Una opinión muy generalizada entre los
estudiosos del arte popular
mexicano consiste en considerar a la miniatura como la expresión más bella y
delicada de todas nuestras manifestaciones artesanales. En cierto sentido lo
anterior es verdad, ya que es un hecho irrefutable que se requiere mayor
destreza y maestría para ejecutar piezas de diminutas dimensiones, que aquéllas
que se necesitan para elaborarlas de mayor tamaño, aun que se trate de un mismo
objeto. Es por ello que la miniatura mexicana goza de tan alto prestigio en el
mundo.
Según el Diccionario de uso del
español de María Moliner, la miniatura es una: Pintura
de pequeñas dimensiones, realizada con tantos detalles como si fuera de mucho
más tamaño Por extensión, reproducción en muy pequeño tamaño, hecha
generalmente para servir de modelo, de juguete o de adorno, de una
cosa mucho mayor.
Ahora bien, estamos ciertos de que se
trata de una definición muy amplia, pero conocerla nos permite acercarnos hacia
una precisión más acorde con nuestra necesidades. Efectivamente, la miniatura
es un objeto pequeño que representa a uno mayor.
Pero aquí cabe una interrogante: ¿Qué tan pequeño? A este respecto, los
investigadores no han llegado a un acuerdo total. Algunos incluso llegan a
hablar de medidas, determinando que para que un objeto sea una miniatura debe
medir 1.33 centímetros, aunque las haya de menor tamaño. En realidad, definir
las medidas que debe tener una miniatura es tarea ardua y, tal vez, sin
importancia, ya que nunca se llegaría a un acuerdo satisfactorio para todos.
Por lo tanto, más nos vale quedarnos con la definición de Moliner y tratar de
precisar su sentido en atención a las funciones de la miniatura, toda vez que
el término está sujeto a cierta relatividad semántica que no debemos olvidar.
Acerquémonos brevemente a los antecedentes prehispánicos de la miniatura.
Al tiempo
de bautizar la criatura luego aparejaban las cosas necesarias para el bateo,
que era que le hacían una rodelica y un arquito, y sus saetas pequeñitas,
cuatro una de las cuales era del oriente, otra del mediodía y otra del norte; y
hacíanle también una rodelita de masa de bledos, y encima ponían un arco y
saetas, y otras cosas hechas de la misma masa.
Este testimonio de Sahagún nos informa
que algunas miniaturas mexicas tenían una función ceremonial, puesto que se
usaban en el rito bautismal. Según fuera el sexo del bautizado se le ponían
utensilios en pequeño que le correspondieran. En el párrafo anterior, hemos
visto lo que se hacía con masa de amaranto si se trataba de un niño. En cambio,
si era una niña la bautizada, se le obsequiaban malacates y lanzaderas en
pequeña escala.
Por su parte, fray Diego Durán nos
cuenta:
“… si era varón… poníanle en la mano derecha una
pequeña espada, y en la otra, una rodelilla chiquita. Esta ceremonia hacían al
niño 4 días arreo… Y si era hija, después de lavada cuatro veces, poníanle en
la mano un aderezo pequeño de hilar y tejer, con los dechados de labores. A
otros niños ponían a los cuellos carcajes de flechas y arcos en las manos. A
los demás niños de la gente vulgar les ponían las insignias de lo que el signo
en que nacían conocían. Sin su signo se inclinaba a pintor, poníanle un pincel
en la mano; si a carpintero, dábanle una azuela, y así de los demás…”
Es decir, que se les colocaban objetos
en miniatura a los infantes, según el oficio que dictara su tonalli.
Otros objetos pequeños que fabricaban
los mexicas fueron los tepitones, figurillas de barro que, a manera de dioses
tutelares, protegían y ayudaban a las familias. Se les colocaba en un altar o
adoratorio construido ex profeso en la casa para rendirles culto. Francisco
Javier Clavijero en su Historia de México antes y después de la
conquista española, nos
legó un testimonio al respecto:
Tepitón, pequeñito era el nombre que daban los mexicanos a sus penates o dioses domésticos y a los ídolos que representaban. De estos idolillos debían tener en sus casas seis los reyes y caciques, cuatro los nobles y dos los plebeyos. En los caminos públicos se veían en todas partes eran infinitos la materia ordinaria de que se hacían era el barro y algunas especies de piedras y de maderas, pero también los hacían de oro y algunos de piedras preciosas.
Tepitón, pequeñito era el nombre que daban los mexicanos a sus penates o dioses domésticos y a los ídolos que representaban. De estos idolillos debían tener en sus casas seis los reyes y caciques, cuatro los nobles y dos los plebeyos. En los caminos públicos se veían en todas partes eran infinitos la materia ordinaria de que se hacían era el barro y algunas especies de piedras y de maderas, pero también los hacían de oro y algunos de piedras preciosas.
Los tepitones también se regalaban
durante las numerosas fiestas sagradas dedicadas a celebrar a los dioses
durante todo el año. Las figuritas se guardaban y luego de depositaban en la
tumba del difunto en cuya casa se encontraban. Así como también se agregaban a
los entierros miniaturas de perros xoloitzcuintlin, que representaban al dios
Xólotl, el dios encargado de acompañar a los muertos en su largo camino al más
allá.
Otro tipo de figuras que fabricaban
los mexicas en tamaño reducido fueron los muñecos articulados en brazos y
piernas, que se quemaban junto a los cadáveres en las ceremonias mortuorias
como representación del difunto, y que después de la cremación se recogían
junto a las cenizas de éste, para ser colocados y venerados en los altares
familiares.
Asimismo, las pequeñas figuras
articuladas servían como títeres con que los niños jugaban, y los sacerdotes
las utilizaban como parte indispensable de ciertos rituales. Pues si bien es
cierto que algunos muñecos articulados medían treinta o más centímetros, los
hubo que no sobrepasaron los seis centímetros. Una muestra se encuentra en el
Museo Anahuacalli.
Cuando los españoles hicieron su
aparición e irrumpieron en tierras mesoamericanas, trajeron con ellos estilos,
materiales y técnicas artísticas que se incorporaron a las ya existentes, y
dieron origen a nuevas formas de creación. El arte de la miniatura no fue ajeno
a este proceso y también se vio afectado. Así, de la mezcla de la técnica
indígena con la española, más otras influencias posteriormente recibidas como
la asiática, nació nuestra actual miniatura mexicana.
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