Dícese que en ese pintoresco
y bello picacho del cerro de la Bufa, alienta una princesa encantada de rara
hermosura, que en la mañana de cada uno de los jueves festivos del año, sale al
encuentro del caminante varón, pidiéndole que la conduzca en brazos al altar
mayor de la que hoy es la Basílica de Guanajuato, y que al llegar a ese sitio
volverá a resplandecer la ciudad encantada, toda la plata, que fue esta capital
hace muchos años, y que ella, la joven del hechizo, recobrará su condición
humana.
Pero para romper ese encantamiento
hay condiciones precisas, tales como que el viajero, fascinado por la belleza
de la joven que le llama, tenga la fuerza de voluntad suficiente para soportar
varias pruebas:
Que al llevarla en sus
brazos camine hacia adelante sin turbación y sin volver el rostro, a pesar de
escuchar voces que le llamen y otros ruidos extraños que se produzcan a su
espalda.
Si el elegido pierde la
serenidad y se da vuelta, entonces la muchacha se convierte en una horrible
serpiente y todo termina ahí.
La oferta es tentadora, una
lindísima muchacha y una fortuna inacabable, pero, ¿Quién es el galán con
temple de acero que pueda realizar esta hazaña? Por lo visto es sumamente
difícil llevar a cabo el reto, pues Guanajuato, el estado que hoy conocemos,
tiene más de cuatro siglos de vida y no ha habido quien cumpla los requisitos
para deshacer el hechizo.
Escritores y poetas nacen y
mueren como yo, y con mayor o menor galanura en el lenguaje todos repiten la
leyenda, como un canto a Guanajuato, a la Bufa y a la hermosa princesa
encantada.
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