lunes, 14 de septiembre de 2015

YA YÄGUI, EL SEÑOR DE LOS RAYOS



Ya Yägi, ser fantástico que adopta la forma de un relámpago y atrae las lluvias, se encarga de alumbrar el camino de los aires diminutos e invisibles que andan por la Tierra y provocan las enfermedades. Los otomíes de la Sierra Norte de Puebla le temen mucho.

Doña Catarina, tejedora de su comunidad, reconocida por su destreza, conocía muy bien a Ya Yägi y a los malignos aires, trataba de cuidarse de ellos y evitaba los ojos de agua y las cuevas donde acostumbran morar.

Sin embargo, un mal día Doña Catarina fue a entregar a Cuetzalan a la tienda de un mestizo, morrales tejidos que había elaborado. Al regreso, le fue imposible evitar una cueva.

Aunque trató de pasar lo más lejos posible porque ya era de noche, el Señor de los Rayos, guió a los malos aires para que persiguieran a la tejedora hasta atrapar su cuerpo en el cual se metieron convertidos un vaho nocivo.

Cuando la tejedora llegó a su casa le dolía todo el cuerpo y lo sentía como paralizado, la calentura era muy elevada, los ojos le molestaban, vomitaba y sentía convulsiones terribles.
La piel se le puso roja y ampollada, tenía palpitaciones y los labios dormidos. Poco a poco, su cuerpo empezó a desintegrarse hasta que se convirtió en un montoncito de polvo, ante los aterrados ojos de su esposo, don Narciso.

Sin saber qué hacer, el esposo llamó al curandero para que le aconsejara lo que procedía, a lo que respondió que ya nada podía hacerse, ya que era demasiado tarde, pero que podía enterrar las cenizas atrás de la casa y esperar a ver qué pasaba.

Así lo hizo Narciso. Pasados dos meses, de la tierra donde se encontraba doña Catarina brotó una planta de una belleza espeluznante.

Medía casi dos metros de altura y tenía la particularidad de emitir unos siniestros sonidos semejantes al lamento de los malos aires.

Todo el pueblo se enteró de lo acontecido y acudió a la casa de don Narciso a llevar copal y flores que las personas colocaron cerca del arbusto que gemía.

Desde entonces, al arbusto es venerado y hombres y mujeres acuden a rogarles que los preserve del Señor de los Rayos y de los aires diminutos e invisibles que causan tanto daño.

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