Bien sabemos que la historia oficial tiene sus héroes y sus anti
héroes. En México, uno de estos últimos es Maximiliano de Habsburgo, a quien se
le tacha de haber sido un usurpador, entre muchas cosas más, incluyendo el de
ser extranjero con rango de Emperador, como si la historia anterior a México
como país independiente no hubiera estado llena de virreyes y gobernantes
peninsulares hispanos. La historia oficial mexicana tiende a pasar por alto que
Maximiliano de Habsburgo no vino a usurpar, sino que fue invitado a gobernar
por parte de un grupo político denominado “Conservadores”, mientras que el
grupo antagónico era el de los “Liberales”, comandados entonces por el héroe
oficial aunque también cuestionado presidente Benito Juárez.
Sin duda, uno de los grandes errores de Maximiliano de Habsburgo
fue el haber aceptado venir a gobernar un país bravo, dividido por guerras
–país que aún no tenía una identidad bien definida– y haber llegado
desconociendo eso, aunque tampoco podemos decir que vino con engaños.
Otro de sus grandes errores fue no seguir las órdenes de los
Conservadores que lo trajeron, pues resultó ser demasiado liberal, incluso más
que los Liberales, ya que sus ideas vanguardistas rebasaban por mucho las de
los Liberales, y por si fuera poco, las ideas de Maximiliano de Habsburgo eran
mucho más liberales que las de uso común en Europa en aquellos años. Por
liberal, en términos actuales se entendería que sus ideas apuntaban hacia la
justicia social, el reparto de riqueza, etc.
Maximiliano de Habsburgo seguramente tuvo grandes aciertos durante
su corto mandato, aunque la historia oficial prefiera jamás mencionarlos. Uno
de tales aciertos fue haber tratado de incitar a los mexicanos a tener
identidad propia, y esto se logra a través de los héroes de la historia y las
fechas memorables. Tan fue así, que el
primer Grito de Dolores (o Grito de Independencia) realizado de manera oficial
lo dio precisamente él, en 1864. Maximiliano fue el primer gobernante en ir
personalmente a Dolores, Gto. para dirigir la ceremonia del Grito y como
recuerdo de ello, existe en Dolores Hidalgo una placa alusiva a ese hecho, de
las pocas en México que recuerdan a Maximiliano. Para la ocasión, el emperador
vistió de charro y Carlota, de china poblana. Asimismo. fue Maximiliano quien
encargó a Joaquín Ramírez pintar la imagen de Miguel Hidalgo que más conocemos.
Gracias a esa pintura se “dio vida” a uno de nuestros primeros héroes
nacionales.
Un año después, el 16 de
septiembre de 1865, se organizó la primera gran fiesta alusiva al inicio de la
Independencia en el zócalo y el Palacio. Fue presidida nada menos que por el Emperador Maximiliano de Habsburgo y
su esposa Carlota de Bélgica. Las crónicas de la época narran que fue un
festejo de gran algarabía que mezcló toda la pompa del protocolo y la verbena
popular tal como se sigue haciendo hasta hoy en día.
En una nota publicada el 19 de septiembre de 2010 por el periódico
El Sol de Irapuato, Beatriz Padilla ofrece este resumen:
En Memorias de un Secretario Particular, tituladas en su edición
mexicana Maximiliano
Íntimo, de José Luis Blasio, narra de la siguiente forma aquella
fecha del 16 de septiembre de 1865.
“Con el entusiasmo de todos los años, con la vehemencia de
costumbre, el pueblo mexicano acudió esa noche a la Plaza de Armas para gritar
vivas a la Independencia de México, cuando ¡oh ironía! México estaba gobernado
por un monarca extranjero. A la madrugada del 16, las salvas de artillería, los
repiques, las banderas militares y los cohetes que atronaban el aire,
anunciaban al pueblo mexicano que éste celebraba su Independencia, bajo el
régimen de un príncipe austriaco.
A las nueve de la mañana, se dirigieron Sus Majestades a la
Catedral en la carroza de lujo en medio de una valla, que del palacio a la
basílica formaba la guardia palatina. Después del Te Deum, los soberanos recibieron en el salón de
Embajadores a todos los funcionarios de la Corte, al cuerpo diplomático, a los
miembros del ayuntamiento de la ciudad y a los notables.
El emperador vestía aquella mañana uniforme de general mexicano
luciendo al pecho las grandes cruces del Águila Mexicana, de Guadalupe y el
Toisón de oro. La emperatriz vestía de blanco y llevaba riquísimas joyas.
Posteriormente, Maximiliano escoltado por su Estado Mayor y por un
cortejo de generales y jefes de alta guarnición, pasó revista a sus tropas.
Después de este acto, regresó a Palacio Imperial ‘trotando a todo galope por
las calles de Plateros y San Francisco, donde una multitud entusiasmada lo
aclamaba.
Al llegar a la Plaza de Armas, el Emperador y sus principales
acompañantes se situaban enfrente a la puerta central del Palacio para
presenciar el desfile de la columna. En los balcones, se encontraban la
emperatriz, sus damas y altos dignatarios de la corte.
En la columna militar, las tropas mexicanas venían en primer
lugar, seguidas de las francesas y austriacas, y por último las belgas.
Por la tarde, se sirvió una suntuosa y elegante comida.
Concluía el día patrio con la quema de vistosísimos fuegos
artificiales y una gran serenata frente al Palacio Imperial”
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