Esto sucedió cuando los Yaquis
sostenían comunicación directa con los animales de uña y ala.
El indio Teroki tenía una
hija muy bonita de largas trenzas y ojos muy grandes.
Una vez que salió a cazar
venados, le robaron a su hija, nadie supo decirle el rumbo hacia donde
partieron ella y su raptor.
El “Venadero” así le decían,
apeló a los jefes de los ocho pueblos, quienes ante la carencia de informes,
acordaron hacer un llamamiento a los animales de uña y ala.
El León, cabeza indiscutible
de los cuadrúpedos, por medio del Tigre, convocó a todo el ejército; pero nadie
supo dar razón de los fugitivos.
El Aura, gobernador de las
aves, dio las órdenes del caso al zopilote, este lo trasmitió al kelele, quien
se elevó muy alto y allá tocó el tambor.
Fueron descendiendo a la
tierra los animales del ala, entre un rumor de tormenta.
Pero ninguno proporcionaba
datos que hicieran posible la localización de la yoremita. Volvió el kelele a
levarse y a sonar el tambor.
Al rato se percibió un
zumbido, era el gavilán que llegaba, había encontrado a los fugitivos cuando
huían de los Jewléebes, otra tribu de la región. Entonces se nombraron
comisiones competentes.
Delante de ellas, iba un
emisario con instrucciones de pedir al jefe de la tribu, que la yoremita y su
raptor fueran aprehendidos y se les enviara amarrados. Los Jewléebes dieron
satisfacción a la solicitud.
Después de mucho buscar,
hallaron a los fugitivos en la cumbre de la sierra Mahababi.
Los detuvieron los Jewléebes
y los pasaron a los Ópata y estos a los Pimas, quienes hicieron entrega formal
a los Yaquis.
Debajo de un mezquite,
reunidos los jefes yaquis, y en entorno suyo toda la tribu esperaba a los
presos.
Ante un mezquite se les
desnudó y luego se aplicó el castigo. Los verdugos fueron aplicando azotes a las
espaldas de la yoremita y su raptor, allí quedaron muertos.
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