En el pueblo de Jiutepec,
Lugar de las Piedras Preciosas, sito en el estado de Morelos, vivía una familia
que contaba con una buena situación económica y podía decirse que eran felices.
La familia estaba extrañada porque oían ruidos misteriosos en el patio de
atrás. Uno de los muchachos de la familia, que era bueno y amable, le dijo a su
padre que escarbaran en ese sitio porque tal vez encontraran un tesoro, pero
señor se negó.
En una ocasión la familia
completa se fue de paseo a México, solamente se quedó en la casa el chico
mencionado, y decidió escarbar en el patio aprovechando la oportunidad.
Llamó a
unos amigos suyos y se pusieron a trabajar. Nada encontraron de valor, sólo una
calavera bajo un árbol. Asustados por el hallazgo, volvieron a enterrar la
calavera y se fueron.
Desde ese momento, el
muchacho de la casa escuchaba una voz de ultratumba que lo llamaba: – ¡Ven,
ven, ven! decía la voz. El carácter del chico cambio por completo: se volvió
peleonero, retobado y grosero. No quería hacer nada. Dejó de estudiar. Los
padres le llevaron con un psiquiatra para que lo curara, pero fue un fracaso.
Tan mal se encontraba el
muchacho que una mañana se ahorcó en el mismo árbol donde habían encontrado la
calavera. La familia abandonó la casa. Tiempo después se rentó varias veces,
pero los inquilinos no duraban nada viviendo en ella, se mudaban en seguida.
Algo raro había en esa casona. Incluso, dos personas más se ahorcaron en el mismo
árbol.
El propietario ordenó que se quitara el árbol, y echaron agua bendita en
todo el patio y principalmente en el hoyo que dejó el árbol. Pero todo siguió
igual. Se seguía escuchando la voz de ultratumba que decía: – ¡Ven, ven, ven!
El dueño de la casa decidió
venderla. Pero todos conocían la fama de la morada y nadie la quiso comprar por
muy barata que estuviese, pues su valor bajo mucho. Como Jiutepec empezó a
crecer y crecer, unos fraccionadores compraron la casa para construir unos
condominios en el sitio. Todos los departamentos se compraron… Pasado un cierto
tiempo, dos personas más se ahorcaron en los departamentos que correspondían al
lugar del patio trasero. ¡La maldición seguía!
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