Mientras
muchos seres humanos ocultan su fragilidad, creyendo que es sinónimo
de pequeñez y debilidad; Dios se reviste de humanidad para dar testimonio de su grandeza y Divinidad. Ahora entiendo el sentido de la Cruz, y he
dejado de verla como signo de
sufrimiento y dolor; redescubro en ella el valor que le dio Jesús, al entregar su vida en ella por amor.
Desde
entonces nuestros sentimientos y emociones tienen otra dimensión, y hasta parece a veces que la vida
es una contradicción; el reconocer
y asumir la debilidad nos hace más fuertes; y cuando
nos
rompemos en pedazos, ya sea porque hemos caído, nos hemos equivocado o porque alguien nos ha herido o
nos ha fallado; tenemos la
oportunidad de reconstruir y renovar lo que estaba destruido y hacer de nosotros una obra nueva con el
corazón totalmente restablecido
y fortalecido.
Y mientras
muchos creen que han nacido para sufrir y prefieren
morir;
dejan pasar el tiempo sin darse cuenta que cada día se les está dando otra oportunidad para vivir y ser
feliz…
Piensan que la felicidad es
un punto de llegada, cuando es en verdad una forma de
viajar
y por la vida andar… Se es feliz aunque se experimente cansancio, tristeza y soledad; porque en el
fondo sabemos que esas emociones
hacen parte de nuestra humanidad, y no son eternas sino pasajeras, por lo tanto no deben estancarnos,
sino impulsarnos a hacer
nuestros sueños realidad para dar testimonio de ese toque de Divinidad que Dios puso en nosotros cuando
nos quiso crear.
Las
limitaciones nos impulsan a redescubrir nuestros dones y bendiciones; siendo testigos de que es mucho
más lo que realmente hemos
recibido que lo que hemos carecido. Disfruta, valora y se asombra más aquel que ha sido señalado por
pequeño y limitado, que los que
creyendo tenerlo todo, se sentían aparentemente
privilegiados,
pero que fácilmente se derrumban y renuncian ante el
primer
obstáculo que en el camino han hallado.
Ya no hay
que hablar más de la cruz, como ese karma que nos toca cargar, mucho menos decir que vivimos en un
valle de lágrimas donde los pecados
hemos venido a purgar y purificar; no hay porque
rechazar
ni avergonzarnos de nuestra fragilidad y humanidad; sino reverdecer en ella
nuestras fuerzas y luchar por hacer nuestros sueños realidad; aprender a
descubrir en ella la mayor prueba del amor de Dios en nosotros y el toque de su
Divinidad.
Bienaventurados
los que han entendido el misterio de reír y llorar
en
paz; sin revelarse o avergonzarse de la cruz, ni rechazar o quejarse de su limitación y humanidad; porque
ellos sabrán lo que es realmente
ser feliz en esta tierra, lo contemplarán y lo
disfrutarán
aún más en la eternidad; no hay que esperar el morir,
para
experimentar de cerca el inmenso amor que Dios en esta vida nos ha querido regalar.
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