sábado, 2 de abril de 2016

EL CONDE DE LA SIERRA NEVADA



Esta historia sucedió en Orizaba en el año de 1933. Yo tenía unos ocho años de edad. Toda la familia se trasladó a vivir con mi tío, el general, que era jefe de guarnición en un ex castillo muy antiguo convertido en guarnición, y donde también vivía.

Desde que llegamos, todavía sin habernos instalado del todo, empezamos a oír ruidos de cadenas, ruidos raros.

Mi mamá se ocupaba de preparar los alimentos en la cocina. Nosotros la notábamos extraña en su comportamiento. Hablaba sola. A mí me daba miedo, porque yo la oía que hablaba sola y decía:

–¡Váyase usted de aquí y no me moleste!

Cuando yo le preguntaba que con quién hablaba, solo me respondía que me fuera. No le decía nada a nadie de lo que estaba pasando.

Hasta que un día ya no soportó la presión y dijo que se le aparecía un señor que era el conde de Sierra Nevada, que había muerto ahí en esa casa de una caída de caballo.

Este señor, que solamente lo podían ver mi mamá y un niño que era el hijo del general mi tío, iba vestido con una casaca y unas botas negras.

En una ocasión, mi mamá llevaba la cena al comedor, cuando de pronto pegó un grito muy espantada y la vemos flotar por el aire, como si alguien se la llevara hasta el fondo del pasillo.

De ahí la fueron a recoger del suelo. Entonces, mi tío opinó que deberíamos traer a una médium. En una reunión el conde habló a través de la médium y dijo que sacaran el dinero que estaba ahí en la casa, que por cierto estaba en un cerro, abajo de la iglesia de San Lorenzo.

Pero mi mamá no quiso. Todos le rogaban y le decían que la mitad sería para  ella, una cuarta parte para las personas que la ayudaran y la restante para ayudar a los pobres.

Mi mamá no quiso, porque soñó que mi abuelito le decía que no. A lo único que accedió fue a dejar un rosario en el sitio donde debía escarbarse para sacar el dinero. Era debajo de un enorme brasero.

Empezaron a escarbar, pero sólo sacaron unos fémures de personas y encontraron ceniza, nada más que pura ceniza. Puros huesos y ceniza. Nos fuimos de esa casa y pasó el tiempo.

Ya estando casado, un día iba en tren a visitar el pueblo de mi esposa, Otumba. Una señora se sentó junto a mí y empezamos a platicar.

–¿Adónde va usted?, le pregunté.

–Yo voy a Orizaba, cada año voy a ver a mis antiguos patrones los Junco. Yo fui su cocinera.

–Yo viví en Orizaba cuando era niño. ¿Oiga, la guarnición que era un castillo, todavía existe?

–No, ya la tiraron. La compró la Cervecería Moctezuma. Y figúrese usted que al escarbar encontraron mucho dinero al fondo de un pasillo.

¡Era el pasillo donde el conde de Sierra Nevada había tirado a mi mamá!

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