La noche cayó desfallecida sobre las empedradas calles del barrio de
Cantarranas. No había más señales de luces que las luciérnagas como faroles
diminutos, casi inapreciables.
Apenas se escuchaba el trayecto del agua deslizándose por las piedras
del río San Marcos, mientras los fresnos y sabinos dilataban su espeso follaje,
y en el ambiente comenzaban a brotar el aire fresco.
Al caer
la tarde Don Félix Banda se despidió de Mencho el panadero, dirigiéndose a su
casa ubicada cerca de la calle Melchor Ocampo. Era de no creerse. Por sí o por
no, cerró bien los postigos de las ventanas y atracó las puertas con un barrote
de ébano, sugiriendo a sus hijos que
evitaran salir a esas horas “porque era noche de fantasmas”, al tiempo
que se dispuso a escuchar en la radio El Monje Loco, su programa favorito
que transmitían por la XEW.
Poco
antes de las once, cuando escucharon los ronquidos concluyendo que se había
quedado dormido, los muchachos de Don Félix, con la despreocupada alegría de
la juventud, salieron a platicar a la esquina de la cuadra desafiando las
advertencias de su padre.
“¿Fantasmas? Esos son cuentos de viejos rucos y de ignorantes”,
comentaron, mientras veían el cielo estrellado y se espantaban los mosquitos,
abanicando las manos, cerca del rostro.
Cuando el
reloj de la catedral del Sagrado Corazón anunció la media noche, los jóvenes,
quienes se entretenían contándose historias y chismes, escucharon a lo lejos un
sordo rechinido de carreta que golpeaba sus enormes ruedas metálicas sobre el
empedrado de las calles. Luego invadió el ambiente un silencio sepulcral,
mientras el viento dejaba de silbar y las ranas guardaron silencio. Entonces,
prendieron sus linternas, y corrieron hacia donde se escuchaba la carreta, pero
no vieron nada. Volvieron a la esquina y cuando se reponían del susto, a unos
metros calle arriba, volvió el tétrico sonido pero ahora desplazándose rumbo a
la panadería de Don Mencho, no sin antes retornar de nuevo la tranquilidad en
aquél espacio apartado del centro de la ciudad. Sin embargo, esto no fue
suficiente para atemorizar a los jóvenes deseosos de aventuras.
Varias noches los hijos de Don Félix y sus amigos trataron de descifrar
aquél misterio, ocultándose entre los cercos de nopales para evitar ser
descubiertos, por quien suponían era un noctámbulo conductor que deseaba
jugarles una broma… pero fue inútil. Únicamente se escuchaba el ruido de la
carreta.
Una tarde mientras comían, Don Félix les comunicó a sus vástagos:
-No
quisiera comentarlo, pero Mencho me platicó que la famosa carreta
que se oye todas las noches pertenece a un señor que en 1938 fue asesinado a puñaladas
por este rumbo, mientras acarreaba leña para sus panaderías. Desde entonces, el
río San Marcos esta conjurado-
Para colmo de males en ese tiempo sucedieron varios acontecimientos
extraños. A Doña Albertina Reyes se le apareció un señor sin cabeza en el fondo
de la noria, mientras intentaba sacar agua; y se asustó a tal grado que al
correr a toda prisa tropezó cayendo sobre una nopalera. Bueno… eso es lo que
dicen, por si o por no es mejor creerles.
El caso es que la carreta siempre ha sido un misterio sin descifrar.
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