El Tlactli, juego con connotaciones
rituales y míticas, se jugaba en Mesoamérica desde 1400 a. C. fecha
aproximativa durante las celebraciones religiosas y aún fuera de ellas.
Posiblemente tuvo su origen en la zona olmeca; algunas pelotas de fecha muy
antigua se han encontrado en la ciénaga del sacrificio en El Manatí, en la
cuenca del río Coatzacoalcos.
Se jugaba empleando las caderas, las
rodillas y los codos derechos, intentando introducir una pelota de hule, de
variable peso, en una argolla de piedra. Los jugadores formaban dos equipos de
dos o siete jugadores cada uno.
Las canchas en que se jugaba eran
largas y estrechas, con paredes laterales cubiertas de yeso y decoradas. Las
reglas del juego variaban según la cultura que lo jugaba.
Fray Bernardino de Sahagún nos dice al
respecto: ...y el que metía la pelota por allí ganaba el juego; no jugaban con
las manos sino con las nalgas herían a la pelota; traían para jugar unos
guantes en las manos, y una cincha de cuero en las nalgas, para herir a la
pelota.
Un juez vigilaba el juego, los
jugadores se enfrentaban en una cancha dividida en dos, y se lanzaban una
pelota de aproximadamente tres kilos que debía ser tocada por alguna parte del
cuerpo, o por algún implemento como un mazo o un guante.
Según Pedro Martínez Moya: Los tantos
se obtenían cuando la pelota se recogía o golpeaba con una parte del cuerpo no
autorizada; cuando la pelota era muerta o perdida.
Cuando se comete una falta patear la
pelota con el pie, el equipo contrario lograba obtener de 1 a 4 rayas tantos que
eran convenidos previamente y la posesión de la pelota. Como era excepcional pasar
la pelota por el aro, cuando esto se lograba se ganaba el juego y el jugador
que lo conseguía era agasajado con premios y honores.
El simbolismo del juego de pelota más
aceptado nos dice que la pelota era la representación del Sol, y las metas de
piedra connotaban la salida y la puesta del astro o los equinoccios.
Se le ve, asimismo como la lucha entre el día
y la noche; los campos de juego se consideraban como los umbrales del
Inframundo. En la zona del Tajín el juego simbolizaba la fertilidad, y el
sacrificio de un jugador constituía un rito propiciatorio de la
renovación de la planta que proporcionaba el pulque.
En algunas regiones como en
Teopantecuanitlan, el juego constituía la representación de los acontecimientos
cósmicos, pues la cancha donde se realizaba representaba al cosmos, el modelo
quincunce del universo entero.
El desplazamiento de los jugadores en
el universo connotaban los movimientos del Sol y de la Luna, que remitían a la
lucha antagónica de los astros y a los tiempos míticos de la creación. Al ser
sacrificado el perdedor, devenía la ofrenda dada a los dioses, a fin de que el
mundo siguiese con su continuidad.
En el Popol Vuh, libro sagrado de los
mayas, los hermanos gemelos Hunahpú e Ixbalanqué, representan al Sol y la luz,
al enfrentarse contra los Señores de Xibalbá, del Inframundo, que representaban
la oscuridad, en un terrible y magnífico partido de pok a pok, llevado a cabo
en Chichén-Itzá, en el cual los hermanos son sacrificados, para luego
transformarse en el Sol y la Luna.
Cada vez que los mayas realizaban un
juego de pelota, conmemoraban las hazañas de los gemelos Hunahpú e Ixbalanqué.
La enorme y bella cancha de Chichén-Itzá data del Período Clásico.
Como diría Ignacio Guevara en un
artículo de México Desconocido: Evidentemente, aquel antiguo mito del juego de
pelota que se relata en el Popol Vuh está presente en estos relieves: la vida y
la muerte, el enfrentamiento entre la luz y la oscuridad, y la planta que
simboliza el número siete, que es fertilidad; todos los elementos nos recuerdan
que del sacrificio surge la vitalidad que dará continuidad a la existencia de
los hombres en este complicado mundo creado por los dioses.
Dentro de la mitología nahua un mito
nos relata que el rey tolteca Huémac jugaba contra el dios de la lluvia y el
agua Tláloc; la apuesta consistía en plumas de quetzal y piedras preciosas.
Al ganar el partido Huémac en lugar de
lo acordado, recibió elotes y hojas de maíz joven.
El tlatoani se negó a recibirlos,
debido a lo cual el dios de la lluvia se enojó y castigó a los toltecas con
cuatro años de dura sequía, lo que dio inicio al fin del reinado tolteca.
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