El Señor de la Nariz, dios del comercio y el patrón de
los comerciantes, tuvo su origen en Pochtlan, localidad que se encontraba al
sur de Xochimilco, y que fuera asiento de mercaderes tepanecas.
El otro nombre de la deidad fue Yacacoliuhqui, “el de
la nariz larga”. En su templo se le vestía con papel sagrado, mismo que se le
ofrecía en su adoratorio donde estaba instalada su imagen.
El bastón que empleaba para caminar se veneraba tanto
como al dios, todos los comerciantes empleaban este adminículo para ayudarse en
sus largas travesías.
Cuando iban en caravana y llegaba la hora de dormir,
los bastones de todos los pochtecas se ponían formando una gavilla, le ofrecían
su sangre que brotaba de la lengua, orejas, brazos o piernas, y le quemaban
copal para que los protegiese de los innumerables peligros a los que se
exponían.
Este báculo, llamado ótatl, estaba hecho de una caña
muy fuerte y resistente.
Asimismo, durante la ceremonia llamada lavatorio de
pies, cuando regresaban los mercaderes de sus viajes, colocaban al báculo en un
lugar del templo del barrio y le ofrecían acáyetl, flores y comida.
Yacatecuhtli contaba con cinco hermanos y una hermana:
Chiconquiáhuitl, Xomócuitl, Nácatl, Cochímetl y Yacapitzzáhuac, la hermana se
llamaba Chalmecacíhuatl, a todos ellos se les veneraba y se les ofrecían
esclavos vestidos a la manera del dios Yacatecuhtli. Dichos esclavos procedían
del mercado que se encontraba en Azcapotzalco.
Los elegidos debían ser perfectos de cuerpo y estar
absolutamente sanos. Antes de ser sacrificados, los esclavos destinados al
sacrificio estaban bien muy bien cuidados: se les bañaba, se les alimentaba
sustanciosamente para engordarlos, y se les hacía cantar y bailar para que se
entretuvieran y estuvieran contentos y se olvidaran de la muerte inminente que
les aguardaba.
Cuando llegaba el tiempo de la fiesta Panquetzaliztli,
se les sacrificaba.
Pero si entre los esclavos había un hombre o una mujer
que poseyeran algún don sobresaliente como cantar o bailar muy bien, o tejer y
cocinar de manera excelsa, los sacerdotes podían comprarlos y quedarse con
ellos para su servicio.
El dios Yacatecuhtli se representaba como una persona
que fuese caminado con su bastón; la cara la llevaba pintada de negro y blanco,
en la cabeza lucía un tocado de borlas de plumas de quetzalli, y portaba
hermosas orejeras de oro.
Cubría su cuerpo con una manta azul adornada con flores
bellísimas y cubierta con una red negra. Llevaba cactlis de oro labrado, y los
tobillos adornados con caracolitos marinos hechos de oro. Fray Bernardino de
Sahagún nos informa en su obra Historia General de las cosas de Nueva España: Muy bien arreglada su cara.
Su gorro de
papel puesto en la cabeza; su collar de piedras finas verdes; su camisa y si
faldellín con flores acuáticas bordadas o pintadas. En sus piernas, sonajas y
cascabeles; sus sandalias, principescas. Su escudo, con la insignia del Sol; en
la otra mano u haz de mazorcas enhiesto.
En las ceremonias dedicadas a venerarlo, los músicos y
cantores le entonaban el siguiente canto: Sin saberlo yo fue dicho, Sin saberlo yo fue
dicho, a Tzocotzontla fue dicho Sin saberlo yo fue dicho. A Pipitla fue dicho A
Pipitla sin saberlo yo fue dicho, A Cholotla fue dicho, A Pipitla sin saberlo
yo fue dicho, El sustento merecí. No sin esfuerzo mis sacerdotes me vinieron a
traer el corazón del agua, de donde es el derramadero de la arena…
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