lunes, 29 de febrero de 2016

LA BANDA DEL AUTOMÓVIL GRIS



En el año de 1915, un grupo de famosos ladrones fue conocido como La Banda del Automóvil Gris.
Se presentaba en domicilios particulares de gente adinerada, y en comercios importantes para atracarlos.
Los integrantes de la banda se presentaban con órdenes de cateo oficiales –pero ilícitas- , vestidos con uniformes carrancistas verídicos- , y cometían los asaltos. Una vez efectuado el delito, se subían a un vehículo gris, un Fiat modelo 1914, y huían prestamente, hacia los barrios pobres de la Ciudad de México. La situación de inseguridad que reinaba en el país por esos tiempos revolucionarios, era propicia para cometer toda clase de delitos, pues la inseguridad social era absoluta.
El gobierno efectuaba numerosos cateos en busca de armas y enemigos, verdaderos o no, lo cual favorecía la tarea delictiva de la Banda del Automóvil Gris. Los ciudadanos vivían asustados e indefensos ante tal situación, un poco como ahora.
A la banda la dirigía Higinio Granda, quien organizaba los robos y los temibles secuestros, en combinación con algunos generales carrancistas que se encontraban involucrados. Ya de por sí la entrada de Carranza y su gente, los “carranclanes”, a la capital produjo pánico debido a los saqueos y crímenes que cometían, razón por la cual, los verbos “robar” y “carrancear”, llegaron a ser sinónimos.
Las órdenes de cateo utilizadas por la banda estaba firmadas nada menos que por el general Pablo González, lugarteniente de Venustiano Carranza. Este hecho era conocido por don Emiliano Zapata, quien en una carta abierta dirigida a Carranza, denunciaba: Esa soldadesca… lleva su audacia hasta constituir temibles bandas de malhechores que allanan las ricas moradas y organizan la industria del robo a la alta escuela, como lo ha hecha ya la célebre mafia del “automóvil gris”, cuyas feroces hazañas permanecen impunes hasta la fecha, por directores y principales cómplices personas allegadas a usted o de prominente posición en el ejército. Su voz no fue escuchada.
Aparte de Higinio Granda, formaban la banda Santiago Risco, Bernardo Quintero, agricultor de Almoloya, Aurora García Cuéllar, de 24 años, Rafael Mercadante, uno de los principales jefes, Ángela Agis o Sánchez de Apan, Hidalgo, y amante de Higinio. Había otros participantes entre los que se encontraban extranjeros, pues entre ellos había cuatro españoles.
Todos los integrantes habían escapado de la Cárcel de Belem de la Ciudad de México.
El mismo Higinio Granda había huido de ella disfrazado de mujer, a raíz del asalto a la Cárcel por parte de los generales Félix Díaz y Manuel Mondragón, realizado a fin de liberar a Bernardo Reyes y derrocar a Francisco I. Madero. El golpe fracasó, pero un grupo de presos aprovechó la intentona para escapar: los futuros integrantes de la banda. 
Ya organizada la banda, el primer golpe que dio fue al Tesoro de la Nación. Una noche se detuvo el Fiat gris frente a la Tesorería.
Un guardia le ordenó al chofer moverse de ahí, el vehículo avanzó unos metros, se detuvo, y salieron dos “soldados”: José Fernández y León Cedillo, más cuatro “policías” que eran Risco, Granda, Oviedo y Chao.
En el Fiat solamente quedaron dos ladrones. Mientras los bandidos explicaban al guardia que venían a aprehender a unos subversivos que vivían cerca de ahí, del carro bajo el Pifas, un cerrajero excelente y amoral, y abrió los candados de la reja, al tiempo que los mafiosos liquidaban a los otros guardias que se encontraban dentro de la Tesorería.
Una vez que entraron, el Pifas abrió las cajas fuertes, y se llevaron en costales todo el contenido en dinero y alhajas. Como inicio era un buen inicio.
Entre los muchos hechos delictivos que cometieron, destaca el llevado a cabo en la casa del ingeniero Gabriel Mancera, en las calles de Donceles número 94 de la Ciudad de México.
Mancera era un rico minero nacido en el estado de Hidalgo, quien contaba con varios fundos en Mineral del Chico, Hidalgo,  a más de ser dueño de varias fábricas de textiles en Tulancingo, y propietario de los ferrocarriles Hidalgo y del Noroeste. Lo robado a Mancera, quien fuera en su momento presidente municipal de Pachuca y diputado, ascendió a 434,960 pesos.
En el botín se encontraba un collar de esmeraldas que pasó a adornar el cuello de la Gatita Blanca, María Conesa, primera triple española del Teatro Principal, obsequiado por Pablo González de quien fuera amante, o quizá por el mismo Higinio, con el que también tuvo sus quereres.
Los facinerosos empezaron a vigilar las casas de  mujeres solas, sin hombres en ellas, como fue el caso de la señora Carmen viuda de Rocha, y de Fabiola, su bella dama de compañía. A Fabiola Bernardo Quintero la enamoró. Al poco tiempo de hacerle la corte, se presentó en la casa de su “amada” vestido de militar. Ante el asombro de la chica, Bernardo le dijo: -¡Hazte a un lado, preciosa, que venimos a asaltar a tu patrona! maniatándolas, procedieron a desvalijar la casa.
Antes de irse Bernardo quitó el pañuelo que silenciaba  la boca de Fabiola y le dio un beso de despedida.
Recordemos que la chica era guapa.
Después de muchos secuestros y robos, la banda fue apresada y se ordenó el fusilamiento de los diez cabecillas más importantes, quienes fueron condenados a pena de muerte por dos robos de los ocho de que se les acusaba.
El primero en ser aprendido fue León Cedillo, quien chivateó y denunció a los demás. Granda logró escapar, y nunca se supo nada más de él.
Dicho fusilamiento se encomendó al comandante militar de la Ciudad de México, el general Francisco de P. Mariel, revolucionario que llevó a cabo el levantamiento a favor de Francisco I. Madero en Huejutla, Hidalgo. Un poco de tiempo antes del fusilamiento, Pablo González conmutó la pena de muerte a José Fernández, Rafael Mercadante, Francisco Oviedo, Luis Lara y Bernardo Quintero.
La ejecución de los demás integrantes de la Banda del Automóvil Gris quedó inmortalizada en una fotografía tomada por el famoso fotógrafo Agustín Víctor Casasola.
Poco tiempo después del fusilamiento, Pablo González Garza, se dedicó a preparar el asesinato de Emiliano Zapata, acontecido el 10 de abril de 1919, en la hacienda de Chinameca, Morelos.



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