Ubicado en
ese punto de la creación, donde más me gusta estar; ahí, frente al inmenso mar, extasiándome de su
grandeza y belleza; sentí el tiempo
detener, y veía desfilar frente a mí, las maravillas me rodean.
Ante toda
esta riqueza de dones y hermosura, y encontrando en cada regalo de Dios, la mayor razón para ser
feliz, pensé: ¿Por qué, no puede haber
paz en el mundo, si para eso fuimos creados y ubicados en este paraíso terrenal?
Tenemos
tanto para ser feliz, pero existe una gran dificultad: No sabemos compartir. Se nos olvida que no
estamos solos en el mundo, que todo
esto no es únicamente nuestro, hay otros seres que aquí han de vivir.
Necesitamos
unos de otros, una pareja para multiplicarnos, amigos
para
sobrevivir, personas que con su trabajo, le aporten al mundo, su granito de arena para transformarlo y la paz
construir.
Dios todo lo
hizo perfecto y le dio a cada una de sus
criaturas,
lo necesario para ser feliz, somos el reflejo de su amor a la humanidad, cada expresión de vida, es una
declaración de amor hacia el
universo, de parte de Dios.
El problema
está en que se nos olvida que no estamos solos y pensamos más en nosotros mismos que en los demás; no
nos conformamos con lo que tenemos,
sino que queremos mucho más, somos indiferentes ante los que tienen poco, no nos importa que lo que
nos sobra, ellos lo han de necesitar.
A veces
creemos que nuestras obras a nadie le han de afectar, eso no es verdad; las cosas buenas que hagamos, le
aportan al universo y le dan la
oportunidad de avanzar transformarse, para bien de la
humanidad.
Y nuestros errores, siempre a alguien harán sufrir y
llorar. Me imagino todo este universo, sin nadie para
compartirlo; si aún estando
rodeados de personas y seres, muchos experimentan la soledad; nos necesitamos unos a otros, y eso ninguno
lo puede negar.
No estamos
solos, siempre hay alguien que nos ha de necesitar;
nuestro
corazón late, al ritmo del de los demás.
En mi mente
revolotea el último Mandato que Jesús nos supo
dar:
Ámense unos otros, como yo los he amado.
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