A
pesar de saber y reconocer nuestra fragilidad; los seres humanos somos los más duros y exigentes a la hora de medir, señalar y juzgar.
Es
poca la tolerancia que se deja ver en el mundo, es común ser testigos de guerras crueles aún entre los que son de una
misma familia o quienes que se
llamaron alguna vez amigos… ¿qué se puede esperar de aquellos que se castigan sin piedad, aunque sean
padres, hermanos o hijos?. Se crean
mil excusas y justificaciones para decir
que se tiene la razón, sin importar el dolor que se pueda causar y mucho menos la destrucción; pareciera como si
existieran en el mundo seres sin corazón, que no conocen de perdón y mucho
menos del amor.
¿Con qué derecho le pedimos perdón a Dios, si no sabemos perdonar?... ¿Cómo podemos gritar a los cuatro viento que queremos paz, si no hacemos nada para reestablecer la unión familiar? somos espectadores de los distintos conflictos que los medios de comunicación nos suelen presentar, nos damos golpes de pecho, hacemos cadenas de oración por la paz, y a la vez somos indiferentes ante el dolor de los demás, vivimos atentos del error que puedan cometer otros, para lanzar la primera piedra y condenar.
¿Con qué derecho le pedimos perdón a Dios, si no sabemos perdonar?... ¿Cómo podemos gritar a los cuatro viento que queremos paz, si no hacemos nada para reestablecer la unión familiar? somos espectadores de los distintos conflictos que los medios de comunicación nos suelen presentar, nos damos golpes de pecho, hacemos cadenas de oración por la paz, y a la vez somos indiferentes ante el dolor de los demás, vivimos atentos del error que puedan cometer otros, para lanzar la primera piedra y condenar.
Con
la misma vara que midamos, seremos medidos; más que una frase es una realidad, no tenemos ningún derecho de juzgar ni
condenar; quizás porque cometemos
errores más grandes que aquellos que hemos de señalar y castigar.
Nos hemos convertido en espectadores del dolor y las masacres, que critican, apoyan, juzgan, aplauden, asumen actitudes que no dicen ni hacen nada que pueda evitar tanto sufrimiento que no viene de Dios, porque es el mismo hombre el que lo ha de causar.
Nos hemos convertido en espectadores del dolor y las masacres, que critican, apoyan, juzgan, aplauden, asumen actitudes que no dicen ni hacen nada que pueda evitar tanto sufrimiento que no viene de Dios, porque es el mismo hombre el que lo ha de causar.
¿Con
qué derecho matamos con palabras, acciones u omisiones, si la vida no está en nuestras manos?, nosotros no somos los
dadores y mucho menos los que deciden
como y cuando la quitamos. Somos los que tenemos la misión de amarnos, perdonarnos, cuidar la creación
que se nos ha dado como el espacio
para ser feliz unos a otros, amándonos como hermanos.
¿Con qué derecho criticamos las guerras, si en nuestras casas y con los que tenemos más cerca, a cada instante las declaramos?, ofendiéndonos, insultándonos, discriminándonos, pisoteándonos la dignidad unos con otros, por aquello de hacer realidad el viejo refrán del ojo por ojo, para que ninguno crea que somos cobardes o valemos poco.
¿Con
qué derecho hablamos de paz, sino sabemos lo que significa?, creemos que la paz es un sueño fantasioso que jamás se hará realidad, una palabra que se escucha mejor cuando entonamos
una
canción que la sepa nombrar, o hacemos oración pidiendo por
ella, aunque en el fondo sentimos
que no se hará realidad.
Se nos ha concedido el derecho y la libertad de amar y ser amado, perdonar y ser perdonado… ¿Qué más podemos pedir? En ello esta el secreto de la verdadera PAZ.
Se nos ha concedido el derecho y la libertad de amar y ser amado, perdonar y ser perdonado… ¿Qué más podemos pedir? En ello esta el secreto de la verdadera PAZ.
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