Bueno, pues yo soy viuda. Un
sábado llegué a mi casa, y como estaba muy solita me puse a ver la televisión.
Estaba viendo a Jorge
Saldaña, que me gustaba mucho. En el programa estaban cantando puras canciones
de mis tiempos, de cuando andaba de novia de mi esposo.
Yo duré doce años de novia,
y en doce años oímos muchas canciones que ahora me lo recuerdan. Ese sábado, al
verme tan sola y escuchando esas canciones, me puse a llorar.
Terminó el programa, llegó
mi hijo, y ya después, nos fuimos a acostar.
Cuando estaba dormida, sentí
el cuerpo de mi esposo que me oprimía. Empecé a jadear en mi intento por
separarme.
Mi hijo me oyó y corrió a la
recámara para hablarme y despertarme, porque a veces me daban pesadillas.
Pero esa no era una
pesadilla, porque yo lo sentía oprimirme y ya estaba consciente en esos
momentos.
– ¿Qué te pasa, mamá?
– ¡Ay, hijo, tu papá ya vino
a espantarme!
– ¡No, mamá, cómo va a ser
mi papá!
– ¡Sí, le dije, es él!
– Mira, mejor duérmete, ma.
Me volví a dormir. Como tres
veces esa noche me pasó lo mismo. Ya de madrugada, empecé a ver luz por la
ventana, y pensé que era bueno que ya hubiera amanecido.
Me dormí otra vez, y me
volvió a pasar lo mismo. Al otro día le conté a mi hermana lo que me había
pasado. Me dijo:
–No, pues la próxima vez que
sientas eso di: ¡Ave María Purísima! Si sigues sintiendo a tu esposo, entonces
di una maldición muy grande; así me han dicho que con groserías se van los
espantos.
A los quince días, sentí lo
mismo, que el cuerpo de mi esposo me oprimía, me abrazaba. Entonces, me acordé
del consejo de mi hermana y dije en voz alta:
–¡Ave María Purísima!
Y nada, no se fue, al
contrario, más me oprimía. Yo nunca digo groserías, pero en ese momento dije:
–¡Ay, pues perdóname Dios
mío, pero ve y tizna a tu madre!
En eso, se me fue quitando
el cuerpo de encima, antes de quitarse completamente, me hizo un cariñito en la
nariz.
Me puse chinita al sentir la
caricia, porque yo no estaba dormida soñando, estaba consciente, sólo que no
podía moverme. Así se despidió de mí. Entonces le dije:
–No te vuelvo a llorar. Tú
te quisiste morir porque fumabas mucho, y por eso fue tu muerte. No te vuelvo a
llorar, porque si hubieras querido aquí estarías conmigo. No me vengas a
espantar ya.
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