En un año no muy seguro 1699 o 1700, y en un lugar
no muy seguro: Aragón, España, o Bearne, Francia nació Joseph Gouaux de Laborde
Sánchez, para nosotros José de la Borda.
Fue hijo de un oficial del rey Luis XIV de Francia
llamado Pierre Laborde, y de una mujer de nombre Magdalena Sánchez.
Don José decidió viajar a México invitado por su hermano, Francisco que le decían, para que le ayudase a trabajar en la mina llamada La Lajuela, situada cerca de Taxco, Guerrero, en un pueblo de nombre Tehuilotepec, zona fabulosamente rica en metales como la plata, el oro y el hierro.
Hacia el año de 1720,
don José decidió casarse con su cuñada, una joven de nombre Teresa Verdugo.
El matrimonio procreó un
hijo y una hija, quien murió siendo todavía una niña.
José se quiso
independizar de su hermano y decidió probar fortuna en Tlalpujahua, donde fundó
una mina.
Poco tiempo después, en
1738, su hermano se murió y le heredó, entre otras cosas, la mina de La
Lajuela, que le produjo mucho más dinero, lo cual le permitió edificar el
famoso Templo de Santa Prisca, cuya construcción duró siete años y medio, y
donde oficiaba su hijo Manuel.
Se empleó el
churrigueresco y su capilla fue totalmente decorada con azulejos de talavera.
Su retablo mayor fue dedicado a la Purísima Concepción y a los santos patronos
de Taxco; a saber, Santa Prisca y San Sebastián.
Como La Lajuela estaba ya bastante explotada y a punto de agotarse, don José tuvo la suerte de encontrar otra a la que llamó San Ignacio, que no duró en explotación muchos años: nueve.
El buen hombre estaba
casi en la quiebra, por lo cual tomó la decisión de ir a Zacatecas para
trabajar en la mina La Quebradilla, lo cual no le sacó mucho de apremios, y así
decidió invertir todo lo que la quedaba en la mina La Esperanza, cuya
explotación le convirtió en el hombre más rico de Zacatecas, ciudad de la cual
fue nombrado regente.
Para 1776, Borda se
encontraba muy envenenado por mercurio, a más de padecer otras enfermedades,
por lo cual su hijo clérigo le convenció de irse a refugiar a su casa de
Cuernavaca, donde él mismo residía.
Dos años después don
José de la Borda murió.
La fortuna de este
minero alcanzó la fabulosa suma de cuarenta millones de pesos, que le convirtió
en el hombre más rico del Virreinato de la Nueva España.
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