En el siglo XVII, vivía en la Ciudad de México, en la Calle de Santo Domingo, una
muchacha de nombre Casilda Baena la cual provenía de una adinerada familia.
Leía mucho, y su sueño era convertirse en actriz.
Amaba tanto la lectura que todo su dinero lo gastaba
en libros, haciendo a un lado las frivolidades como las joyas y los vestidos
bonitos, que suelen gustar tanto a las jóvenes de su edad.
No solamente leía los libros, sino que los actuaba,
tomando las características de los personajes e imitándolos, cual si estuviera
actuando en un teatro.
A
La joven dejó el Colegio
de Niñas al que asistía y lo cambió por el Coliseo de la Ciudad de México al
que acudía para ver y rozarse con los actores que en él trabajaban.
Tiempo después, Casilda
debutaba en el teatro Coliseo con mucho éxito.
En la segunda función,
sus compañeros de actuación y los espectadores se
dieron cuenta de que la joven actuaba de extraña manera, sus movimientos no
correspondían a los marcados por el director, hacía gestos que no tenía por qué
hacer, y decía “morcillas” que no venían al caso.
Sin embargo, las funciones
mal que bien continuaron.
Un día, cuando la Plaza Mayor de la ciudad estaba llena de
gente porque eran tiempo de posadas y se formaba una verbena, vieron correr por
entre los puestos a una mujer desquiciada, con el pelo alborotado y con los
ojos desorbitados.
La perseguían unos
gendarmes, pues la mujer enloquecida era Casilda que acababa de prender fuego
en la bodega del Coliseo, rociando en la utilería y el vestuario de actuación
alcohol con trementina. Mientras corría, la infortunada Casilda decía:
Amor es llama divina/
que me ha robado el sosiego, / porque todo lo que es fuego/ me subyuga y me
domina.
Estas palabras formaban
parte de los versos de la primera obra con la cual había debutado Casilda.
Cuando la apresaron, la
llevaron directamente a la institución para mujeres demente del Divino
Salvador.
Los padres de la joven
sufrieron terriblemente con la tragedia de la hermosa joven que se volvió loca
de tanto leer…
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