La vida es un camino que se va construyendo en la medida
en que se recorre y se asume con todo lo que trae y los terrenos o estaciones
que deparen.
En ese caminar, se encuentran impulsos, motivaciones,
también obstáculos, instantes, situaciones que pueden hacer caer, tropezar, y
quizás sea necesario darse un poco de tiempo para asumir el momento, sanar las
heridas, reparar los daños, retomar fuerzas y continuar.
Quedarse al borde del camino, implica no asumir la propia
historia, dejar el tiempo pasar, estancarse en lo que hasta ahora se había
vivido; ver como otros avanzan y construyen, ser solo espectadores, algunas
veces indiferentes, otras veces críticos o habladores, que aplauden o señalan
según el caso; pero no se involucran, no toman riendas, porque es más fácil
hablar y simplemente conformarse con lo que ha de venir o llegar.
Acomodarse al borde del camino, es como sentirse muerto
estando vivos; preferir optar por lo fácil y concluido, en vez de construirlo
por sí mismo; porque hay miedo de sufrir, caer o perder otra vez, por eso se
cree que es mejor renunciar, dejar ir, ver pasar.
Permanecer al borde del camino, le niega al corazón la
oportunidad de sentir amor, construir una amistad; porque aunque siga latiendo,
realmente no está viviendo; no se permite experimentar los sentimientos que
surgen en cada momento.
Muchos están a la vera del camino y no se han dado cuenta
de su realidad; creen que porque siguen vivos avanzan, y sin saberlo dejan todo
pasar, oportunidades, experiencias, personas, aventuras, retos, sueños, y
tantas cosas que la rutina y el sedentarismo les han sabido robar.
Es el momento de continuar, retomar el sendero que nos
hará construir nuestra propia historia y dejar huella en el interior de los
demás; porque bien lo dice la canción: "caminante no hay camino, se hace
camino al andar"
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