Hace
muchas centurias, en el antiguo territorio yaqui llamado Suré, vivían los
indios surem, hijos de
la Mujer Grande, Yomumuli, diosa que había creado también a los pimas, los
ópatas y los seris aparte de los surem.
Ninguna
de estas tribus conocía la agricultura y se alimentaban de los dones que les
enviaba el Dios Supremo, Itom Achai.
En el
centro de Suré crecía un árbol, muy grande y muy delgado, que tenía la
capacidad de hablar.
Pero
hablaba de manera muy particular, ya que de su tronco salía un ruido parecido
al zumbido de las abejas.
Aunque
entre los surem había gente muy sabia, nadie entendía lo que el Árbol decía.
La única
que comprendía su habla era Yomumuli.
Un día
el árbol habló más fuerte y
la diosa tradujo el mensaje que indicaba a los surem la manera adecuada y
recta de vivir.
A los
animales el Árbol Sagrado les dijo cuáles se alimentarían cazando a otros
animales y cuáles debían alimentarse con hierbas.
La Mujer
Grande tembló cuando tradujo el final del mensaje, pues el Árbol anunciaba a
los indios que pronto llegarían a sus tierras hombres conquistadores y un dios
llamado Jesucristo que los bautizaría y sometería a su religión.
Yomumuli
no estaba de acuerdo ni creía lo dicho por el Árbol Sagrado, ni tampoco los
surem, quienes pensaban que todo era un invento de la diosa, pues era increíble
que llegaran capitanes extranjeros, los conquistaran, y recibieran eso que el
Árbol llamaba bautizo.
Muy
enojada, la Mujer Grande
decidió que ya nunca más escucharía al Árbol, pues no le creía ni estaba de
acuerdo con lo que decía.
Así
pues, tomó al río, lo enrolló, se lo colocó bajo el brazo, y se fue hacía las
nubes del norte. Antes de partir, Yomumuli dejó un jefe indio para que vigilara
lo que pasaba en cada una de las colinas que formaban el territorio Suré.
Casi
nadie en la comunidad estaba de contento con las noticias enviadas por el dios
supremo, ni las personas ni los jefes, por eso muchos espantados indios huyeron
hacia las montañas y hacia el mar.
Pero
como siempre sucede a algunos surem si les agradó la perspectiva de conocer
extranjeros conquistadores y a un nuevo dios, y se quedaron en sus tierras a
esperar.
En su
espera se multiplicaron y devinieron lo que hoy conocemos como los
yaquis.
Cuando
los españoles conquistadores llegaron ¡muy cara les costó su curiosidad a los
indios!
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