Hace algún tiempo, cuando mi
hermana Eulalia tenía dieciséis años, le ayudaba a una señora que vivía en el
primer piso del edificio donde vivíamos, con los quehaceres de la casa. Un día
que estaba en la cocina trabajando, con la puerta abierta hacia el pasillo, oyó
en las escaleras el llanto de un niño. Volteó a ver quien era, y vio a mi
hermanito, que en ese entonces tendría unos dos o tres años de edad, subir las
escaleras que conducían a la azotea. El edificio tenía tres pisos.
–¡Oiga señora, orita vengo,
mi hermanito va llorando y subiendo las escaleras, voy a alcanzarlo porque va
solo!, dijo mi hermana asustada.
–¡Ándale pues!, le respondió
la señora.
Mi hermana salió corriendo y
empezó a subir las escaleras, pero no lo podía alcanzar, no lo alcanzaba. Subió
al segundo, al tercer piso, y no lo podía alcanzar, lo veía, lo sentía cerca, y
no lo podía alcanzar. Llegó mi hermana a la azotea que estaba medio oscura
porque ya era de nochecita, y vio que el niño estaba en una terraza bastante
grande y amplia que tenía la azotea. Siguió tras él, tratando de alcanzarlo,
pero no podía. El niño como que se escondió en un recoveco que había en la
terraza. En ese momento mi hermana reaccionó, se espantó y pensó:
–¡Bueno, cómo es que no lo
he podido alcanzar, yo corro y corro y no alcanzo al niño!
Cuando se le escondió ya no
quiso seguirlo, porque estaba muy oscuro en ese lugar. Se bajó hasta la planta
baja donde vivíamos toda la familia en tres cuartos, y su sorpresa fue muy
grande cuando vio a su hermanito dormidito. Le dio un ataque de histeria. El
niño no se había levantado de la cama para nada, había estado durmiendo todo el tiempo.
Subieron mi papá, mi mamá, revisaron toda la azotea, y como no encontraron nada
pensaron que sería otro niño que había confundido con mi hermanito.
–No, protestó mi hermana,
estoy segura que era él.
Fue algo tremendo para ella,
le dio un ataque de nervios del puro susto, era lógico, ¿verdad?
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