miércoles, 3 de octubre de 2018

EL TOLOACHE




Mucho tiempo antes de la conquista de Méjico por los españoles, vivía en este país un poderoso rey, padre de siete príncipes. Todos, como hijos de serrallo, tenían, poco más o menos, la misma edad.
Una noche, cuando el Rey dormía tranquilamente en su tienda, fue despertado por los lamentos de una niña, que, desnuda y hambrienta, había llegado, nadie sabía de dónde, al lugar donde el Rey descansaba. Conmovido éste por su extraordinaria belleza, la adoptó y educó con el cariño de un padre.
La niña crecía y su maravillosa belleza aumentaba, llegando a convertirse en una criatura tan fascinadora, que los siete hijos del Rey se enamoraron apasionadamente de ella. Desde entonces la paz dejó de reinar en el palacio y entre los hermanos se desencadenaron los celos y el odio. La joven, aunque los quería a todos, no amaba a ninguno, y los príncipes, para decidir cuál se casaría con ella, acordaron citarse para un combate fratricida, del que sólo pudiera sobrevivir uno de ellos.
Cuando el Rey se enteró de lo acordado, y creyendo que no había otro medio para impedirlo, ordenó a sus servidores que quitasen la vida a la hermosa doncella. Siguiendo éstos las órdenes de su señor, se la llevaron al monte, y allí, creyéndola muerta la abandonaron malherida.
Cuando la joven recobró el sentido, atemorizada, corrió sin rumbo a través de la selva; sus pupilas se dilataban, intentando ver en la oscuridad, y sus párpados se ennegrecieron por el terror. Entonces salió la Luna llena y el toloache abrió sus flores. Una de ellas habló, ofreciendo refugio a la fugitiva, y ésta, reduciéndose prodigiosamente de tamaño, se introdujo en el seno de la flor.
Allí vive desde entonces y allí sanaron sus heridas y encontraron alivio sus dolores. A cambio, el toloache adquirió sus facultades maravillosas. Su jugo ensombrece los párpados y dilata las pupilas; aplicado a la piel, calma los dolores y, tomada la hierba en infusión, puede hacer dormir, e incluso matar. Desde entonces, para ocultar a su protegida, sólo abre sus flores las noches de plenilunio, y ni los príncipes, sus siete enamorados, que la buscaron transformados en mariposas, pueden encontrarla, porque los insectos nunca se acercan al toloache, pues saben que el aroma que sus flores despiden es mortal.


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