jueves, 1 de febrero de 2018

DON ERNESTO Y LOS NAIPES



Existe una leyenda del estado de Guanajuato que nos narra la triste historia de un rico caballero al que le gustaba mucho el juego. Este caballero llevaba por nombre don Ernesto y acostumbraba salir a jugar todas las noches. Su lugar preferido era la llamada Casa del Juego. Se trataba de un lugar que en la ciudad de Guanajuato era muy conocido y al que solamente podían acceder las personas que contasen con un buen capital, pues se jugaba fuerte y había que ser rico para poder participar.
Como es de todos sabido, el juego es un vicio que hace que las personas apuesten dinero, joyas, casas y hasta grandes haciendas con tal de jugar. Don Ernesto casi siempre ganaba en los juegos de azar, en este caso juegos de naipes, y si no ganaba al menos sus pérdidas no eran muy onerosas ni le causaban problemas.
Sin embargo, una cierta noche el caballero jugador empezó a perder como nunca. Perdió cuatro propiedades importantes, y se encontraba a la vez que nervioso muy enojado con dichas pérdidas a las que no estaba acostumbrado.
Siguió jugando y perdió todo el dinero que tenía y dos propiedades más. Ya no tenía nada que apostar. Estaba desesperado y deseaba irse, cuando uno de los contrincantes del juego le detuvo por la manga de su chaqueta y le susurró que se mantuviese en la mesa de juego, que no lo había perdido todo y que aún le quedaba una cosa muy valiosa que le permitiría apostar y reponer parte de lo perdido, si no es que todo, si intentaba una jugada más.
Al escuchar tales palabras, don Ernesto se volvió presto hacia el hombre que le hablaba, molesto por el atrevimiento. Preguntó al misterioso hombre a qué se refería con lo dicho, puesto que había perdido todo su capital. Sentado nuevamente, el hombre que lucía un traje negro y era pálido como la cera y con ojos negros y profundos, volvió a susurrarle unas palabras cerca del oído.
Inmediatamente, don Ernesto lanzó un grito de espanto, enrojeció y luego se puso color papel y profirió un extraño grito de rechazo y asombro: – ¡No, no, ella no, eso no puede ser! Pero después de indignarse, el jugador quedó callado y pensativo. Después de unos momentos aceptó seguir jugando y pidió nuevas cartas.
Ya solamente quedaban dos jugadores, el hombre de negro y él desgraciado don Ernesto. Dio comienzo el juego. Se pidieron cartas. Empezó el albur… y don Ernesto volvió a perder. Quedó el hombre sin habla. No podía moverse de la silla. ¡Había perdido nada menos que a su esposa! ¡Y la había perdido jugando con el Diablo! A los pocos días murió el desdichado.
Desde entonces en la Calle del Truco se aparece el fantasma de don Ernesto, vestido con una capa negra y un sombrero que le cubre su pálida cara en la que se pueden ver sus triste y centellantes ojos cargados y dolor y de culpa por haber jugado y perdido a su bella esposa, a quien ni decir tiene que se la llevó el Diablo. Al llegar a media calle toca a una puerta tres veces. ¡Es la puerta del garito donde jugó a su mujer! Genio y figura… hasta la sepultura.


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