toth y en él se relata que el libro fue quemado cuando se descubrió una conspiración en contra del faraón. Seguramente existían más copias del manuscrito y, de alguna forma, una de ellas llegó a manos del faraón Ramsés II, e incluso hay quienes afirman que éste no tenía sólo una copia, sino que poseía el original que había escrito Toth. Cualquiera que fuera la realidad, al morir Ramsés, el libro pasó a propiedad de su hijo Kanuas quien, al darse cuenta de los secretos que el libro contenía, se asustó, o quizás se sintió amenazado, y lo mandó tirar al fuego. Algunas copias del libro sobrevinieron y volvemos a encontrar numerosas referencias a este libro en distintas épocas. Pero son los alquimistas quizá los que más hayan sacado provecho del Libro de Toth y más de uno aseguraba poseer una copia. Como dato curioso, todos aquellos que supuestamente tenían el libro sufrían accidentes o muertes extrañas.

Además, no es difícil suponer que durante la Edad Media la posesión del libro haya sido motivo de persecución, condena y muerte. Y el libro, por supuesto, quemado. Pero aquí no acaba el legendario Libro de Toth. Entre las menciones más recientes encontramos la del científico Antoine Curt de Gébelin, quien, entre 1773 y1783, escribió los nueve volúmenes que comprenden la obra Le monde primitif,  y donde da extrañas referencias de haber tenido contacto con un libro antiguo que contenía una gran cantidad de saberes ocultos. Gébelin afirmaba además que la baraja del Tarot no es otra cosa más que un juego de cartas donde se resume el Libro de Toth. Como podemos ver, a pesar de que existe un sinfín de referencias y cosas sorprendentes en relación a este libro, hasta ahora no ha sido posible confirmar su existencia. Y aunque el Tarot ha estado sujeto a una serie de estudios, tampoco ha sido posible determinar la veracidad de las palabras de Gébelin. Lo único que se puede afirmar es que el Libro de Toth está rodeado de un aura de misterio que quizá nadie podrá desentrañar mientras no se encuentre al menos una copia del mismo. Pero, según Bergier, el mayor “éxito” de los “Hombres de negro” ha sido la destrucción de la Biblioteca de Alejandría, iniciada por Julio César, en el año 47 antes de Cristo a.C., continuada por el emperador Diocleciano en el 285 y finalizada en el año 646 por los árabes, que la destruyeron hasta sus cimientos. Este edificio monumental, fundado en el 297 a.C. por Demetrio de Falera y que contaba con departamentos de Ciencias Naturales y Matemáticas, contenía unos setecientos mil documentos, de los cuales casi ninguno ha sobrevivido y entre los que al parecer se encontraban los secretos de la transmutación del oro y la plata.

En Mesoamérica fue Quetzalcóatl, la ‘Serpiente Emplumada’, el que les dio la civilización. Y, todo parece indicar que se trataba del dios egipcio Toth Ningishzidda para los sumerios, el hijo de Enki, quién, en 3113 a. C. trajo a sus seguidores africanos para fundar la civilización en Mesoamérica. Aunque el tiempo de su partida no ha sido especificado, tuvo que coincidir con la desaparición de sus seguidores africanos, los Olmecas, y el simultáneo nacimiento de los mayas, hacia el 600 a.C. La leyenda dominante en Mesoamérica era su promesa de retornar en el aniversario de su Número Secreto 52. Y así fue que, a mediados del primer milenio a.C., la Humanidad se encontró sin sus venerados dioses.  Y la pregunta fue: ¿cuándo volverán?  La Humanidad se agarraba de la esperanza del Retorno y buscó un Mesías. Los Profetas prometieron que ello sucedería en el Fin de los Días. La destrucción de la Biblioteca alejandrina eliminó los manuscritos del historiador y astrólogo Beroso, quien inventó el cuadrante solar semicircular y concibió una teoría sobre el conflicto entre los rayos del Sol y la Luna, la cual anticipaba las modernas investigaciones sobre la interferencia de la luz. Entre los manuscritos destruidos figuraban obras de Pitágoras, Salomón y Hermes, parte de las cuales estarían en bóvedas secretas de las pirámides egipcias, según se afirma. Entre los textos quemados en Alejandría, también figuran los de una enigmática civilización seguramente la Atlante que precedió al antiguo Egipto conocido, y otros textos demasiado “peligrosos” para ser divulgados.  

En Alejandría también estaban las obras de Manethón, un sabio que conocía los secretos del antiguo Egipto, y del escritor fenicio Mocus, a quien se atribuye la invención de la teoría atómica. Con la destrucción, a lo largo de los siglos, de otras grandes bibliotecas como las de Constantinopla, la de los Califas de El Cairo, la Islámica de Trípoli, en Libia, o de los Califas de Córdoba, situada en España, se han perdido cientos de miles de obras y datos científicos, que seguramente hubieran modificado nuestra vida y visión del mundo.  Otro sabio presuntamente censurado por los “hombres de negro” fue el abad Tritemo, nacido en Alemania en 1462 y muerto en 1516, quien reunió en el monasterio de San Martín la mayor biblioteca de su país y efectuó unas investigaciones, que intentó divulgar en otro de los grandes libros malditos: la Esteganografía, del que sólo sobrevive un manuscrito incompleto. El rey Felipe II ordenó destruir la misteriosa obra, mezcla de lingüística, matemáticas, cábala judía y parapsicología, que informaba sobre un método para hipnotizar a distancia, por telepatía, con la ayuda de ciertas manipulaciones del lenguaje. La primera edición de lo que quedaba de la Esteganografía se publicó en 1610, pero aún expurgada, el Santo Oficio prohibió hasta 1930 la difusión de este texto, donde se exponen una serie de escrituras secretas, cuyo empleo requería el uso de aparatos no muy diferentes de la radio actual, ¡pero en el siglo XVII  Tritemo, que predijo en su libro la declaración de Balfour sobre la creación del Estado de Israel, también publicó en 1515 una historia cíclica de la Humanidad, que, según Bergier, recuerda tanto la tradición hindú como algunas teorías científicas modernas.

Siegfried Morenz ha sugerido en Religión de Egipto: «La referencia a la autoría de Toth se basa en la antigua tradición, y la cifra de cuarenta y dos probablemente se debe al número de nomos de Egipto, y, por tanto, pretende transmitir el concepto de integridad». Platón, en Timeo y Critias comentó que en el templo de la diosa Neit en Sais, había salas que contenían registros históricos secretos de sus doctrinas que tenían una antigüedad de 9000 años. A la identificación entre Toth y Hermes en la figura de Hermes Trismegisto ha de añadirse otra posterior, de carácter esotérico, por la cual Hermes Trismegisto es también Abraham, el patriarca hebreo, que habría comenzado dos tradiciones: una solar o pública, recogida en el Antiguo Testamento, y otra privada, trasmitida de maestro a discípulo, accesible en el Corpus hermeticum. La llamada «Literatura hermética» es, en cierto modo, un conjunto de papiros que contenían hechizos y procedimientos de inducción mágica. Por ejemplo, en el diálogo llamado Asclepio, el dios griego de la medicina, se describe el arte de atrapar las almas de los demonios en estatuas, con la ayuda de hierbas, piedras preciosas y aromas, de tal modo que la estatua pudiera hablar y profetizar. En otros papiros, existen varias recetas para la construcción de este tipo de imágenes y detalladas explicaciones acerca de cómo animarlas o dotarlas de alma, ahuecándolas para poder introducir en ellas un nombre grabado en una hoja de oro, momento esencial del proceso.

No obstante, no se queda ahí la literatura atribuida a ésta figura mitológica. Los escritos herméticos en general, dan cuenta de un determinado enfoque acerca de las leyes del universo. En el Asclepio se nos habla constantemente de Dios, a quien se llama “El Todo Bueno“, para describirnos las leyes del Universo. Por ejemplo, en el pasaje número veinte del Asclepio, Dios es expresado como la inconcebible Unidad que constituye el Universo. Una unidad, cuya característica esencial es que posee naturaleza masculina y femenina al mismo tiempo. Ésta característica se la otorgará Dios a su vez, por reflejo, a todas sus criaturas. En el Asclepio, como decíamos, la figura de Dios no tiene la consideración de quien ha hecho todas las cosas, sino que Dios mismo “es” todas las cosas. Todos los seres vivos, todo lo material e inmaterial, son para Hermes, partes que actúan dentro de Dios. Pero sólo los humanos somos un reflejo exacto de Dios, el Todo Bueno. En este punto deseo hacer una aclaración importante, que también he expresado en otros artículos: Lo que parecen indicar las tablillas sumerias, el Génesis derivado de estas tablillas y otras evidencias, es que se produjo la creación del Homo Sapiens por parte de unos seres venidos de otro planeta, mediante la manipulación genética, algo que hoy en día ya empezamos a estar en condiciones de hacer y comprender ver los distintos artículos sobre Sumer. Sin embargo, esto no contradice ni la teoría de la evolución ni la idea de que hay un creador inicial de todo lo existente, a lo que se le suele llamar Dios. Pero parece que los dioses en realidad no se habla de un único “dios” bíblico no son este creador inicial, sino “solo” los creadores del Homo Sapiens. 

A este respecto deseo hacer referencia a la siguiente frase de D. T. Suzuki, que fue un maestro y divulgador japonés del Budismo, del Zen y del Shin: El significado del Avatamsaka y de su filosofía será incomprensible a menos que experimentemos un estado de completa disolución, donde no exista dife­renciación entre la mente y el cuerpo, entre el sujeto y el objeto. Entonces miramos alrededor y vemos eso, que cada objeto está relacionado con todos los demás objetos, no sólo espacialmente, sino temporalmen­te. Experimentamos que no hay espacio sin tiempo, que no hay tiempo sin espacio; que se interpenetran.” A lo mejor esto es lo que representa de una manera parcial, como no podría ser de otra manera al Todo que llamamos Dios creador. También nos habla Hermes del Tiempo. De acuerdo con el Asclepio, parágrafo 27, “El Mundo es el receptáculo del Tiempo, que mantiene la vida en su correr y agitar”. El Tiempo por su lado respeta el Orden. Y el Orden y el Tiempo provocan, por transformación, la renovación de todas las cosas que hay en el Mundo. Recordemos que en esta obra, el propio Hermes aparece como un personaje, que dialoga con Asclepio, siendo así que la conversación se sitúa en el antiguo Egipto. Como curiosidad, añadiremos que en el Asclepio habla Hermes de dioses que están en la Tierra. Al preguntarle Asclepio a Hermes dónde están tales dioses, Hermes le responde que en una montaña de Libia y acto seguido le cambia el tema. Esos dioses se irán finalmente, y dejarán a la humanidad desasistida. Entre los tratados atribuidos a Hermes Trismegisto destaca el Corpus hermeticum. Se le atribuye también la redacción de la Tabla de esmeralda, que fue considerado por los alquimistas el libro fundacional de la alquimia. Otras de sus obras más destacadas serían el Poimandres, el Kybalión (en el cual se expresan de forma sintética las leyes del Universo), ciertos libros de poemas y el Libro para salir al día, también conocido como «Libro de los muertos», por haberse encontrado ejemplares de él dentro de los sarcófagos de algunos destacados egipcios.

Frente a Babilonia, metrópoli tenebrosa del despotismo, Egipto fue en el mundo antiguo una verdadera ciudadela de la ciencia sagrada, una escuela para sus más ilustres profetas, un refugio y un laboratorio de las más nobles tradiciones de la Humanidad. Gracias a excavaciones inmensas, a trabajos admirables, el pueblo egipcio nos es hoy mejor conocido que ninguna de las civilizaciones que precedieron a la griega, porque nos vuelve a abrir su historia, escrita sobre páginas de piedra. Se desentierran sus monumentos, se descifran sus jeroglíficos, y sin embargo, nos falta aún penetrar en el más profundo arcano de su pensamiento. Ese arcano es la doctrina oculta de sus sacerdotes. Aquella doctrina, científicamente cultivada en los templos, prudentemente velada bajo los misterios, nos muestra al mismo tiempo el alma de Egipto, el secreto de su política, y su capital papel en la historia universal.  Nuestros historiadores hablan de los faraones en el mismo tono que de los déspotas de Nínive y de Babilonia. Para ellos, Egipto es una monarquía absoluta y conquistadora, como Asiria, y no difiere de ésta más que en que aquélla duró algunos miles de años más. ¿Sospechan ellos que en Asiria la monarquía aplastó al sacerdocio para hacer de él un instrumento, mientras que en Egipto el sacerdocio disciplinó a los reyes, no abdicó jamás ni aun en las peores épocas, arrojando del trono a los déspotas, gobernando siempre a la nación; y eso por una superioridad intelectual, por una sabiduría profunda y oculta, que ninguna corporación educadora ha igualado jamás en ningún país ni tiempo? Cuesta trabajo creerlo. Porque, bien lejos de deducir las innumerables consecuencias de ese hecho esencial, nuestros historiadores lo han entrevisto apenas, y parecen no concederle ninguna importancia.

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