Campeche,
ciudad capital de uno de los estados del sureste de la República Mexicana fue
fundada en 1531 por el adelantado Francisco de Montejo, a la cual designó con
el nombre de Villa de Salamanca de Campeche. Para algunos estudiosos su nombre
significa en lengua maya “serpiente” y “garrapata”; para otros, deriva de las
palabras kin, sol y pech,
garrapata, más el prefijo locativo ah, lo que daría lugar a
que Campeche significara “lugar del señor sol garrapata.”
Sea como fuere, de Campeche
ha llegado hasta nuestros días una leyenda muy bonita. En ella se nos cuenta
que hace ya mucho tiempo en la ciudad mencionada vivía una mujer sumamente
hermosa, a quienes todos admiraban por su donaire.
A esta bella muchacha le gustaba
mucho caminar por la costa para disfrutar la brisa del mar y la belleza de las
altas olas. Asimismo, disfrutaba viendo los enormes buques que llegaban al
puerto procedentes de todos los países del mundo. Al verlos era como
transportarse a remotas regiones que imaginaba de una gran belleza.
Era
tal la hermosura de esta joven que incluso el Mar estaba enamorado de ella.
Siempre esperaba con impaciencia que apareciera por la costa para admirarla y
poderla besar con el agua de las olas que lamían las blancas arenas y mojaban
sus pies. Al Mar le gustaban las sonrisas de felicidad que asomaban a la cara
de la mujer cada vez que contemplaba el mar y sentía el agua de mar. Por
las tardes, el Mar se pintaba de color dorado con los ponientes rayos del sol y
disfrutaba con la felicidad que esto producía en la chica.
Cierto día en que la joven
estaba dando su acostumbrado paseo por la playa, se encontró con un marinero de
quien se enamoró al instante. Por su parte, el marinero al verla también quedó
inmediatamente prendado de ella.
Al darse cuenta el Mar del
gran amor que había nacido en la pareja, se puso furioso de celos. El Mar
sentía que la joven ya no le prestaba la atención que antaño le daba, Ya no
disfrutaba con la brisa ni con las olas, pues nada más tenía ojos para su
adorado marinero.
Pero llegó el día en que el
marino tuvo que zarpar del puerto con su tripulación. Se lo anunció a su amada,
y ambos se juraron amor eterno entre beso y beso. Ella juró esperarlo y él juró
volver. Se dieron un prolongado beso de despedida y se separaron.
El Mar que veía la escena
estaba iracundo y verde de celos, Su ira no tenía límites, y en su terrible
enojo provocó una tormenta como nunca se había visto por esos lares. Las olas
eran tan enormes y la lluvia tan abundante que terminaron por volcar la nave en
donde iba el marinero enamorado, quien murió ahogado.
La mujer desesperada al ver
que su amado no volvía, acudía mañana y tarde a la orilla de la playa con la
esperanza de ver llegar al buque donde vendría el sujeto de sus amores. Todos
los días acudía. A veces se sentaba en el malecón y se ponía a ver el horizonte
inútilmente, pues el amado nunca llegó. En cambio, el mar estaba exultante,
bello como nunca, con magníficas olas y bellísimos colores, pues ahora podía
ver a su amada todo el tiempo que quisiera y besarle los pies con sus frescas y
dulces aguas.
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