Dios mismo es el Arcano, es el Impenetrable. En el
"Magníficat", María exclama "Santo es su nombre". El es
totalmente diferente a cada criatura. Delante de su gloria y santidad el hombre
pecador sólo puede exclamar: "¡Ay de mí, que estoy perdido! Pues soy un
hombre de labios impuros'"
Oigamos de nuevo una meditación de San Cipriano sobre el
Padrenuestro:
¿Por quién
podría Dios ser santificado, si es El
mismo quien santifica? Mas, como sea que El ha dicho: Sed santos, porque yo soy
santo, por esto pedimos y rogamos que nosotros, que fuimos 'santificados' en el
bautismo, perseveremos en esta santificación inicial. Y esto lo pedimos cada
día. Necesitamos, en efecto, de esta santificación cotidiana ya que todos los
días delinquimos, y por esto necesitamos ser purificados' mediante esta
continua y renovada santificación."
Cuando Moisés era ya como de cuarenta años, pastor del rebaño de
su suegro Jetro, llegó una vez hasta la montaña de Dios, Horeb. Después de la
visión de la zarza ardiente recibió del Dios personal, del Dios de Abraham,
Isaac y Jacob, la misión de sacar al pueblo de Dios de la esclavitud de los
egipcios. Moisés contestó a Dios: Si voy a los hijos de Israel y les digo:
"El Dios de vuestros padres me ha enviado a vosotros;" cuando me
pregunten: ¿Cuál es su nombre?, ¿qué les responderé? Dijo Dios a Moisés:
"YO SOY EL QUE SOY". Así dirás a los hijos de Israel: "YO
SOY" me ha enviado a vosotros. Es la revelación más importante
de Dios en el Antiguo Testamento. Dios no se queda en el anonimato, se
compromete con su pueblo, lo libera, lo protege, camina con él, es el Dios de
la alianza de la vida, de una amistad fiel.
Pero exige también de nosotros compromiso de fidelidad. En la
antigua alianza Dios manifestó: "A vosotros os he llevado sobre alas de
águila y os he traído a mí. Ahora, pues, si de veras escucháis mi voz y
guardáis mi alianza, vosotros seréis mi propiedad personal entre todos los
pueblos, porque mía es toda la tierra; seréis para mi un reino de sacerdotes y
una nación santa"
Dios exige a los judíos la santificación. Deben guardar los diez
mandamientos, no deben abusar del nombre divino, no deben profanarlo, deben
guardar los días sagrados, las fiestas religiosas, los ritos sagrados, deben
obedecer al pastor instituido por Dios.
Jesús nos revela que no solo nos llamamos hijos de Dios sino que
lo somos realmente.
Por el bautismo hemos sido santificados y llamados a santificar
toda nuestra vida, nuestros trabajos, sufrimientos y nuestro tiempo libre con
sus alegrías legítimas. Sin la gracia santificante somos malos y no
santificamos nada. Profanamos nuestra vida y hasta la vida de otros. Algunos jóvenes
alegan, que ya no participan en la Santa Misa porque se aburren, porque no
sienten nada atractivo, porque la Misa ya no les da nada.
Lógico, si no pedimos el Espíritu Santo, si no vivimos nuestra
consagración bautismal si no captamos que cada uno de nosotros es llamado con
un nombre personal a esta alianza de amor, quedamos como los ciegos, los sordos
y los mudos.
Cristo nos ha manifestado el nombre del Padre. "Yo les he
dado a conocer tu Nombre" El es la mano extendida del Padre
misericordioso. En el nombre de Jesucristo el Nazareno, el primer Papa, San
Pedro realiza el milagro de curar a un hombre tullido e inactivo junto a la
puerta Hermosa del Templo. Delante de las Autoridades hostiles hace la
confesión solemne: "No hay bajo el cielo otro nombre dado a los hombres
por el que nosotros debemos salvamos"
Celebrando en el nombre de Jesús la Eucaristía nos salvamos y nos
santificamos.
"!Oh Dios, Señor nuestro, qué glorioso es tu nombre por toda
la tierra"
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