Después de
que los hijos de los árboles Apoala se multiplicaron, dice la leyenda, se
hicieron cuatro ramas que se desperdigaron por toda la región que ahora es Ñuñu-Ma,
la mixteca para enseñorearla, asentándose en ella una regia estirpe.
Uno de los
hijos de estos árboles llenó su carcaj con flechas y tomó su poderoso arco para
enfrentarse valeroso a sus posibles enemigos o a aquellos que se opusieran a su
deseo de convertirse en un gran conquistador.
Caminó
durante mucho tiempo por el extenso territorio de Ñuñu-Ma ajado como papel
estrujado, presto lo hizo en los lechos de los ríos, como subió presuroso como
las águilas, a las cumbres que casi tocan el cielo y que siempre permanecen envueltas
en blancas o negras nubes, como manto que su inocencia protege, otras veces se
adentró en hermosos valles que parecían el Edén, pero siguió su camino,
buscando con quien disputar esa maravillosa región.
Finalmente
llegó a lo alto de la ahora Ñudzavuiññuhu, en el momento en el que el sol, como
agudos dardos, lanzaban hacia la superficie de la tierra sus ardientes rayos.
Cuatro Lagarto, Águila Sangrienta, que así se llamaba este descendiente de los
árboles de Apoala, al sentir sobre su cuerpo los fatales rayos, entiende que el
astro rey es el dueño de ese inmenso territorio, llamado a ser la cima de
magnifica cultura. Tensa el arco y con la flecha acomodada, dispara contra el
sol. El agudo dardo se dirige veloz hacia el enemigo que pretende esconderse
tras espesas nubes, sin embargo el valiente guerrero no se inmuta, continúa
disparando una y otra vez y las flechas se pierden majestuosas en la
inmensidad, devorando la distancia e incrustándose en el sol. Después de larga
y cruenta lucha, en el horizonte, las nubes se tiñen de rojo carmín, el astro
pierde su fuerza y poco a poco, con la palidez de la muerte, en terrible
agonía, se pierde en la oscuridad del inmenso universo. Aparecen las estrellas “Como
cirios” en un solemne velorio, el sol ha muerto. Cuatro Lagarto triunfó y se
convirtió así en el mítico “Flechador del Sol” otro héroe como él, jamás habrá
en la tierra, no en vano fue
descendiente de los árboles Apoala.
Agotado por
la lucha, hace un esfuerzo supremo y levanta en la parte más alta del cerro,
testigo atónito de hecho de tan singular, un rústico altar, en él ofrece un
sacrificio de gratitud y amor a sus dioses, por haberle permitido obtener este
grandioso triunfo, sobre el enemigo tan poderoso. Las víctimas y el copal,
transformados en esencia, se elevan fragantes a las alturas, en donde en
hermoso panteón habitan los dioses que protegieron a este héroe en triunfo tal.
La luna
entre tanto, aparece en el firmamento, está espantada, sabe los de la contienda
sangrienta porque las estrellas se lo dijeron, por eso, tímida cubre con su
manto de tul el sueño reparador del “Flechador del Sol”
Más tarde,
el héroe inmortal, en las alturas de Ñudzavuiññuhu en Ñuñu-Ma, funda, como
corona áurea, a Ñuutno, monte negro Tilantongo que será el centro del poder de
toda la mixteca y lo convierte en el nuevo sol, alrededor del cual girarán
nuevas estrellas que a la vida surgirán en el tiempo y el espacio.
Los árboles
de Apoala, después de miles de años, pueden irse a descansar, han dado al mundo
lo mejor de ellos, el fruto de su limpio amor. Los héroes de la Ilíada, de la
Odisea y de otras hazañas mil, a pesar de sus hechos, no pueden compararse con
el “Flechador del Sol”
Su amor
hecho realidad servirá por siempre, en algo tan maravilloso como es el hombre
que con su recto actuar transformará lo existente, buscando el
perfeccionamiento del universo en el que habita y llevará la creación hacia su
perfeccionamiento o hacia su destrucción total.
Los árboles
de Apoala cumplieron su misión, Cuatro Lagarto, Águila sangrienta, el Flechador
del Sol también. Solo falta que nosotros, los que vivimos en éste heterogéneo
suelo, cumplamos la parte que nos corresponde, ya que entonces y únicamente
entonces, estaremos mostrando que somos verdaderos mixtecos.
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