El
Tianguis de Juan Velázquez.
Una vez
establecida la primera traza de la Ciudad de México sobre las ruinas de
Mexico-Tenochtitlan, hacia el año de 1523, existía ya un centro de abasto en la
parte oeste. Fue el primer mercado que conoció la ciudad hispana.
Se
trataba del mercado de Juan Velázquez, localizado en el terreno donde más
adelante se construyó el Convento de Santa Isabel, y donde actualmente se
encuentra el Palacio de Bellas Artes.
En su
época se le conocía como El Tianguis de Juan Velázquez, en honor a un famoso y
querido cacique indígena, pues el mercado era básicamente para los naturales.
No se
sabe con exactitud cómo era dicho mercado, pero es de suponer que se trataba de
un terreno, posiblemente no muy grande, en el cual se colocaban los “puestos”
llamados “sombras”.
Consistían
las tales sombras en armazones de palo o vara que sostenían una manta o petate,
para protegerse del sol. Bajo el techado se colocaban los objetos para su
venta.
En este
primer mercado se vendían las mercancías que provenían de los cultivos
indígenas y los objetos de uso cotidiano que ellos manufacturaban, y con
los que se abastecían de artículos tales como piedra, cal, madera, camisas,
lana, cerámica, molcajetes, maíz, tamales, chía, petates, velas, antorchas,
plantas medicinales, carbón, incienso, tabaco y otros muchos más.
Los
indios que vendían sus productos en este mercado estaban exentos del pago de la
alcabala, siempre y cuando los productos fueran fabricados por ellos mismos. No
se sabe con certeza cuándo desapareció el mercado de Juan Velázquez.
El
Mercado de la Plaza Mayor
Al mismo
tiempo que este mercado, al que por orden del Cabildo emitida en 1528, se
prohibía que cualquier español comerciara en él –orden que no se cumplía
ya que tanto españoles como negros y mulatos compraban mercancías que luego
revendían y dieron origen a la regatonería- existía otro que
supuestamente era para uso exclusivo de los españoles. Se llamaba el Mercado de
la Plaza Mayor situado dentro de la traza de la ciudad.
Hernán
Cortés en sus Cartas de Relación nos dice al respecto:
Hay dos grandes mercados de los naturales de la tierra, el uno en la parte que ellos habitan y el otro entre los españoles: en estos hay todas las cosas del bastimento que en la tierra se pueda hallar, porque toda ella lo vienen a vender; y en esto no hay falta de lo que antes solía en el tiempo de su prosperidad, verdad es que joyas de oro, ni plata, ni plumajes, ni cosa rica, no hay nada como solía; aunque algunas piececillas de oro y plata salen pero no como antes.
Hay dos grandes mercados de los naturales de la tierra, el uno en la parte que ellos habitan y el otro entre los españoles: en estos hay todas las cosas del bastimento que en la tierra se pueda hallar, porque toda ella lo vienen a vender; y en esto no hay falta de lo que antes solía en el tiempo de su prosperidad, verdad es que joyas de oro, ni plata, ni plumajes, ni cosa rica, no hay nada como solía; aunque algunas piececillas de oro y plata salen pero no como antes.
Este
mercado de la Plaza Mayor se creó a raíz de que los mercados de Tenochtitlán y
Tlatelolco habían dejado de funcionar al ser destruidas tan importantes
ciudades.
Las mercancías
que lo surtían llegaban por las orillas del lago, por la Acequia Real, lo cual
era muy conveniente para el comercio. Además, dentro de la Casa del Cabildo
estaba instalada la Carnicería que surtía a la nueva ciudad virreinal. Esta
casa se encontraba en el lugar que hoy ocupa el más viejo de los edificios del
Gobierno de la Ciudad de México.
Fue así
como, poco a poco, la Plaza se convirtió en el centro de la actividad
comercial, y tan próspera era tal actividad que las autoridades pensaron en la
posibilidad de crear portales para que los vendedores se protegiesen del sol y
de las inclemencias del tiempo.
A los
propietarios de los terrenos que se ubicaban al poniente de la Plaza, se les
regalaron varios metros más, con la condición de que ahí edificasen unos
portales donde se instalaran los comerciantes que se encontraban dispersos.
El
primero que se hizo fue el Portal de Mercaderes, al que siguió el Portal de las
Flores -situado frente a la Casa del Cabildo- dedicado a la venta de las
flores procedentes de Xochimilco.
El
mercado, pequeño en un principio, fue creciendo hasta formar un conjunto
desbordante de puestos de sombra y “cajones” de madera.
Eran
tantos que llegaban a invadir los patios del Palacio Virreinal. En 1658, se
registró un incendio en los puestos del mercado, que aunque no fue de
grandes consecuencias, perjudicó a muchos de los comerciantes ahí apostados.
Se
trataba de un edifico rectangular de dos niveles situado hacia el lado en donde
hoy se encuentran las calles de 5 de febrero y 16 de septiembre; es decir, en
la esquina suroeste de la Plaza Mayor.
Las
aceras norteñas del mercado daban hacia Catedral; por el sur colindaba con el
Ayuntamiento; por el oriente, con el Palacio Virreinal; y por el poniente con
el Portal de Mercaderes.
En el
mes de junio de 1692, tuvo lugar un tumulto contra el Conde de Gálvez. El
movimiento trajo como consecuencia que se quemaran doscientos ochenta cajones.
El
incendio se propagó y se afectaron por el fuego la casa de Cabildo, los
Archivos, el Palacio Virreinal, la entrada de la Alhóndiga, y otras
dependencias más.
Se
iniciaron de inmediato los trabajos de reconstrucción, pero no hubo suficiente
capital para las tareas necesarias. No fue sino hasta el 30 de diciembre de
1694 que, por Cédula Real, se ordenó que se reiniciasen los trabajos del nuevo
mercado de la Plaza Mayor.
La
obra se inició en 1695 y se terminó en septiembre de 1703. En el centro
el mercado tenía una plazuela, donde se situaban las mesillas del Baratillo. La
parte superior, el primer piso, servía de bodega y en la planta baja se
situaban los cajones de venta. Ambas partes se comunicaban por medio de una
escalera.
Así dio
inicio una de las más importantes tradiciones de nuestro país por su belleza,
colorido, abundancia de objetos, y mercancías: Los mercados y tianguis de
México.
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