A Pancho Villa el pueblo lo idealizó por valiente, pero también
por mujeriego.
En abril de 1914, el famoso revolucionario destrozó a la flor y
nata de las tropas huertistas en las afueras de San Pedro de las Colonias,
Coahuila, ocupando luego la población.
El día de su victoriosa entrada al lugar, vio en la plaza de
armas a una preciosa muchacha acompañada de una mujer madura, al parecer madre
de la chica.
A Villa le encantó la joven. Y dio instrucciones a su asistente.
-Averíguate quién es y dónde vive esa chulada de potranca, y me
buscas como de rayo.
La muchacha se llamaba Lolita y era la hija menor de una viuda
de condición humilde. Esa misma noche, el Centauro la requirió de amores. Pero
la chica, tan juiciosa como bella, puso algunas objeciones.
-Es para mí un honor, General Villa, que se haya fijado en una
muchacha humilde como yo, siendo usted un hombre famoso. Sin embargo, debo
decirle que no soy mujer fácil ni de aventuras, y que le prometí a mi padre,
que en gloria esté, que me casaría de blanco y en la iglesia.
Puntualizó Villa:
-¡Válgame, mi alma, usted no se me preocupe, se casa conmigo de
rojo, de blanco o de azul, del color que usted guste!. Aquí tiene este dinero
para que se compre el ajuar que más le cuadre. Y vaya escogiendo el templo en
el que será el casorio el domingo que viene.
Grande fue el júbilo de la linda y sensata Lolita al contraer
nupcias con el general Villa. Tan grande como su desencanto al enterarse, no
mucho tiempo después, que era la novena esposa “legítima” de Pancho, quien estaba
igualmente casado con Luz Corral, Cristina Vázquez, Manuela Casas, Juana
Torres, Austreberta Rentaría y tres señoras más.
Y es que Pancho Villa acostumbraba decir, más con ingenuidad que
con cinismo:
-Yo del amor soy muy respetuoso. Nada de amasiatos. Por eso, tan
luego me enamoro, me caso por la ley y por la iglesia, ¡No faltaba más!-
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