Esto ocurrió en una vecindad
de la calle de República de Perú en la Ciudad de México en donde vivía mi tía
Chela cuando era muy chiquita, tendría unos dos años, apenas caminaba.
Siempre la veían que se
entretenía en su cuarto con una pelotita, más bien oían el botar de una
pelotita… y la niñita muy entretenida jugando.
Pero siempre que mi abuelita
quería llegar a levantar dicha pelotita, no la encontraba, y decía:
-“Al día siguiente barro o
sacudo y saldrá pos ahí…”-
Y nunca aparecía la dichosa
pelota.
Siempre era a la misma hora,
a eso de las cinco de la tarde cuando la niña estaba entretenida con la pelota.
Un día, mi tío Roberto la
oyó y le dijo a mi abuelita:
-“¿Oyes, oyes tú esa pelota?”-
-“Pues sí, sí oigo esa pelota”-
-“Bueno, ¿pues dónde está?”-
Los dos se fueron hacia la
puerta del cuarto donde estaba la niña muy divertida con la pelotita, no veían
la pelotita, pero oían claramente el rebote de la pelota, y a la niña feliz
jugando.
Entonces se espantaron y
recogieron a la niña del suelo; en ese momento la pelota dejó de votar, ya no
se oyó más. Mi tío dijo:
-“Voy a buscar la pelota, y
cuando la encuentre la voy a botar de esta casa, porque no es posible que
espante así a la niña”- Porque mi tío juraba que la niña estaba espantada,
cuando que la niña estaba encantada jugando.
A partir de esa vez, dejó de
botar la pelota, hasta otra ocasión que la oyeron botar y botar hacía la puerta
y la sagrada pelota se fue, nunca más se volvió a oír. Y Chela se quedó sin su
juego favorito.
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