miércoles, 28 de enero de 2015

TZINTZIN



Una  muchacha llamada Tzintzin que vivía en un pueblo de la Meseta Tarasca, iba todos las tardes a acarrear agua en un cántaro hasta un manantial.

Debido a que era deslumbrantemente hermosa, los hombres de su comunidad la asechaban y le decían muchos piropos con el fin de conquistarla, aunque todos sabían que Tzintzin estaba enamorada de un muchacho de nombre Quanicoti, de oficio cazador.

Ambos jóvenes se encontraban en el camino que conducía al manantial, que estaba situado en medio de una increíble vegetación en donde destacaban las flores de todos los colores y clases.

Ahí los chicos pelaban la pava sin ser molestados. Cuando ellos se encontraban curiosamente las plantas eran más verdes y las flores mucho más fragantes que de costumbre.

Tan enamorados estaban que el tiempo transcurría rápidamente para ellos, lo que a veces ocasionaba que Tzintzin se retardara en su cometido.

Debido a sus continuos retrasos, sus padres la amonestaban.

En una de sus citas amorosas se les hizo más tarde que de costumbre, el Sol estaba ya por meterse.

Cuando Tzintzin se dio cuenta, se puso a temblar de angustia, pues aún le faltaba acarrear el agua en su cántaro.

Presa del miedo, se puso a rogarle al Sol que le ayudara a encontrar un lugar más cercano de donde obtener el agua, ya que el manantial quedaba aún bastante lejos, y sus padres la iban a medio matar.

Ante tan angustiada y devota súplica, apareció un hermoso colibrí cerca de las flores, agitando sus pequeñas alas.

En seguida Tzintzin se percató de que se trataba de un dios, dado que era un colibrí muy especial, más bello y más majo que cualquiera que antes hubiese visto la muchacha. Alumbrada por los últimos resplandores del Sol, Tzintzin vio que de las plumas del pajarito caían gotas de agua que brillaban como cristales de roca muy pulidos.

La señal divina había llegado, la joven se acercó a unos matorrales y vio que escondido se encontraba un pozo de agua muy profundo. Tzintzin tomó su vasija y la llenó completamente de esa agua tan clara y maravillosa.

Al llegar a su casa, sus padres estaban maravillados de tanta agua como su hija había llevado, pues nunca solía el cántaro estar lleno a rebosar.

Pensaron: -¡Ha de haber sido Quanicoti que le ayudó a obtener al agua! Sin embargo, Tzintzin les aclaró que había encontrado un pozo de agua mucho más cerca del manantial, en un camino conocido por todos los habitantes del pueblo. Inmediatamente todos se enteraron del nuevo pozo, al que bautizaron con el nombre de Quiritzícuaro, la Gran Fuente, por lo profundo y abundante que era.

Los jóvenes acudían muchas veces a ese lugar, muy contentos por haber descubierto el pozo del que obtenían agua no solamente los habitantes de su pueblo, sino de otros  aledaños.

Mientras los jóvenes intercambiaban promesas de amor eterno, que quien sabe si cumplirían, el Sol en el alto Cielo sonreía satisfecho de su obra.

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