Los seis viernes que
comprende la Cuaresma son muy relevantes desde el punto de vista religioso y
cultural, pues en ellos se expresan muchas manifestaciones de la cultura
popular. Generalmente, durante los viernes de Cuaresma se efectúan ferias,
bailes, verbenas, juegos pirotécnicos, procesiones, misas, música de banda y de
grupos comerciales, desfile de carros alegóricos, representaciones bíblicas,
calendas, danzas tradicionales y elaboración de artesanías ad hoc. En las
festividades de los viernes de Cuaresma los funcionarios tradicionales que
integran las cofradías son los responsables de la coordinación de la fiesta y
del cuidado de la iglesia y las imágenes.
Al sexto viernes de
Cuaresma se le conoce como Viernes de Dolores y está consagrado a venerar a la
Virgen de los Dolores y a recordar los sufrimientos que padeció. A la Virgen de
los Dolores la imaginería popular la represente con rostro doliente, lágrimas
amargas que fluyen de sus ojos, y siete puñales que traspasan su sangrante
corazón, símbolo de los dolores padecidos. A veces se la ve traspasada con un
solo puñal de plata.
El primer dolor de la Virgen acaeció cuando el rey Herodes
se enteró del nacimiento de Jesús y ordenó degollar a los niños menores de dos
años que vivían en Belén. Un ángel enviado por Dios, les anunció a María y José
del peligro que corría su hijo, por lo que decidieron huir a Egipto.
El segundo
dolor de María tuvo lugar durante el viaje que todos los años realizaba la
Sagrada Familia a Jerusalén, con el fin de celebrar la Pascua Judía. Cuando
Jesús contaba con doce años, se perdió entre la multitud que abarrotaba el
Templo de esa ciudad, sus padres se asustaron y los buscaron. Tres días después
lo encontraron en el mismo Templo cuestionando, discutiendo y saciado sus
ansias de saber los Doctores de la Ley, quienes quedaron asombrados de la
sapiencia de un niño de tan corta edad.
El tercer sufrimiento de la Virgen
acaeció cuando Jesús fue presentado al Templo de Jerusalén a los cuarenta días
de su nacimiento. Simeón, un hombre bueno y noble, tomó al niño en sus brazos
y, después de dirigirle a Jehová las siguientes palabras, vaticinó la muerte
del Señor en la cruz: -Señor, ya puede morir tu siervo, porque mis ojos han
visto la salvación que ofreces a los hombres: una luz que iluminará a los
gentiles y es la gloria excelsa de tu pueblo de Israel.
Los cuatro restantes
dolores de la Virgen corresponden a la etapa de la Pasión de Cristo. Se
refieren a las estaciones del Señor en su camino hacia el Monte Calvario, a su
crucifixión, el descenso de su cuerpo de la cruz, y su sepultura.
El Altar de Dolores
La celebración del
Viernes de Dolores se instauró por resolución del Sínodo provincial efectuado
en Colonia, Alemania, en 1413. Este día se acostumbra montar un altar dedicado
a la Virgen. La costumbre se inició en nuestro país a raíz de la evangelización,
pero a despecho de su raigambre católica, en el altar se amalgamaron algunos
rasgos prehispánicos relacionados con la fertilidad de la tierra, como lo
testimonian las semillas germinadas, las verduras frescas, las flores y las
frutas que aparecen en su decoración.
Aunque seguramente ya
desde el siglo XVI se levantaba altar a la Virgen de los Dolores, los
testimonios más fidedignos remontan al siglo XVIII, cuando acostumbrábanse
poner en las iglesias y en las casas particulares. La fiesta daba inicio con las
bandas militares que tocaban la “diana” al amanecer. Ya para el siglo XIX, la
tradición estaba muy arraigada y los hogares de la Ciudad de México se
engalanaban con tan hermoso altar. Para empezar a construirlo, se echaba
mano de una mesa sobre la que se ponían cajas como bases, hasta formar
una plataforma escalonada forrada con tela blanca adornada con moños y listones
de colores; o bien, se le ponía un mantel de lino, encaje o papel picado de
varios colores. La mesa se colocaba pegada a una pared de la sala, por ser el
lugar más importante. Sobre la pared se ponía una cortina de lino o seda,
preferentemente de color blanco, formando una especie de enmarcado. Bajo este
cortinaje se colocaba un cuadro de la Virgen de los Dolores, y, arriba de éste,
la escultura de un santo Cristo.
Sobre el altar de iban
acomodando objetos: candeleros, platos con dulces cristalizados, naranjas
doradas a las que se clavaban banderitas hechas con papel de oro y plata;
jarros, comales y cualquier utensilio de barro poroso mojado donde se
“sembraban” semillas de chía por fuera, manteniéndolo húmedo hasta que la
semilla germinaba. Si se quería que la planta adoptase un color amarillo, se la
dejaba germinar fuera del alcance de los rayos del sol; si en cambio se quería
obtener un color verde, se la colocaba al sol. También se utilizaban animalitos
de barro de variadas formas, en cuyo cuerpo estriado se ponía la chía.
En platos y macetas se
sembraba trigo, lenteja, cebada, amaranto, semillas con las que se seguía el
mismo procedimiento que con la chía, para lograr la coloración deseada. Además,
el altar llevaba muchas macetas con flores de distintos colores, con verdes
plantas, esferas y bolas de cristal colorido, llamados “ojos de boticario”, que
eran juegos de esferas o botellones de vidrio que iban unos dentro de otros.
En el altar no podían
faltar las aguas frescas de horchata, jamaica, limón con chía, y tamarindo.
Estos refrescos debían estar muy endulzados, ya que simbolizaban las lágrimas
de la Virgen, que a pesar del dolor debieron ser muy dulces. Era costumbre que
las aguas se ofrecieran a los que pasaban por las casas que mantenían las
puertas abiertas para tal propósito. Aparte de estas aguas destinadas a
beberse, se elaboraban otras que se teñían con productos vegetales o químicos.
Así, los pétalos de la amapola daban un color colorado; el palo de Campeche,
carmesí; la flor de jamaica, púrpura; la piedrecilla de alumbre, tornasol; la
grana y la cochinilla, morado; la caparrosa, azul; la pimpinela, verde; la
solución acidulada de cromato amarillo neutro con carbonato de potasa,
amarillo; y el bicromato de potasa, también amarillo. Las aguas teñidas se
colocaban en botellones especiales para la ocasión que se iluminaban por atrás
con lamparitas de aceite, para que brillaran y difundieran rayos de colores. Al
pie del altar se formaba un tapete de figuras hecho con pétalos de flores,
polvo de café y obleas desmenuzadas, al centro se colocaba el anagrama de la
Virgen.
En la tarde de Viernes
de Dolores, se efectuaba una misa en las casas de las personas de dinero, a la
que asistían familiares y amigos. Las mujeres se ponían vestidos de luto y los
hombres traje oscuro, para escuchar al sacerdote hablar acerca de la Pasión de
Cristo. Acabado el acto religioso, se ofrecía a los convidados una merienda de
tamales, atole, pasteles, dulces y chocolate con leche. Asimismo, se obsequiaba
con un pequeño recuerdo a los participantes.
No hay comentarios:
Publicar un comentario