Cuenta una leyenda de
Durango que a principios del siglo XIX el músico y director Arturo Lugo gozaba
de gran fama, debido a sus merecidos méritos. Por lo cual, los servicios de él
y su orquesta eran muy solicitados para amenizar las fiestas a pesar de lo caro
que cobraba por tocar. Solamente se dignaba tocar para las clases adineradas de
la ciudad, nunca para los humildes aunque pudiesen pagarle. Le gustaba rozarse
con las familias de alcurnia y dinero de la ciudad.
Una cierta noche llegó a su
casa un hombre guapo, alto, vestido con capa y sombrero negros, y le pidió, con
una voz baja y profunda, que tocara en un baile que estaba organizando. Le pagó
con muchas monedas de oro y le dio su dirección. Al ver el alto monto de la
paga, don Arturo aceptó inmediatamente. Al llegar la noche del baile, el músico
acudió a la dirección indicada y al entrar en el salón principal los músicos se
dieron cuenta que se trataba de un baile de mucho lujo, con invitados muy
guapos y muy bien vestidos y con mesas plenas de exquisitos manjares.
Le extrañó a don Arturo no
conocer a ninguno de los invitados, ya que conocía a todas las personas de
alcurnia de Durango, pero pensó que se trataba de forasteros que habían llegado
a la ciudad ex profeso para acudir al baile.
Los músicos tocaron como
nunca, se lucieron. En uno de los descansos don Arturo caminó entre los
numerosos invitados a fin de socializar. En eso estaba cuando se encontró con
su comadre, a la que no veía hacía mucho tiempo. La mujer se extrañó de ver a
su compadre y le preguntó qué era lo que estaba haciendo ahí. Al oír las
razones por las que había ido el músico a animar la velada, la comadre quedó
paralizada de horror y le dijo: – ¡Querido Arturo, váyase inmediatamente de
aquí! Está usted a la entrada del infierno. Yo estoy muerta desde hace cinco
años, y este es el baile de los condenados. El Diablo nos obliga a bailar y a
reír por unas horas, para después someternos a terribles y horripilantes
tormentos. ¡Váyase, ahora que aún puede!
El músico se dirigió
rápidamente a sus compañeros para irse. En un momento dado, vio la cara burlona
del hombre que lo había contratado y la piel se le erizó. Cuando los músicos
intentaban marcharse se dieron cuenta que los invitados se retorcían presa de
horrendos dolores, y sus caras se habían transformado en rostros donde se podía
ver un miedo cerval. Salieron corriendo como almas en pena. Al llegar a la casa
del director, don Arturo se dio cuenta de que habían dejado en la casona un
violín muy caro y muy bueno.
A la mañana siguiente
regresaron con mucho miedo a la mansión del baile para recuperar el
instrumento. Al llegar a ella, se dieron cuenta que estaba abandonada y toda
hecha una ruina. ¡Sobre una de las bardas de adobe que la rodeaba se encontraba
el violín olvidado!
El músico se dirigió
rápidamente a sus compañeros para irse. En un momento dado, vio la cara burlona
del hombre que lo había contratado y la piel se le erizó. Cuando los músicos
intentaban marcharse se dieron cuenta que los invitados se retorcían presa de
horrendos dolores, y sus caras se habían transformado en rostros donde se podía
ver un miedo cerval. Salieron corriendo como almas en pena. Al llegar a la casa
del director, don Arturo se dio cuenta de que habían dejado en la casona un
violín muy caro y muy bueno.
A la mañana siguiente
regresaron con mucho miedo a la mansión del baile para recuperar el
instrumento. Al llegar a ella, se dieron cuenta que estaba abandonada y toda
hecha una ruina. ¡Sobre una de las bardas de adobe que la rodeaba se encontraba
el violín olvidado!
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