jueves, 17 de septiembre de 2015

EL CERRO Y EL PRECIPICIO



Este sucedido no me pasó a mí sino a mi hermano Javier.

En aquel entonces, cuando le sucedió este hecho, hace como cincuenta años, él era ingeniero agrónomo y viajaba mucho por todo México.

En una ocasión fue a hacer unos trazos a una carretera en el estado de Puebla; como estaba recién casado llevó a su esposa, e iban también como tres macheteros, sus ayudantes.

Así pues, iban en el carro por la carretera cuando empezaron a oír unos ruidos raros, como cuando las llantas levantan mucha grava. Entonces, uno de los macheteros le dijo a mi hermano: -“Ingeniero, vámonos regresando porque por aquí espantan muy feo; no vayamos a tener una experiencia fea, porque ya van dos choferes que mueren en este tramo”-

Mi hermano, escéptico, le contestó: -“No, hombre, ¿qué te pasa?, no hay nada, no pasa nada”-

Siguieron avanzando y seguían los ruidos, pero peor todavía, como si echaran grava al carro.

En eso llegaron a un lugar en donde estaba la roca cortada: a la derecha era un desfiladero, a la izquierda el cerro.

Ya no había cómo pasar: -“Bueno, ¡ahora qué! Yo sabía que seguía la carretera, y ya no podemos seguir, está cerrado, está el cerro, no podemos ni siquiera tratar de regresar porque está el precipicio”- dijo mi hermano.

Eran como las dos de la mañana. –“Bueno, no hay más remedio que quedarnos aquí”- propuso mi hermano. –“¡Pero, ingeniero…! No podemos regresarnos, no sé por dónde dar vuelta al carro, no sea que nos vayamos al precipicio”-

Se quedaron todos acurrucados en el carro, porque los trabajadores tenían un miedo tremendo.

Se quedaron allá hasta el amanecer.

Cuando amaneció y hubo luz, vieron con sorpresa que no había ningún cerro que tapara la entrada, la carretera seguía, y tampoco había ningún precipicio… ¡A saber qué engaño terrible les tenían las fuerzas del mal!

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