La Villa de Campeche, actual
San Francisco de Campeche, capital del estado del mismo nombre, ubicada a
orillas del Golfo de México y cuyo nombre original fuera Kaan Peech que
significa en lengua maya “lugar de serpientes y garrapatas, por su cercanía con
el mar se convirtió en uno de los puertos más importantes del virreinato, así
como por su tráfico comercial hacia España. Razón por la cual fue continuamente
acosada por piratas, tales como Jean Lafitte, Francis Drake, Laurens de Graaf,
Henry Morgan y otros más. Es por ello que se convirtió de una ciudad
fortificada, pues debía defenderse de los continuos ataques de los malhechores
piratas.
Según nos cuenta la leyenda,
en la ciudad de Campeche nació un famoso pirata conocido con el nombre de
Román, quien pertenecía a la banda de Laurens de Graaf, popularmente conocido
con el nombre de Lorencillo. Román había nacido dentro de una familia ilustre y
rica a la cual había abandonado para seguir sus malos instintos y volverse
pirata, por cierto, muy sanguinario y feroz.
Un cierto día, después de
haber participado en el asalto a un barco en alta mar, sintió una repentina
nostalgia por su ciudad de Campeche, y como la banda de piratas se encontraba
en temporada de descanso, decidió darse una vuelta por sus lares. Emprendió el
viaje y llegó a su ciudad natal. Al arribar se acordó de la imagen del Cristo
Negro de San Román, que se encontraba en el templo de la ciudad y decidió
hacerle una visita, no tanto piadosa como interesada.
Por la noche se introdujo,
silenciosamente, en la iglesia para quitarle al Cristo todas las joyas que
pendían de su ropa. Román se subió al altar cuchillo en mano, pero cuando se
encontraba cerca de la imagen, el ladrón observó la cara compungida del Cristo
y sintió vergüenza de su acción. Quiso bajarse del altar y huir; cuando iba
huyendo a la carrera el cuchillo se le cayó de la mano y el ruido que produjo
despertó a los frailes que dormían en el convento de la iglesia. El pirata
levantó del suelo su arma y salió del templo por un cercano callejón que le
conduciría al mar para poderse embarcar.
Pasaron algunos años, y
Román convertido en un hombre rico gracias a sus fechorías, arrepentido de su
deplorable comportamiento de pirata, decidió regresar a su natal Campeche. Al
llegar lo primero que hizo fue dirigirse al Templo de San Román por el mismo
callejón por el cual había huido años atrás. Ante el altar del Cristo, el ex
pirata le ofreció todas sus joyas mal habidas. Y como suprema prueba de su
arrepentimiento, colocó a los pies de la imagen el cuchillo con el que
anteriormente quería destruirle. El puñal había sido modificado y estaba
cubierto de oro de la mejor calidad; además, ostentaba una inscripción que
decía: “Santo Cristo de San Román, nadie puede herirte.” Así fue como Román
terminó siendo un hombre respetable y personado por Jesús.
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