lunes, 14 de marzo de 2016

JUAN PINEDA



Esta leyenda es absolutamente verídica. Sucedió en la Ciudad de Valladolid, ahora llamada Morelia, estado de Michoacán, en el año de 1890, como queda registrado en las Crónicas del padre jesuita Salvador Iturriaga, amante de las historias truculentas.

Juan Pineda era un joven de veinticinco años nacido en Valladolid. Flautista de profesión se ganaba la vida tocando en fiestas particulares y en los cafés de postín de la ciudad. A Juan le gustaba la soledad, era un poco taciturno y no muy dado a hacer amigos, prefería la lectura y la música.

Vivía Juan en una casa situada en la actual Avenida de la Paz, exactamente frente al Panteón Municipal de la ciudad. Ahí, doña Blanca, la propietaria, le rentaba un confortable cuarto.

Una noche, a la salida del café en que tocaba, Juan Pineda tomó un coche de alquiler para dirigirse a su casa. Sería alrededor de la una de la mañana de un día jueves.

Después de saludar al cochero que le conocía, tomaron camino en la noche fría de noviembre.

Tranquilo iba Juan, esperando llegar a su casa a tomarse un buen té de tila y azahar.

Al llegar casi a la entrada del Panteón, Juan observó una especie de procesión que marchaba sobre la banqueta, la oscuridad no le permitía verla bien. Los integrantes caminaban lentamente y se podía escuchar un murmullo, una especie de lamentos acompasados y desgarradores.

Al llegar a la altura de la procesión, Juan pudo ver que todos iban vestidos de harapos, llevaban una candela en las descarnadas manos, de su rostro pendía la carne sanguinolenta y putrefacta, no tenían ojos y despedían un olor insoportable. De repente, la procesión de descarnados atravesó el muro y desapareció.

Pero uno de los muertos dio la vuelta y se acercó al coche donde chofer y músico se  encontraban paralizados de terror.

El ánima en pena, metió la mano por la ventana de la berlina y le sacó el alma a Juan de un tirón. Después de recobrarse del desmayo que sufrió, Juan se dirigió a su casa completamente obnubilado.

Desde entonces ya no fue el mismo, la juventud se le fue, nunca más volvió a tocar la flauta, desprovisto de ánimos y fuerza recorre las calles de Morelia en espera de encontrarse con el espíritu y de poder recobrar su alma, sin la cual no puede morir y obtener la paz que tanta falta le hace.

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