Déjame contarte una leyenda familiar y tómala así y sólo eso
–anticipa Jorge Borjas Benavente, radicado en San Luis Potosí–. Contaba mi tía que el abuelito de ella
estaba de monaguillo en una misa en San Felipe, Guanajuato, una vez que fue un
obispo de León a dar la misa. A ese obispo lo tenían por santo por muchas
razones, que por su bondad y cosas así, pero sobre todo porque levitaba.
Al momento de la consagración, el obispo empezó a levitar y la
gente se quedó asombrada. Levitó y levitó hasta que se cayó como bulto. Se armó
tanto el alboroto que uno de los sacerdotes le dijo al monaguillo, o sea al
abuelito de mi tía, que fuera a la sacristía a traer sales o alcohol o lo que
fuera para reanimar al obispo.
Obviamente el niño se asustó mucho e hizo lo que el sacerdote le
pidió.
Años después, aquel monaguillo contaba que el obispo dijo cuando
ya estuvo reanimado, pero todavía alterado por una visión: “Acabo de ver la
escena más horrible que he visto en mi vida. Acaba de entrar el alma de Juárez al infierno”.
Ésa es la leyenda familiar, que el bisabuelo estuvo traumado mucho
tiempo por haber presenciado ese momento de la levitación del obispo, del
alboroto y, sobre todo, por sus palabras.
Y contaba que, efectivamente, el momento más dramático sucedió
justamente cuando llegó la noticia oficial de la muerte de Benito Juárez,
cuando aquel obispo estaba levitando y cayó como bulto por haber visto la peor
escena de su vida, o sea que alma de Juárez había entrado al infierno, según la
visión del obispo.
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