Yo antes vivía en la orilla del ranchito, era en tiempos cuando no
había luz ni dada aquí en el pueblo –cuenta el Sr. Anacleto Ramos–. Mi hermano,
que ya murió, tenía un tendajito aquí en la esquina en frente de la
plaza y estaba yo con él platicando cuando llegó un amigo; sería como a eso de
las 10 de la noche. Este amigo también vivía por el rumbo donde estaba mi casa
–yo todavía vivía con mi papá–. Este amigo traía batería y me dijo que si nos
íbamos juntos. Yo le dije que al rato lo alcanzaba porque estaba tratando un
asunto con mi hermano –la tiendita de mi hermano era de paja, con techo de
palma.
Cuando ya me fui, como media hora más tarde, estaba oscurillo. En
ese tiempo no había luz y esa noche no había luna. Entonces de un zaguancito que está por allá yo vi que venía una señora; ya habrán sido como las once
de la noche. Ya estaba todo serio, no había gente a esas horas porque aquí en
el ranchito la gente en aquel tiempo se recogía temprano.
Cuando vi a esa señora pensé: “Ha de ser Elena,” porque el papá de
una muchacha que se llamaba Elena también vivía por aquel rumbo. Pero se me
hizo raro que ella viniera sola de noche porque estaba muy oscurillo. Entonces
me quedé viendo y la señora ésa dio vuelta p’allá. Llevaba ella como un
rebocillo y andaba vestida de blanco. A mí no me dio miedo y la seguí. La seguí
tantito porque luego se me perdió.
Me fui pa’ mi
casa y me encontré a un primo y le pregunté: -“¿Oye, no te encontraste a una
señora por aquí?”- Él me dijo que no, pero me preguntó que por dónde la había
yo visto. Le dije que rumbo al arroyo. Mi primo se fue a buscarla porque él
también traía batería.
Al día siguiente me contó que vio a esa mujer, pero sólo le pudo
aluzar los pies como a dos metros porque la cara nunca se la pudo mirar. Contó
mi primo que cuando le quiso echar la luz a la cara para ver quién era, la
mujer caminó hacia el arroyo y se desapareció.
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