sábado, 1 de agosto de 2015

WATAKAME SE CASA CON LAS NIWETSIKAS



Watákame, el ancestro de los wixárikas, fue un joven campesino y cazador que se casó con las cinco diosas del maíz llamadas niwetsikas.
Cada una de ellas representaba un color y un punto cardinal. En el sur vivía Yuawime, el Maíz Azul oscuro; en el norte se encontraba Tuxame, el Maíz Blanco; Talawime, el Maíz Morado, se hallaba en el oeste; en el este estaba la diosa del Maíz Amarillo llamada Taxawime; y en el centro, de color pinto, vivía Tsayule. Pero veamos cómo aconteció tal boda.
Watákame vivía con su mamá, que era ya muy viejecita, en una bonita casa de barro y palma.
Un buen día, el joven le dijo que tenía mucha hambre, que  no podía cazar en ese momento, y que se iba a caminar por el campo a ver qué encontraba para comer.
Esperanzado, salió de la casa y se encontró con la Gente-Hormiga que llevaba cargando maíz. Al verlos, Watákame les preguntó dónde lo habían comprado. La Gente-Hormiga respondió que por allá lejos, y que iban a regresar a comprar más. Watákame decidió ir con ellos.
Llegó la noche e hicieron un alto para dormir; pero cuando Watákame se despertó, la Gente-Hormiga había desaparecido. Se dio cuenta que las hormigas no habían comprado el maíz, sino que se lo habían robado.
Hambriento y desesperado, el muchacho se sentó en la punta de una sierra y vio que se acercaba una maravillosa y luminosa ave kukurú, una güilota, guajolote hembra que llevaba en el pico masa de maíz, pues era nada menos que la Madre del Maíz. 
En cuanto la vio, Watákame quiso ir al pueblo donde vivía la Madre del Maíz. Cuando llegó le preguntó a la dueña de un rancho si ahí vendían maíz, a lo que la viejecita le respondió que no, que lo que podría darle era una muchacha. Abrió la puerta y llamó: 
-“¡Maíz Amarillo, Maíz Negro, Maíz Pinto. Maíz Blanco, Flor de Calabaza, Amaranto Rojo, ¡Vengan!”- 
Y dirigiéndose a Maíz Amarillo le ordenó que se fuera con el bello Watákame. Pero la muchacha se rehusó categóricamente. 
Entonces, la viejecilla se dirigió a Maíz Rojo y le ordenó lo mismo, pero la muchacha tampoco no quiso irse con el joven. Impaciente, la vieja se dirigió a Maíz Negro, pero tampoco ella aceptó.
Al darle la misma orden a Maíz Pinto, la chica contestó que no porque como caminaba muy despacito Watákame se iba a molestar de tanta lentitud.
Tampoco Flor de Calabaza ni Amaranto Rojo quisieron obedecer a la vieja alegando que las podría herir con un cuchillo.
La vieja dama se dirigió al héroe y le dijo que construyera un hermoso adoratorio, un xiriki  y que pusiera durante cinco días flores rojas de cempasúchil en el sur; amarillas, en el norte; begonias en el oriente; en el poniente tempranillas; y en el centro flores de Corpus Christi. Además, en esos cinco días era necesario que encendiera una vela y barriera el adoratorio para que estuviese muy limpio. Sobre todo no debería regañar a las muchachas maíces sino tratarlas de la mejor manera posible, pues eran muy susceptibles.
Watákame cumplió con lo ordenado: puso las flores y barrió escrupulosamente, y a los cinco días exactos aparecieron en la casa del joven las cinco muchachas, sintetizadas en una sola mujer de gran belleza.
En ese momento, las trojes del héroe  se llenaron hasta el tope de grandes y suculentos granos de maíz.
Sin embargo, su madre  de Watákame no estaba nada contenta, pues se quejaba de que la muchacha no la ayudaba con los quehaceres de la casa. Un día, la mujer regañó muy duramente a su nuera y le dijo que debía moler el maíz como era obligación de toda mujer, que ella no era una princesa sino la compañera de su hijo y por lo tanto tenía la obligación de ayudarla.
A regañadientes la muchacha se puso a moler el maíz en el metate, pero tan pesada y dura tarea le sangró las manos y se puso a llorar desconsoladamente. Luego, se quemó las manos en el hogar, lo que en definitiva la decidió a huir de esa espantosa casa donde la obligaban a trabajar. Cuando se fue ya no hubo más granos en la troje, todos desaparecieron. Ante este hecho la suegra le dijo a su apesadumbrado hijo que fuera en busca de la sufrida Niwetsika. Obediente, Watákame fue a la casa de la Madre del Maíz, para que lo ayudara e hiciera volver a la mujer. Pero la Madre se negó y le dijo: 
-“Yo te advertí que no la regañaras. Aquí está, pero sus manos están heridas y quemadas y ya no te la voy a dar”- 
Muy triste regresó Watákame a su casa, donde  fue reprendido por su madre; pues ante lo acontecido estaban sentenciados a pasar hambre con la falta del nutritivo maíz. Entonces, el héroe decidió ganarse a su suegra y contentarla con muchos regalos. Hizo para ella jícaras, tamales, le dio carne de venado, flechas; o sea, todo lo que una ofrenda debe llevar.
La Madre del Maíz se condolió ante esta primera ofrenda que se hacía a un dios, y le devolvió a la muchacha con la que procreó varios hijos: Xitakame, Joven Xilote; Xauxema, Planta de maíz de Hojas Secas; Niwetsika; Kewima, Guía de Frijol; y Utsiama, Semilla Guardada.
Gracias a esta primera y sagrada ofrenda y a la obediencia de Watákame, ahora los hombres pueden disfrutar de todos los alimentos que se elaboran con esta gramínea tan ligada a la cosmovisión de los pueblos indígenas a los que llamamos la gente de maíz.

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